ABC - Pasión de Sevilla

Félix Machuca

- Foto César López Haldón Por: Félix Machuca

Tiene Borges un soneto dedicado a John Keats que remata con una media verónica que aún está esperando un bardo que le empate. Dice así: “Fuiste el fuego. En la pánica memoria/no eres hoy la ceniza. Eres la gloria”. Y leyéndolo me acordé de ti, Esperanza de todos y de la Macarena, sobrevivie­nte de aquel Moscú sevillano de bombas, fuegos y aceras regadas con la sangre inocente de las amapolas. Con Borges a Keats. Y desde semejante altura al cerro macareno, que es cima con huertas y olivos donde la Paloma de San Gil sobrevuela los dolores y engollipad­os del alma, del alma cuando está muy sola. Grande Borges. Y sobrenatur­al la Virgen de la muralla norte. La Madre que da sentido al viejo alfabeto de la vida y la muerte. Esa paloma que sobrevuela San Gil es para los macarenos la mano invisible y santa de un espíritu que siempre la acompañó. Desde los días tensos y furiosos donde la encajonaro­n para dormir en una casa de vecinos hasta cada triunfal salida, como una diosa oriental, entre cascadas de pétalos de rosas y borrascosa­s nubes de incienso. Por San Gil siempre sobrevuela la paloma del espíritu. Esa que bendice, vigila, guarda y resguarda cada segundo de la madre de Dios en Sevilla.

Los macarenos andan contentos estos días. Lo han estado, por decirlo claro y alto, desde el pasado mes de octubre. Cuando cumplieron los cincuenta años de la consagraci­ón del templo macareno y su posterior dedicación a Basílica en 1966. Cincuenta años han pasado desde que, atragantad­os por las duquelas, ahogados por las fatiguitas del destino, culminaron el esfuerzo corajudo, encastado y rebosante de fe de darle un techo a la Virgen y convertir ese techo que tenía paredes de cales lisas, en una basílica de mármol y oro, como si fuera el templo del Júpiter capitolino. Treinta años duró aquella travesía del desierto que llevó a Esperanza a su casa nueva. Y a los macarenos a cumplir el sueño de los hijos buenos: dándole maravilla para el cobijo de Madre. “Ya la Macarena tiene/el Templo que merecía” le cantaba Rodríguez Buzón. “El Palacio que le cuadra/ a su pena y alegría”.

Y la capilla que nació tras el 36 se consagró para convertirs­e en basílica en el 66. En treinta años durísimos donde abundó la escasez y la penuria fue boyantía. ¿Cómo conseguir un camión de cemento? ¿Con qué dinero pagamos al contratist­a? Teresa Díaz cedió un solar de su propiedad en la calle Bécquer. Y ahí comenzó a andar la procesión de los años más duros. De la peregrinac­ión en busca de levantar una casa. Un Jueves Santo de por entonces, cuando para construir la nueva capilla había que aprovechar los restos del derribo de la anterior construcci­ón, se presentó por la mañana uno de los contratist­as con la factura. Lo había estado pregonando meses antes: un día de estos me paso por allí para cobrar. Había hecho un trabajo concienzud­o, de importanci­a constructi­va y económica. La Junta le temía a esa factura. Porque la liquidez estaba atrapada por las telarañas. El hombre no tuvo mejor ocurrencia que ir a presentarl­a un Jueves Santo por la mañana. El hermano mayor y los oficiales no encontraba­n sitio donde esconderse. Finalmente el sobre de la factura llegó a las manos del hermano mayor que, en el despacho, con los hermanos de su confianza, procedió a abrir la carta. A alguno se le antojó, como un alivio para el alma, que Esperanza los mirara con su alegría y pena. Un alivio, Señora, que estamos tan hundidos como los ojos que pone el hambre en los rostros de la Sevilla más pobre. Abrieron el sobre y todas las miradas se clavaron en la suma final del presupuest­o: cero pesetas. Me juran que hubo lá-

grimas, abrazos y miradas al cielo. El contratist­a, como tantos y tantos macarenos y sevillanos, quiso también echar su peoná de gracia y Esperanza. Que ya iba bien pagado con tener el privilegio de trabajar para su Casa. Llevan razón los macarenos para estar alegres estos días. Y para decir, en la amable confidenci­alidad de los tintos sin gaseosa, que por San Gil sobrevuela una paloma que siempre bate sus alas para espantar lo negro. Y darle la razón a Borges en aquellas estrofas a Keats que parece que las escribió pensando en el templo de la muralla: “Fuiste el fuego. En la pá- nica memoria/no eres hoy la ceniza. Eres la gloria...”

Son versos populares, música en las letras de su poema “A tal Dama tal Honor”. Y después coronando a la Madre. Y por último convirtien­do aquella casa en el hogar de tanta y tan sobrada majestad.

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Esperanza Macarena.

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