¿Por qué necesitamos la Semana Santa?
El papel de las cofradías en la sociedad más allá de la fe
¿Por qué la Semana Santa persiste en un mundo cada vez más secularizado? Para responder a esta cuestión hay que centrarse en la función social que este fenómeno tiene al margen de la religión y las creencias. Nos apoyamos en la experiencia y sabiduría de Rafael Briones, catedrático de Antropología Social de la Universidad de Granada y fundador en Andalucía junto a Isidoro Moreno de la Antropología de las Religiones. Su perspectiva resulta muy enriquecedora.
Está claro que la cofradía existe porque es útil. Y es necesaria no solo para acercarnos a lo trascendente. De hecho vamos a dejar a un lado todo lo religioso. Y eso que Rafael Briones es teólogo además de una referencia nacional en el ámbito de la antropología, pero merecerá la pena hacer el esfuer- zo para comprender la Semana Santa de Sevilla en toda su magnitud. Briones hizo de la Semana Santa de su localidad natal de Priego de Córdoba un pequeño laboratorio gracias al que ha llegado a conclusiones clarificadoras y extrapolables a la gran manifestación de la primavera sevillana. Aquí está la clave: la cofradía y la Semana Santa se explican desde el punto de vista social por dos circunstancias básicamente y ambas están en relación con nuestra naturaleza: todos necesitamos símbolos y todos nos emocionamos. Tenemos que partir de la base de que nadie es estrictamente racional.
“Podría pensarse que hoy en día existe una contradicción con respecto a la Semana Santa. Por un lado vemos que la sociedad se seculariza pero por otro las cofradías viven un periodo de esplendor. Todo esto se explica mediante nuestro carácter de animales simbólicos. Necesitamos símbolos y rituales en este mundo en el que parece que la ciencia y la técnica quieren dominarlo todo”. Por eso la Semana Santa define a esta ciudad como ninguna otra manifestación: supone una experiencia colectiva profunda. Reunirnos en la calle para ver cofradías es algo que necesitamos. Nos sirve para reforzar nuestra identidad colectiva o identidades colectivas en plural. A eso responde el hecho de que las hermandades se crearan en torno a los gremios, los grupos étnicos o los barrios. En muchos de los casos siguen manteniendo esa funcionalidad. “Es fascinante reconocer cómo una
cofradía ha sido capaz de convertirse en elemento vertebrador de un barrio sevillano”. No hace falta más que mirar al ejemplo del Cerro de Águila.
Las hermandades también cumplen otro tipo de funciones culturales y sociales. Pertenecer a determinadas cofradías (como Chaves Nogales indicaba en sus escritos) confiere prestigio social. Mucho más si hablamos de cargos de representación en juntas de gobierno. Esto lo vemos incluso en la designación para ser pregonero de la Semana Santa. “Se podría pensar que ser pregonero es poco menos que ser distinguido como doctor honoris causa. Desde el punto de vista de la Antropología Social esto se explica porque la Semana Santa ha generado un capital simbólico tan importante y po-
tente que todos se disputan su gestión. Es un prestigio que se utiliza también políticamente y todos conocemos ejemplos de políticos, algunos incluso reconocidamente ateos, que gustan de presidir desfiles procesionales”.
Otro elemento que nos lleva a pensarnos para qué sirven las cofradías entra dentro del campo de la integración: el salir de nazareno contribuye en ciertos momentos a reafirmar una identidad personal o familiar. Y además esa forma de hacerlo está en continua relación con los cambios en el seno de la sociedad. “Las cofradías son reflejo de nuestra sociedad y por tanto de los cambios que en ella se producen. Ahí se puede comprobar con la integración de la mujer en los cortejos. Igualmente,
conozco a personas abiertamente homosexuales que ocupan cargos de responsabilidad en la vida de determinadas hermandades”.
Catolicismo popular y oficial
En la Semana Santa se comprueba clarísimamente la diferencia entre el catolicismo oficial y el popular. El primero es el gestionado por la jerarquía, mientras que el segundo es el conjunto de fenómenos referi- dos al universo simbólico del catolicismo pero cuya promoción recae en los laicos. Y las cofradías, ya lo sabemos, son religiosidad popular. “Las diferencias se comprueban de forma muy explícita en los desfiles procesionales del Jueves Santo. Mientras los oficios están centrados en la muerte de Cristo y comportan cierto aire de tristeza, la calle se convierte en un hervidero de vida”. En lo popular está presente la dimensión