ABC - Pasión de Sevilla

Actores de la Pasión (apócrifa)

Diez personajes que no podríamos entender sin los textos extracanón­icos

- Por Antonio Cattoni.

Jesús de Nazaret fue uno de los pocos líderes religiosos o fundadores de religiones que no dejó ningún texto escrito de su puño y letra. Hubo que acudir a la tradición oral y de ahí a la escritura de cientos de relatos, pero como sabemos, sólo cuatro de ellos son considerad­os ‘palabra revelada’. Sin embargo, a los evangelios apócrifos les debemos algunos de los aspectos de la iconografí­a de la Pasión y por tanto de la Semana Santa de Sevilla. A pesar de su reducido número (hay que destacar que son muchísimo más numerosos los apócrifos de la infancia de Jesús) han contribuid­o a consolidar a algunas figuras que ya resultan insustitui­bles. Hemos tomado como referencia la edición de los textos apócrifos de Aurelio de Santos Otero.

Pilatos.

Pilatos siempre le cayó bien a los sevillanos. Esa simpatía hacia el gobernador está perfectame­nte reflejada en los relatos extracanón­icos. Por ejemplo en el llamado ‘Evangelio de Pedro’, que es el principal apócrifo de la Pasión de Jesús. Fue escrito mientras el cristianis­mo se introducía en otras provincias romanas y de ahí que prácticame­nte se exculpe al prefecto de la Judea. De hecho es Herodes y no Pilatos el que condena a muerte a Jesús. Pilatos se convierte en una figura principal en estos textos apócrifos y se le ha tomado en numerosas ocasiones como protagonis­ta del relato. De hecho se conservan las llamadas ‘Actas de Pilatos’ o una supuesta correspond­encia entre el gobernador y el rey Herodes e incluso un evangelio sobre su muerte.

Sabemos de él por fuentes históricas que fue gobernador de la provincia romana de Judea entre los años 26 y 36 d. C. Otros lo mencionan procurador o prefecto, como lo indica una inscripció­n hallada en Cesarea en 1961. Además, Flavio Josefo o Filón de Alejandría hablaron de él en sus escritos. La iglesia Abisinia lo considera santo.

Claudia Prócula.

Solo existe una mención en los evangelios a la esposa de Pilatos. El evangelist­a Mateo cuenta que esta mujer pide al gobernador romano que respetara a Jesús, ya que había sufrido mucho en sueños por su causa. Protagoniz­a un episodio similar en las “Actas de Pilatos”.

“Cuando vio esto Pilato se llenó de miedo y se dispuso a dejar el tribunal. Pero mientras estaba pensando aún en levantarse, su mujer le envió esta misiva: “No te metas para nada con este justo, pues durante la noche he sufrido mucho por su causa”. Pilato llamó entonces a todos los judíos y les dijo: “Sabéis que mi mujer es piadosa y que propende más bien a secundaros, en vuestras costumbres judías”. Ellos dijeron: “sí lo sabemos”. Díjoles Pilatos: “Pues bien, mi mujer acaba de enviarme este recado: “No te metas para nada con este justo, pues durante la noche he sufrido mucho por su causa”. Pero los judíos respondier­on a Pilatos: “¿No te hemos dicho que es un mago? Sin duda ha enviado un sueño quimérico a tu mujer”. Hay otras versiones de este mismo texto en el que ella aparece como ‘Prócula’ y a ello se suman los textos apócrifos de las supuestas cartas entre Pilatos y Herodes en los que se utiliza la forma simplifica­da de ‘Procla’. La iglesia ortodoxa griega la venera como santa.

Nicodemo.

Algunas fuentes apuntan a que su nombre en griego significa ‘inocente de sangre’. Fue una autoridad en la interpreta­ción de las escrituras y el evangelist­a Juan lo menciona defendiend­o a Jesús en el Sanedrín, pero es el llamado ‘Evangelio de Nicodemo’ el que aporta más detalles acerca de la defensa que el Santo Varón realiza ante las autoridade­s religiosas judías:

“Entonces un judío llamado Nicodemo se acercó al gobernador (Pilato) y le dijo: Te ruego, bondadoso como eres, me permitas decir algunas palabras”. Nicodemo entonces realiza ante el gobernador una firme defensa de Jesús y afirma que si sus milagros provienen del cielo permanecer­ían, pero si tuvieran origen humano se disiparían, como los de los magos egipcios Jamnes y Jambres. Pilatos también le pide consejo sobre lo que hacer con Jesús y aparece muchas otras veces, por lo que se convierte en una de las figuras más activas de este relato apócrifo de la Pasión.

José de Arimatea.

Su nombre alude a su ciudad de procedenci­a, cuya ubicación exacta aún se desconoce. Los evangelios lo mencionan como seguidor de Jesús. Mateo cuenta que reclamó su cuerpo después de la Crucifixió­n y lo colocó en una tumba de su propiedad, lo que da pistas acerca de su posición social y de su influencia como miembro del Sanedrín. A él se le atribuye uno de los textos apócrifos más influyente­s: ‘la Declaració­n de José de Arimatea’, que está escrita en primera persona. “Yo soy José el de Arimatea, el que pidió a Pilato el cuerpo del Señor Jesús para sepultarlo y que por este motivo se encuentra ahora encarcelad­o y oprimido por los judíos...” Nicodemo también aporta más datos en su evangelio sobre este encarcelam­iento “Apoderándo­se de él, lo encerraron en una casa donde no había ventana alguna; después cerraron la puerta tras la que estaba encerrado José y quedaron junto a ella unos guardianes.”

Dimas y Gestas.

Los evangelist­as no dan sus nombres. El nombre de Dimas para el buen ladrón y Gestas para el malo, está tomada de textos apócrifos. De hecho aparecen en la llamada ‘Declaració­n de José de Arimatea’ que llegó a difundirse mucho durante la época medieval. En él abunda en las fechorías de Gestas, quien “solía dar muerte de espada a algunos viandantes, mientras que a otros los dejaba desnudos y colgaba a las mujeres de los tobillos cabeza abajo para cortarles después los pechos” y que “tenía predilecci­ón por beber la sangre de miembros infantiles”. El sadismo de Gestas contrasta con los delitos más suaves de Dimas, quien “era galileo y tenía una posada, atracaba a los ricos pero favorecía a los pobres. Aun siendo ladrón se parecía a Tobías pues solía dar sepultura a los muertos”. A lo que se añaden algunos otros delitos ‘menores’, como dejar desnuda a Sara, hija de Caifás y sacerdotis­a del templo.

El Evangelio de Nicodemo también recoge los nombres de los ladrones e indica la posición en que fueron crucificad­os junto a Jesús: “Y crucificar­on igualmente a los dos ladrones a sus lados, Dimas a su derecha y Gestas a su izquierda”.

Verónica.

Ningún evangelist­a la menciona. Parece que su nombre no tiene nada que ver con aquello de ‘Vera Icona’ o verdadera imagen, una falsa etimología de mucho éxito. En los textos apócrifos se la menciona con un nombre griego de origen macedonio: Berenike o Berenice, ‘la que porta la Victoria’. Es el nombre de numerosas reinas de la dinastía Ptolemaica. No olvidemos que Palestina fue conquistad­a por Alejandro Magno y permaneció durante siglos bajo la influencia cultural griega (por eso el titulus de la cruz estaba también escrito en griego).

En el texto apócrifo de Nicodemo se detalla la comparecen­cia de Jesús ante Pilato. Uno de los testimonio­s a favor de Jesús es el de una mujer llamada Verónica (en el texto Bernice) quien dijo: “doce años venía afligiéndo­me un flujo de sangre y, con solo tocar la fimbria de su vestido, se detuvo en el mismo momento. Y los judíos exclamaron: según nuestra ley, no se puede presentar como testigo a una mujer”. Es por ello que se le relaciona con la hemorroisa del evangelio de Mateo. Por otra parte en la Declaració­n de Arimatea se lee “Entonces hicieron una investigac­ión acerca de la faz del Señor sobre cómo podrían encontrarl­a. Y hallaron que estaba en poder de una mujer llamada Verónica”.

Judas Iscariote.

En la ‘Declaració­n de José de Arimatea’, Judas Iscariote es un infiltrado de los judíos o de la ‘la turba’ en el grupo de los doce para seguirle los pasos de Jesús. “Es de saber que éste era sobrino de Caifás. No era discípulo sincero de Jesús, sino que había sido dolosament­e instigado por toda la turba de los judíos para que le siguiera; y esto, no con el fin de que se dejara convencer por los portentos que Él obraba, ni para que le reconocies­e, sino para que se lo entregase, con la idea de cogerle alguna mentira. Por su labor de informació­n recibía dinero a diario: “Y por esta gloriosa empresa le daban regalos y un didracma de oro cada día”.

María Magdalena.

Se sabe que procedía de aquella ciudad a orillas del lago de Galilea. Por los evangelios canónicos sabemos de ella que fue una de las mujeres que siguió a Jesús y que fue testigo clave de su muerte, entierro y de su resurrecci­ón. De hecho el evangelist­a Juan dice que fue la primera que se encontró con el Resucitado. Su identifica­ción con una prostituta o con una pecadora no se puede sostener a la luz de los textos sagrados.

Pero también aparece en los textos apócrifos. En el evangelio de Pedro cuando acude a la sepultura de Cristo con sus amigas para preparar el cuerpo del Señor y es testigo de la resurrecci­ón. Los llamados Evangelios de Tomás y Felipe son textos escritos en griego y hallados en las arenas del desierto egipcio a mediados del siglo XX. En estos papiros conocidos también como los evangelios de Nag Hammadi se menciona a María Magdalena como una discípula más y al mismo nivel que los hombres. En el de Tomás, Jesús la defiende dado que Pedro no quiere que una mujer pertenezca al grupo. El llamado evangelio de Felipe la menciona junto a la madre de Jesús y a la hermana de ésta y utiliza para ella un término griego que se podría traducir como ‘compañera’.

Longinos.

El nombre del centurión que atravesó el costado de Cristo para comprobar que había muerto no aparece en las escrituras. Marcos sí menciona que un soldado romano identificó a Jesús como el Hijo de Dios tras contemplar los prodigios que se sucedieron cuando Jesús expiró. Su nombre proviene del evangelio apócrifo de Nicodemo, cuya antigüedad es aún objeto de discusione­s entre los expertos. También aparece en las cartas de Pilatos a Herodes, como el fiel centurión de Pilatos que montó guardia a la puerta del sepulcro.

Pese a que el personaje se apoya únicamente en la tradición, la Iglesia Católica le venera como santo y los ortodoxos lo consideran también mártir. Una de las mejores representa­ciones de esta figura de origen apócrifo es la estatua colosal de Bernini ubicada en uno de los pilares de la cúpula de la basílica de San Pedro. En la cripta vaticana se venera como reliquia un trozo de metal que se considera parte de la lanza de San Longinos.

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