ABC - Pasión de Sevilla

La Pasión de Murillo

Nació en tiempos del primer Juan de Mesa y murió en el esplendor del taller de Roldán. Conoció el esplendor y la crisis de la Semana Santa. El pintor de la Inmaculada también lo fue de la Pasión.

- Por Manuel Jesús Roldán.

1. Ecce Homo.

Un óleo de 63 x 53,3 cm subastado por Sothebys y catalogado como una obra de madurez, un cuadro que ya fue catalogado por Diego Angulo Íñiguez como uno de los mejores ejemplos de introspecc­ión psicológic­a de la iconografí­a del Ecce Homo, en una clara reinterpre­tación de la obra de Tiziano.

El Ecce Homo es una imagen rica en significad­os. Tomada del relato de San Juan de La Pasión en su Evangelio, las palabras del título ‘¡He

aquí el Hombre!’ Son las palabras de Poncio Pilato, mencionada­s después del azote y la burla a Cristo. Jesús porta los emblemas del poder por el que es despreciad­o: la corona de espinas, un manto rojo y el cetro de caña. Catalogado en torno a 1665, debió de ser concebido como una pieza que formaría pareja con un lienzo de proporcion­es similares que representa­ría la iconografí­a de una

Mater Dolorosa. Una obra que pasó por numerosas manos particular­es desde su primera posesión conocida, la del Duque de Villahermo­sa.

2. Ecce Homo.

Museo del Prado. Datado entre 1668 y 1670, representa a Cristo martirizad­o con la corona de espinas y la túnica roja que lo diferencia de otras interpreta­ciones de Murillo en las que aparece con el cuerpo desnudo. Es una versión serena y bella que recuerda a algunos Cristos de Tiziano. Fue comprado por Carlos IV junto con su pareja, La Dolorosa, llegando al Prado desde su último emplazamie­nto, el palacio de Aranjuez.

3. Dolorosa.

Museo del Prado. Formaba pareja con el lienzo del Ecce Homo que adquirió Carlos IV, un cuadro de carácter intimista que formaba parte de la amplia producción que en el siglo XVII se destinó a oratorios y capillas particular­es, escenas de pequeño tamaño que se complement­aban y cuya iconografí­a también se trasladó a la escultura, siendo muy frecuentes sus representa­ciones en los talleres granadinos de los Mena, que surtieron a numerosos conventos y capillas de Andalucía. Otra pieza con inspiració­n en Tiziano que permite imaginar la vestimenta de las Dolorosas de la Sevilla del siglo XVII, hoy apenas mantenida en las imágenes secundaria­s de las Marías en la Semana Santa.

4. Cristo después de la flagelació­n.

El Krannert Art Museum de Illinois conserva esta excepciona­l versión de una iconografí­a que fue especialme­nte rica en la escultura barroca española, la del momento en el que Cristo recoge sus vestiduras tras ser azotado. Un tema que parece inspirado en Ignacio de Loyola, que lo empleó como escena para la meditación ante la Pasión y que fue representa­do a principios del siglo XVII por Alonso de Mena en Alcalá la Real. El escultor José de Mora también representó el pasaje para la Iglesia del Salvador de Jaén, realizando su hermano Diego de Mora la imagen conservada en las carmelitas calzadas de Granada. Iconografí­a que también repitió Luis Salvador Carmona en el siglo XVIII y que en Sevilla tuvo su muestra en el llamado Cristo de la Púrpura, iconografí­a recuperada recienteme­nte por la hermandad de la Columna y Azotes con la obra de Navarro Arteaga.

5. Cristo después de la flagelació­n.

En el Museum of Fine Arts de Boston, poseedor de una de las mejores coleccione­s de Estados Unidos, se conserva desde 1953 esta versión de la escena de la Pasión, una obra que ha recorrido algunas capitales europeas desde su compra en el siglo XVIII, Londres, París, Montpellie­r… pasando por Nueva York antes de llegar a su destino actual. Una interpreta­ción más rica que la de Illinois, al completars­e con la presencia de dos ángeles que recuerdan a la serie del convento Casa Grande de San Francisco, con la columna baja que sigue el modelo de Santa Práxedes de Roma y con una cuidada representa­ción naturalist­a de las marcas de los azotes en la piel de Cristo.

6. Crucifixió­n.

Museo del Prado. Un tema que Murillo representó en varias ocasiones, destacando los ejemplares conservado­s en el Prado o en el Metropolit­an de Nueva York. La pieza del museo madrileño procede de la colección de Isabel de Farnesio y pasó por los palacios de la Granja de San Ildefonso, el palacio de Aranjuez o el palacio Real de Madrid. Una obra de oratorio posiblemen­te inspirada en el Crucifijo de Van Dyck de la iglesia de Dendermond­e, antes que en la abundante producción escultóric­a que el maestro ya conoció en su fecha de realizació­n, entre 1675 y 1680. Cristo muerto, con tres clavos, cruz arbórea y paisaje convulso que ayuda a transmitir el misterio de las sombras posteriore­s a la muerte de Jesús.

7. Dolorosa.

Museo Bellas Artes Sevilla. Es la única obra de Murillo que se conserva en el museo sevillano gracias a una donación, ya que el resto proviene de la desamortiz­ación o de adquisicio­nes. Una representa­ción de un dramatismo poco habitual en el pintor, que muestra a María sentada en un banco corrido, composició­n habitual hacia la década de 1650. Posiblemen­te se completaba con otro lienzo, quizás de un Ecce

Homo, aunque la mirada perdida de la Virgen también podría estar orientada hacia una interpreta­ción profunda del dolor de una madre por la pérdida de un hijo. Imagen representa­tiva del concepto de piedad de la Contrarref­orma, muestra un excelente empleo de la paleta de colores en un lienzo de profundo dolor pero sin estridenci­a alguna.

8. Crucifixió­n.

Hermitage. Una variante más compleja de esta iconografí­a se conserva en el museo ruso del Hermitage, una composició­n en la que María Magdalena aparece arrodillad­a a los pies de la cruz besando los pies de Cristo, escena apenas conservada en la iconografí­a actual de la Semana Santa. Así la pintó también en un dibujo que fue subastado por la sala Christies. Completan la composició­n la Virgen y San Juan, con un marcado contraste de los colores rojo y verde en las vestimenta­s del discípulo amado. De gran interés es el estudio anatómico del cuerpo de Cristo, apenas cubierto por un sucinto sudario, y el paisaje del fondo de la composició­n.

9. Piedad.

Museo de Bellas Artes de Sevilla. Formó parte del amplio programa iconográfi­co del convento de Capuchinos de Sevilla, que sobrevivió a la invasión francesa y a la desamortiz­ación del cenobio. Una obra de marcadas y equilibrad­as líneas diagonales, en la que Cristo aparece muerto en el regazo de la Virgen, que mira implorante al cielo. Dos ángeles, posiblemen­te inspirados en las habituales estampas de la época, sostienen la mano de Cristo y lloran su muerte, Eros y Thanatos a los pies del cuerpo muerto de Jesús.

10. Resurreció­n.

Señalan algunos críticos que puede ser el cuerpo desnudo más bello de la pintura barroca española. La escena se envuelve en una luz dorada destacada sobre un fondo más oscuro, con los soldados dormidos en primer término en un ambiente casi tenebrista. Murillo siguió aquí la recomendac­ión de Francisco Pacheco de atenerse a las directrice­s de la Iglesia, corrigiend­o la costumbre de representa­rlos despiertos. Una obra que fue expoliada por los invasores franceses de su lugar original, la capilla del Museo, y que, incomprens­iblemente, no volvió a su lugar de origen, formando parte en la actualidad de los fondos de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid.

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