ABC - Pasión de Sevilla

Cada imagen es memoria

La idea de Laura Esquivel aparece en el Libro de las emociones. Es metáfora de una Semana Santa que no tiene sentido sin las imágenes. Pilar devocional y emocional. Obras de Arte que trasciende­n la materia: a Dios por la emoción.

- Por Manuel Jesús Roldán. Fotos César López Haldón.

La imagen del tiempo transcurri­do se refleja en mi memoria. La frase de Marguerite Yourcenar se puede aplicar a la Semana Santa sevillana, donde imagen y memoria se funden para acercar al hombre a lo trascenden­te, como lo hicieron sus antepasado­s. El fiel, como recomendab­a el Concilio de Trento, se acerca a Dios a través de la imagen, pero también sigue escribiend­o una línea del tiempo que comenzó en cada una de las imágenes de la ciudad. Por eso, son el verdadero pilar de la Semana Santa: se podría suprimir todo lo demás, accesorio siempre, pero nunca podría faltar la imagen. En presencia o en ausencia, bajo palio o bajo el cielo, bajo el sol o bajo la luna.

Reflejan la memoria. Refleja Vera Cruz un tiempo de medida, de austeridad penitencia­l, de un Dios reconcentr­ado en tiempos de transición entre el Gótico y el Renacimien­to, de una ciudad que lo era todo, de un

espíritu de San Francisco que se hizo universal desde el convento Casa Grande de San Francisco, de un Crucificad­o que es espíritu de un siglo de descubrido­res ayer y hoy: los ciegos ven, los sordos oyen, los muertos son resucitado­s y a los pobres es predicado el evangelio. Casi cinco siglo después, un evangelio que se sigue contando. Las ideas vienen después, cuando la imagen está terminada. El pensamient­o del impresioni­sta Renoir se traslada a la contorsión del Cristo del Museo desde hace siglos. Cuando Marcos Cabrera realizó la imagen, en el siglo XVI, estuvo influido por el mundo italiano, por las maneras de Miguel Án- Se podría suprimir todo lo demás, accesorio siempre, pero nunca podría faltar la imagen. En presencia o en ausencia, bajo palio o bajo el cielo, bajo el sol o bajo la luna. gel y por un tiempo de crisis. No sabía que la leyenda vendría después, con autorías fantaseada­s y con leyendas sobre moldes ahogados en el río. Ideas que permanecen y que hacen conectar la idea de aquel escultor flamenco del siglo XVI con la crisis del siglo XXI. Permanece el concepto de mirar a los cielos para buscar el último hálito de vida. Ida y vuelta. De Flandes también llegó la estampa de Rubens con el Descendimi­ento de Cristo de la Catedral de Amberes. Pintura que se encarnó en madera en el misterio de la Quinta Angustia, donde el taller de Roldán ideó un ritmo eterno. Durante tresciento­s sesenta y cuatro días hay quietud en el Señor descendido. Solo unas horas al año adquiere el movimiento de la vida. Desde hace más de tres siglos, una obra maestra que solo tiene sentido completo unas horas al año, en la noche del Jueves Santo, cuando un leve movimiento de un cuerpo muerto recuerda al fiel la cortedad de una vida, la mantenida por la sístole y la diástole que marca una vieja bisagra que sostiene a un Dios muerto.

La imagen es una creación pura del espíritu. Una afirmación de André Breton en el Manifiesto surrealist­a. Querían en el siglo XX trasladar el mundo de los sueños a la creación artística. El espíritu ya había creado una imagen pura en el Señor de Pasión, ejemplo de que uno de los caminos que llevan a Dios es el de la Belleza. Puro espíritu hecho madera. La imagen de Montañés ante la que un arzobispo dijo que solo le faltaba respirar, craso error, pues su respiració­n es la del devoto que lo contempla. Hace cuatrocien­tos años y hoy. Por eso sigue siendo un pilar de la Semana Santa que trasciende más allá de la creación. Igual que el

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Nuestro Padre Jesús de la Pasión.

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