Ya nada será igual
Cernuda tuvo que explicarse después de escribir aquello de ‘llega un momento en la vida cuando el tiempo nos alcanza’. Pero a quienes les ha llegado ya ese momento no les hacen falta explicaciones para comprender lo que el poeta quiso decir. Saben, porque de ello en ese instante adquieren conciencia, que la vida es una lenta y continua sucesión de despedidas. Quizá todo empieza el día en que descubrimos que los Reyes Magos no existen y comprendemos que tras la magia lo que hay en realidad es un engaño. Se evapora así la que envolvía la ilusión de nuestros sueños infantiles y, partir de ahí, sin saberlo todavía, comenzamos lentamente a despedirnos de casi todo lo demás hasta que un día somos nosotros quienes decimos adiós a este mundo cruel.
Manolo Garrido se ha muerto y de forma inmediata se ha sumado a la larga e ilustre nómina de los que no dieron –ni darán nunca– el pregón de la Semana Santa. Intermi- nable ristra de poetas populares, de literatos de fuste, de malditos, de humildes, de paladares exquisitos para cuya miel no estaba hecha nuestra boca de asno provinciano, trasnochado, prejuicioso, acomplejado y miope. Nosotros nos lo perdemos. Conocí a Manolo Garrido hace algún tiempo. Con objeto de hacerle una entrevista, fui a su modesto piso de la Barzola donde, ya octogenario, vivía solo, desenvolviéndose con la soltura de un ‘single’ treintañero. Me habló de la gracia, del arte… del embrujo. ¿Qué es el embrujo?, le pregunté. ‘¿Por qué a veces en la llaga de una losa del suelo brota una planta? Si esas cosas tuvieran una explicación, dejarían de tener embrujo’. También le pregunté por qué no había dado el pregón de la Semana Santa y como no supo decírmelo, me dijo los versos con los que habría arrancado ese pregón: ‘Que no me digan a mí que nacen en cualquier parte manos como las de aquí. Manos que labran un Cristo con la