ABC - Pasión de Sevilla

Félix Machuca

- Por Félix Machuca.

Yo guardo los años en un libro sin hojas y con pastas bordadas donde las letras bailan sobre sus pies y las frases enteras son ayes desolados colgados de un balcón al paso de una Dolorosa. En ese libro hay más signos de admiración y de interrogac­ión que sentencias absolutas. Y los puntos suspensivo­s son lágrimas de cera que te enseñan el camino más corto que escoge la memoria para que los sentidos te rapten. Secuestrad­o me tienen muchos meses hasta que por marzo o abril me conceden la provisiona­l. Donde el libro abre sus pastas para que salgan volando las mariposas de los barrios en busca de la flor de la pasión. Un lirio. Un clavel. Un beso de azahar. Una jungla desbocada por las calles de mi ciudad que marinea hasta el malva de las uvas de la jacaranda y sube sin vértigo a la rosa pálida de Santa Marta. En esos meses, el libro de mi prisión, abre sus puertas para liberarme de una espera inhumana, donde la vida se ha retorcido como los sarmientos inertes de las vides y es tan triste como los árboles pelados al cero por el invierno. No sangro lo que escribo hasta que la calle es de colores, los globos se inflan de ilusiones y los recuerdos siempre buscan a los que ya no pueden estar. Que se fueron para siempre como a ese niño se le acaba de escapar hacia el mundo de las nubes un globo con toda la cara de Bob Esponja. Las pérdidas no se olvidan. Y siempre se lloran. Aunque pase mucho tiempo.

Cuando la luna nos enseña el ombligo de su adolescenc­ia primaveral y el cielo azul es el mejor techo de palio que pasea por Sevilla, el libro se me atolondra de ideas, de sentimient­os y de deseos. Y no hay disciplina que lo meta en verea ni reglas gramatical­es que pueda seguir para que el caos no impere sobre el orden. Quizás es que mi alma, tan secuestrad­a durante el año, lo que desea es abrazarse al caos como se abrazan las muchachas en flor en las esquinas que huelen a amor, incienso y promesas infinitas. No suena para ese momento de pasión desbordada ningún tema de Frank Sinatra ni de Amy Winehouse. Suena, quizás, Ione o Campanille­ros. O Valle. Para que un alboroto de savia concupisce­nte te erice los vellos del bajo vientre mientras colma el árbol de la vida. No hay Virgen que no vea tus besos. Ni Crucificad­o al que tú no le lances un piropo de resurrecci­ón. Ese misterio que decían saberlo interpreta­r Isis y Mitra. Pero que nos lo quedamos en Sevilla para verlo todos los años cuando la luna engorda tanto como si hubiera quedado embarazada por el universo de la fe.

Salen los tacones empinados de los barrios, los labios pintados de guerra, las medias con más carreras que una madrugá maldita, los estrenos y reestrenos de un vestuario que al descolgarl­o ya huelen a garrapiñad­a y a frito variado en la urgencia de una tasca improvisad­a en una ventana del centro, donde no faltan las latas de cervezas ni los bocatas de salchichas de pollo. Y tanta proclama vital se cruza por las calles con filas de penitentes, con cruces negras al hombro, con rosarios en las manos y con novias adosadas al nazareno. Y es entonces cuando se te ocurre algo revelador para escribirlo en el libro sin hojas de

pastas bordadas. Crees que has visto la clave de todo este contuberni­o entre la vida y la muerte, entre la Pasión y las pasiones, entre los faldones y las faldas muy cortitas. Es entonces cuando necesitas una pluma de la Centuria para escribir en el papel de la noche más hermosa un signo, un garabato, un mensaje cifrado donde el beso más dulce siempre lo encuentras en San Lorenzo y las esmeraldas más bailaoras en el tablao celestial de la Esperanza del Arco viejo. Un año más pudimos escaparnos de ese libro que nos aprisiona entre renglones sin sentido hasta que nos sentimos un Dios Gitano por la cuesta del Bacalao. Y vimos el mundo como debiera de ser. Y no como nos lo imponen. Si ese libro pidiera un título yo le daba el que tú piensas. Ese mismo que va de la Amargura al Amor…

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