Que casi nada cambie para que todo siga igual
Manuel Jesús Roldán analiza en su último libro cómo afectó la Transición a las hermandades y cofradías
Para los ya maduritos mayores de 40 años, abrir y leer ‘La Semana Santa de la Transición’ es como repasar el viejo álbum de fotos de la abuela; para los que ahora inician su andadura en esto del capilleo, es una auténtica lección de historia. Manuel Jesús Roldán retrata a la perfección en su última obra impresa los cambios y novedades que la Transición trajo a nuestras hermandades y cofradías. Una Semana Santa que discurrió en paralelo al cambio político de la época y que por ende demostró que no pertenecía a ninguna ideología. Primero vamos a delimitarla cronológicamente. El autor sitúa la Transición entre 1973 y 1982. “Empiezo en ese año porque veo un cambio con el atentado de Carrero Blanco, quien era por cierto hermano de Pasión. Llegan los primeros hermanos costaleros, se produce el incendio del Cachorro. Todas estas cosas anticipan de alguna manera que va a haber novedades” argumenta Roldán. Entre sus manos, la Semana Santa de una década, pero contada en paralelo a la historia de Sevilla, España y el Mundo. Como banda sonora, la canción que aquel año ganó Eurovisión. Los futboleros vivían pendientes del lugar que ocupaban en la tabla Sevilla o Betis. En estos años se estrenaban las pelis de tipo S o de ‘destape’. No se permitían espectáculos. Todo esto influye en la forma en que esta fiesta mayor de la Ciudad va tomando cuerpo.
Para comprender la Semana Santa que va a llegar hay que estudiar antes lo que ocurría en los primeros años de la década de los 70. Hay una crisis: de un lado, la interna porque la Iglesia no se siente en sintonía con la religiosidad popular. Unas declaraciones del cardenal Tarancón llegan a afirmar que las cofradías son propias de una sociedad subdesarrollada. Esto creaba tensión entre las hermandades que ven que el clero no las respalda. Algunos curas se orientan más hacia el apoyo sindi- cal. Todo deriva del Concilio Vaticano II. Es la época en la que nacen los templos “tipo garaje” sin ornamentación o exorno. “Esto afecta a las hermandades transformándose en lo que no son: en cofradías de túnicas lisas, sin estrenos y con una austeridad impostada” considera Roldán.
Cuando fallece Carrero Blanco, el cambio fue mucho más radical. “Con la mentalidad apocalíptica que en ocasiones inundaba esta sociedad, en esta etapa hay verdadera incertidumbre. Se dan años en los que se celebran funciones de hermandades con manifestaciones de Fuerza Nueva alrededor; otros en los que se ven los grafitis en el muro de la iglesia del Salvador pidiendo amnistía para
los presos políticos (estos eran de verdad). Esas cosas no ocurrirían ahora por mucho vandalismo que podamos encontrar” advierte el Historiador del Arte. La Semana Santa era más natural. “No se empezaba a hablar de ella hasta la Cuaresma. Todo era artesanal, desde la papeleta de sitio hasta los recibos de cobro. El estreno de 25 túnicas era noticia. Había cofradías en precario; se estrenó poco” analiza Roldán en su libro.
Caída en picado
Las cofradías experimentan “una crisis de número”. La gran mayoría no superan los 200 o 300 nazarenos en su estación de penitencia. “El tardofranquismo consiguió lo que no había logrado la República: que la gente se distanciara de las cofradías. Esto viene porque la Iglesia fue, desde dentro, enemiga de las hermandades. Iba por un camino distinto al de la Semana Santa” observa el autor.
Todo empieza a variar con el cambio político. En el 77-78 “había pánico a lo que estaba por venir. La llegada del Partido Comunista, un nuevo régimen”. Accede un primer gobierno democrático al Ayuntamiento conformado por el partido socialista, comunista y antiguo partido socialista andaluz: “hay quien se lleva las manos a la cabeza y surge la famosa frase “estos van a acabar con la Semana Santa”. Y entonces lo que pasa es justo lo contrario –considera el historiador–. La prensa se empeña en demostrar que hay concejales comunistas que salen de costaleros o que forman parte de una u otra cofradía. Había preocupación por saber si el alcalde iba a saber usar el chaqué o frac para salir en la Hiniesta. Lógicamente, Uruñuela sabía cómo vestir en cada ocasión”.
Época de esplendor y excesos
Entre los años 80-81 se supera el miedo. Se llega a la Semana Santa del 1.000. “Bastantes cofradías, como la Macarena, la Estrella o la Esperanza de Triana superan los 1.000 nazarenos en su estación de penitencia. Esto era un hito”.
Se experimenta con música y profusión de flores. “Las mismas críticas de hoy día, ya se hacían en los 80: excesos de bares, falta de aparcamientos, público que no era respetuoso, la basura… Es positivo ver las cosas con perspectiva para analizar lo que está ocurriendo hoy”. A pesar de que los cortejos eran mucho más pequeños, los retrasos y largos parones son dos características fundamentales de la época. Era una Semana Santa menos organizada. La Madrugada de los 70 estaba completamente separada del Jueves Santo por dos o tres horas. Aunque llega un momento en que se deja entrever lo que está por venir. Ocurre cuando la cruz de guía del Silencio no puede cruzar la plaza de la Campana porque está copada de gente. “La policía se ve entonces forzada a intervenir para abrir paso. Esto nos habla de desorganización y nos dice que ya se anticipa un problema”. Hasta entonces, tal como reflejan algunas instantáneas de este libro, hay años en los que Los Gitanos pasan ante un paisaje desolador, con la carrera oficial desmontada, las sillas de la Avenida apiladas y sobre una alfombra de residuos. “La Semana Santa era entonces más precaria” –destaca Roldán–.
Fueron años en los que se experimentó. Primero con los hermanos costaleros. “Se crean las primeras cuadrillas, pero se mantienen las profesionales por si los primeros fallan. Los nuevos capataces reciben auténticas amenazas porque los cargadores entienden que les están quitando el pan de sus hijos”.
Las músicas fueron muy criticadas. Aparecen las primeras prohibiciones como ocurre en 1973 con
Campanilleros. Nace el Consejo de Hermandades, pero con muy poco apoyo. “Sánchez Dubé debe lidiar con presiones de todo tipo. Consigue la capilla de San Gregorio y hace hincapié, sobre todo en el tema ho- rarios para ir eliminando parones”, según puede leerse en el libro. Pese a esto, se observa cómo “las cofradías se han autogobernado desde siempre. Tuvieron que soportar grandes temporales e intentos de manipula- ción de todos los sectores políticos, civiles y religiosos. No olvidemos que la misma vara que empuñaba Queipo de Llano es la que ahora toman los políticos de nuestra era” reflexiona Roldán.