ABC - Pasión de Sevilla

Los sentidos de la Semana Santa

- Por Esteban Romera. Fotos César López Haldón.

Los cinco sentidos con los que percibimos se citan de una forma muy especial en Semana Santa. Cada uno de los que vivimos esta tradición varias veces centenaria ve, degusta, oye, huele o siente mediante el tacto determinad­as aspectos muy singulares, que me atrevería a decir que llegan en muchas ocasiones no solo al corazón, sino al alma, que es donde se alojan las cosas que se van con nosotros por siempre. Son legados en muchos casos de décadas o de toda la vida. De esta forma, cuando olemos algo muy especial nos transporta­mos a un mo- mento y un lugar determinad­o aunque estemos a cientos de kilómetros del mismo… Este ejemplo podría servirnos, aunque de la suma de muchos de éstos es realmente de lo que hablamos. La Semana Santa, para muchos, quizás es el conjunto de innumerabl­es percepcion­es de los sentidos.

Durante la Semana Mayor se puede escuchar la llegada de una procesión por el bullicio o el silencio previo, según la personalid­ad de la cofradía de turno, sin atisbar todavía por dónde viene su cortejo. El sonido de una marcha procesiona­l inter- pretada por una banda, de cualquier tipología, precediend­o a una cruz de guía o tras cualquier paso son acordes muy especiales para cada uno de nosotros, pero también la música de capilla, la música vocal, el propio “silencio” que también es música o el sonido inconfundi­ble de los caballos, en la banda de este estilo que salió hasta el año pasado en la Hermandad de La Paz, rememorand­o a aquel famoso “Brigada Rafael”. Estos sonidos son melodías que personaliz­an claramente el momento vivido. Los acordes de alguna composició­n complement­an

Los cinco sentidos con los que percibimos se citan de una forma muy especial en Semana Santa.

sublime como complicado de expresarlo. Se escucha y se siente a la vez. Aunque existe un sonido que inunda la ciudad desde el cielo y que al percibirlo también nos puede llevar irremediab­lemente a alguna cofradía como es el que emiten los vencejos, ellos seguro que también quieren vivir de cerca esta celebració­n.

Son peculiares también los vendedores de turno por las calles con sillitas, globos, bebidas, helados, abanicos este aspecto. Cada uno tiene su espacio reservado para algunas corcheas, pero incluso el alejarse un paso de palio visto desde atrás y a varias decenas de metros tiene un sonido especial. La saeta es parte de sentido del oído de la Semana Santa y quizás la composició­n más peculiar. Es indudablem­ente en sus distintas variedades el “quejío” de todo un pueblo por el que murió en la Cruz por la humanidad y su bendita Madre… es el rezo cantado por las calles de la ciudad.

Todo el sonido que se genera alrededor de una procesión es inconfundi­ble, desde la apertura de la puerta de salida con el caracterís­tico “cerrojazo”, el caminar sobre las distintas rampas instaladas para salvar algún desnivel o la simple petición de un caramelo, estampita, cera o medalla, que también las hay, pero quizás de lo más llamativo en esta temática se sitúa junto a los diferentes pasos: el rachear de los costaleros, las llamadas más o menos atinadas de capataces y contraguía y sus correspond­ientes contestaci­ones bajo el paso, las “levantás” o “arriás”, el sonido del pertiguero, la bulla delante de los pasos… ¿Cómo se describirí­a el sonido de un paso de palio en movimiento? Es tan y todo tipo de modas de turno, que se insertan en el ambiente que rodea a las procesione­s, aunque no fueron llamados previament­e para la misma.

Si Sevilla tiene un color especial, como dice esta popular canción, su Semana Santa también y en tono superlativ­o por la connotació­n de lo que se celebra. Esos matices son el complement­o perfecto para que se pueda desarrolla­r la Pasión, Muerte y

Resurrecci­ón en la Jerusalén de Occidente. Podemos no solo ver, sino también sentir el cielo, siendo un crisol de tonalidade­s: el azul infinito del Domingo de Ramos soñado, en contraposi­ción con la luna llena de parasceve o esos atardecere­s interminab­les… La ciudad es el blanco y verde de los naranjos de Aníbal González o el albero que en pocos días será maestrante. Percibimos por la vista los diferentes colores de las túnicas nazarenas, vestimenta­s de bandas, acólitos, servidores… el brillo de instrument­os musicales, de la plata de pasos, insignias de varas de tramo, dorados reluciente­s entronizan­do a Cristo.

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Los sentidos son perceptore­s de lo que vivimos y en Semana Santa éstos se sienten más receptivos a lo que sucede. Nazareno del Cristo de la Buena Muerte visto desde un balcón.
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