ABC - Pasión de Sevilla

Murillo vio nacer la Semana Santa

Cómo evoluciona­ron las cofradías a lo largo de la vida del genio de la pintura

- Por Antonio Cattoni.

Durante quedan configurad­os los 65 años de los existencia grandes hitos de Bartolomé artísticos Esteban y devocional­es Murillo de (1617-1682) nuestra Semana Santa. Solo dos años después de su nacimiento Juan de Mesa comenzaba su periodo de mayor creativida­d con el Cristo de la Conversión, etapa que terminaría con la hechura del Gran Poder. Los Ocampo y Martínez Montañés estaban en plena actividad. Y tan solo un mes después de su muerte Ruiz Gijón entregaba a los hermanos del Patrocinio su Cristo de la Expiración, culmen del barroco escultóric­o universal. Hemos imaginado cómo pudieron ser sus Semanas Santas gracias a los anales de Juan Carrero.

La Sevilla a la que llegó Murillo vivía para medrar y para rezar. La gran urbe del occidente cristiano contaba con treinta y tres conventos de frailes y veintisiet­e de monjas. Estaba en plena ebullición de fiebre inmaculist­a. Dicen las crónicas que cuando el arcediano Mateo Vázquez de Leca llegó de Roma con el breve proinmacul­ista de Pablo V, una multitud de diez mil personas se echó a la calle de forma espontánea para celebrarlo. Los ojos de la ciudad se volvían al Santo Cristo de San Agustín, particular­mente en épocas de sequías y epidemias. La religión formaba parte de la vida cotidiana y por ello la Semana Santa estaba marcada con el rojo de los días grandes en el calendario.

Podemos hacernos una idea de cómo eran las Semanas Santas del niño Murillo gracias a la primera nómina de cofradías conocida. Cuando el pintor contaba con tan solo cuatro años, la celebració­n constaba de tres jornadas. El Miércoles Santo salían seis hermandade­s, entre ellas algunas hoy extinguida­s como las Virtudes de San Agustín. El Jueves Santo procesiona­ron trece cofradías, entre ellas el Lavatorio de Cristo y Nuestra Señora del Pópulo de Santa María la Blanca. Solo tres hermandade­s tenían permiso para salir de noche, a partir de las nueve: La Antigua de San Pablo, Pasión de la Merced y la Vera Cruz de San Francisco. Y el Viernes Santo realizaban estación de penitencia doce cofradías entre las que salían al amanecer del día y las que lo hacían a partir de la una de la tarde. A ellas se sumaban otras cinco cofradías en el barrio de Triana que hacían estación en la parroquia de Santa Ana.

Las cofradías en tiempos de Murillo

Tenemos que imaginar unos cortejos diferentes. Las imágenes procesiona­ban sobre ‘tarimillas’ cuya forma arquitectó­nica era conocida como de ‘media caña’. Estaban exornadas con un calado propio del gusto de la época. Hablamos de una altura de 75 centímetro­s, casi un metro y medio de ancho y 2,40 metros de costero. Así por ejemplo era el paso que la hermandad del Dulce Nombre de Jesús encargaba a Pedro Camacho y Pedro Roldán en 1665. Sabemos que en aquella época una cuadrilla de costaleros cobraba 77 reales por sacar los dos pasos de cualquier cofradía. Es lo que de hecho cobró la de Cristóbal Pérez en 1641.

Murillo sería particular­mente cercano por proximidad de su domicilio natal a la hermandad de Pasión. Una cofradía que se organizaba a las 4.00 de la mañana en la casa Grande de la Merced. La Imagen del Señor de Pasión es coetánea del propio Murillo puesto que se estima que Montañés la talló no más allá de 1616. Y lo vería procesiona­r sobre unas ricas andas realizadas en carey y plata a hombros de sus hermanos y cofrades. También siendo un niño pudo ver a la hermandad del Traspaso con aquel nazareno nuevo tallado en 1620 hacer estación de penitencia desde la Iglesia del Valle al templo de la Trinidad o al Convento de San Agustín. Aquellos hermanos de luz con túnica negra y escapulari­o de anascote acom-

pañaban por primera vez al Gran Poder de Juan de Mesa.

La de Murillo fue una época de enorme movilidad y cambios en las hermandade­s. La Lanzada salía de San Nicolás hasta 1670 en que se fue a San Basilio. La Columna y Azotes de San Andrés a San Pedro y de allí a los Terceros, estrechand­o sus lazos con la primera fábrica de tabacos de la ciudad. La hermandad de Montesión hacía su estación con un crucificad­o de pasta conocido como el cristo de la Salud y la Virgen del Rosario llevaba un manto único en Sevilla, con una bordadura de oro en toda su circunfere­ncia.

Niños en el cortejo

Murillo vería la estación de disciplina de la hermandad del Dulce Nombre de Jesús la tarde del Jueves Santo, y en su cortejo a las amas de cría junto a los niños de la casa de expósitos que ellas amamantaba­n. Niños que probableme­nte inspiraría­n sus cuadros de pícaros callejeros. Y vería bajo palio al Divi- no Niño de esta corporació­n, conocido como ‘El niño perdido’ y a la imagen de la Virgen de la Encarnació­n que Martínez Montañés talló porque “un niño de tan aventajada escultura necesitaba una madre correspond­iente”, según Félix González de León.

Podría haber visto salir la procesión del Dulcísimo Jesús Nazareno de San Antonio Abad a las seis de la mañana del Viernes Santo por la puerta de la calle de las Armas. Y vería aquella cruz de carey que había que suspender con unas argollas para colocarla de nuevo sobre los hombros de la imagen del Nazareno en la misma calle. Entonces la Virgen salía bajo un palio morado bordado en oro. Esta cofradía tenía en época de Murillo un cortejo de más de setecienta­s personas, la mitad de ellas, mujeres. Penitentes que se soltaban la cola de la túnica en la calle Génova y no se la volvían a recoger hasta entrados en la plaza del Salvador. Y Murillo pudo encontrars­e entre sus filas con la mirada de Juan de Mesa.

Aquellas cofradías que Murillo pudo contemplar eran distintas. La Soledad salía desde el convento del Carmen con dos pasos: uno con la Santa Cruz y otro con la Virgen bajo palio. En 1621 imaginamos a Murillo viendo salir por primera vez en estación de penitencia al Cristo del Amor, en la tarde del Miércoles Santo. También pudo ver a la Carretería de madrugada con un cortejo de romanos. Y asistiría al estreno de su misterio, que hubo de terminar Pedro Roldán después de que su yerno Luis Antonio de los Arcos incumplier­a el contrato. Entonces la tarde del Jueves Santo hacia su estación la Trinidad, en un paso en el que Jesús crucificad­o derramaba cinco hilos de sangre de cada una de sus llagas, hilos que recogía la Magdalena arrodillad­a en un cáliz.

La Macarena con sus armaos

Murillo sería testigo de la metamorfos­is macarena. En 1623 los cofrades de la Esperanza hacían estación junto a los de la Humildad y Paciencia desde los

Basilios. Cuando Bartolomé tenía 11 años se autorizó a la Esperanza a salir sola por primera vez, lo que desencaden­ó un rosario de pleitos con los cofrades de la Humildad. En aquellos tiempos los cofrades de la procesión eran de cuatro tipos: los de luz, los de sangre, los de penitencia y los ‘de loba’, que eran los portadores de insignias y algunos que querían diferencia­rse de los demás y que vestían un traje de luto morado. La hermandad fue creciendo y transformá­ndose a lo largo de la vida del pintor. En vida de nuestro pintor se incorpora la Sentencia que dieron a Cristo, con su grupo de romanos. En 1658 tenemos los primeros datos de la presencia de estos ‘pretoriano­s de Pilato’.

Pero no podemos olvidar a las grandes cofradías de su tiempo: El Santo Crucifijo de San Agustín seguía haciendo estación a la Cruz del Campo, aunque después se le impuso que fuera a la Catedral como las demás. Murillo sería testigo de las rogativas al Cristo y de la procesión solemne para pedirle que acabe la peste de 1649 en la que mueren unas doscientas mil personas, entre ellos el fidias andaluz Juan Martínez Montañés.

La otra gran cofradía de la época de Murillo sería la de la Vera Cruz de San Francisco, una hermandad que tenía enormes rentas de 14 mil ducados anuales y que empleaba en dotes para doncellas pobres, limonas y cultos. Para ella pintó en 1652 el lienzo de la Inmaculada con Fray Juan de Quirós, que estaba ubicado sobre el arco de entrada de su capilla y hoy se expone en el palacio arzobispal. Pero el genio

también trabajó para otra cofradía sevillana: la del Museo. Para los cofrades de la Expiración pintó en la década de los cincuenta el cuadro de la Resurrecci­ón que fue expoliado por Soult en 1810 y que hoy se encuentra en la Real Academia de San Fernando de Madrid.

A lo largo de su vida Murillo vio nacer imágenes como Cristo descendi- do de la Cruz para la Mortaja de Santa Marina (1667) o el crucificad­o para la Escuela de Cristo de la Natividad que hoy es el de San Bernardo (1669). Vería fusionarse numerosas hermandade­s como la Estrella y las Penas de Triana (1674). Como sabemos, el pintor de la Inmaculada fallecería como consecuenc­ia de un accidente laboral en 1682, solo un mes antes de que Francisco Antonio Ruiz Gijón entregara a los hermanos del Patrocinio la impresiona­nte imagen del Cristo de la Expiración. De esta manera podemos afirmar que a lo largo de la vida del genial artista queda prácticame­nte configurad­a la esencia de la Semana Santa tal y como hoy al conocemos.

 ??  ?? El Cristo de San Agustín era la principal devoción de aquella Sevilla que Murillo conoció. En 1655 se atribuyó a su intervenci­ón que la flota de Indias saliera ilesa de un ataque inglés.
El Cristo de San Agustín era la principal devoción de aquella Sevilla que Murillo conoció. En 1655 se atribuyó a su intervenci­ón que la flota de Indias saliera ilesa de un ataque inglés.
 ??  ?? El Cristo del Mandato de la extinguida Hermandad del Lavatorio y Pópulo en la capilla de Santa María la Blanca, desde donde salían en estación de penitencia en tiempos de Murillo.
El Cristo del Mandato de la extinguida Hermandad del Lavatorio y Pópulo en la capilla de Santa María la Blanca, desde donde salían en estación de penitencia en tiempos de Murillo.
 ??  ?? En tiempos de Murillo los Ocampo habían alcanzado la plenitud de su carrera. En 1642 el Cristo de los negros estrenaba paso y la Virgen un vestido de damasco azul de la China. Este color era el símbolo concepcion­ista por excelencia.
En tiempos de Murillo los Ocampo habían alcanzado la plenitud de su carrera. En 1642 el Cristo de los negros estrenaba paso y la Virgen un vestido de damasco azul de la China. Este color era el símbolo concepcion­ista por excelencia.
 ??  ?? Murillo vería en la calle pasos como éste. El de Jesús Nazareno de San Antonio Abad no cabía por la puerta de la calle de las Armas y había que retirarle la cruz de carey para que pudiera pasar bajo el arco. La pintura es una obra anónima del siglo XVII.
Murillo vería en la calle pasos como éste. El de Jesús Nazareno de San Antonio Abad no cabía por la puerta de la calle de las Armas y había que retirarle la cruz de carey para que pudiera pasar bajo el arco. La pintura es una obra anónima del siglo XVII.
 ??  ?? La hermandad de la Antigua de San Pablo era una de las más poderosas en tiempos de Murillo. Tuvo durante un tiempo el privilegio de ser una de las pocas que realizaban su estación tras la caída del sol.
La hermandad de la Antigua de San Pablo era una de las más poderosas en tiempos de Murillo. Tuvo durante un tiempo el privilegio de ser una de las pocas que realizaban su estación tras la caída del sol.
 ??  ?? Murillo acudía a la antigua parroquia de Santa Cruz a contemplar el descendimi­ento de Pedro de Campaña. Allí estaba el crucificad­o que siglos después se convertirí­a en el titular de la hermandad de Santa Cruz.
Murillo acudía a la antigua parroquia de Santa Cruz a contemplar el descendimi­ento de Pedro de Campaña. Allí estaba el crucificad­o que siglos después se convertirí­a en el titular de la hermandad de Santa Cruz.

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