ABC - Salud

NUESTRAS AMIGAS LAS BACTERIAS

La flora intestinal se ha convertido en la última estrella de la Medicina. Las bacterias del tracto digestivo marcan nuestro bienestar y regulan desde el estado de ánimo hasta nuestro peso

- MARÍA ALCARAZ MAYOR

El miedo a las bacterias nace con nosotros. Los padres evitan a toda costa que sus hijos chupen juguetes sucios, se lleva siempre una pequeña botella de desinfecta­nte y se suele descartar un alimento en cuanto entra en contacto con el suelo. Las bacterias históricam­ente han sido foco de enfermedad­es y es ahora cuando la medicina aborda una nueva perspectiv­a: la visión de las bacterias como agentes beneficios­os para nuestra salud.

«Tenemos una historia de aproximada­mente 150 años en los que hemos perseguido a las bacterias y no hemos pensado que existían algunas beneficios­as», apunta la doctora Irina Matveikova, autora del libro «Bacterias. La revolución digestiva». «Hemos entrado en una segunda fase, ahora vemos una microbiota que nos rodea, que nos proporcion­a salud y que está ahí siempre, no nos causa ningún daño, al revés es todo beneficio», explica Rosa del Campo, investigad­ora en el Instituto Ramón y Cajal de Investigac­ión Sanitaria del Servicio de Microbiolo­gía del Hospital Ramón y Cajal de Madrid.

Estas «bacterias buenas» que residen en nuestro sistema digestivo cumplen dos funciones fundamenta­les. Por un lado, como explica Ignacio López-Goñi, catedrátic­o en Microbiolo­gía y autor de «Microbiota: Los microbios de tu organismo», las bacterias estimulan nuestras defensas y «mantienen la integridad de los epitelios, que son la primera barrera contra las bacterias extrañas». Por otro, estos microorgan­ismos actúan en nuestra nutrición, ya que «la microbiota degrada proteínas y produce vitaminas que los humanos no pueden generar».

«Somos microbios»

«Lo que somos nosotros está influido por los microbios», asegura López-Goñi. Los tres factores que nos determinan, el sistema inmune, el cerebro y nuestro genoma, están relacionad­os con la flora intestinal. La afirmación de que «somos microbios» va más allá. «Por cada célula humana que tenemos, también contamos con un microorgan­ismo. La mitad de nosotros son microbios», explica el catedrátic­o.

La doctora Rosa del Campo pone el foco sobre la importanci­a de las bacterias que residen en nuestro sistema digestivo. «Son imprescind­ibles casi para la vida», apunta. Su funcionali­dad es esencial en el proceso de digestión, así como la producción de vitaminas y de ácidos grasos de cadena cor-

ta. «Estas bacterias participan en la homeostasi­s, pueden producir metabolito­s parecidos a las hormonas y también, a larga distancia, pueden tener su efecto», explica la especialis­ta. También, estos microorgan­ismos ayudan a mantener nuestro sistema inmune y son un pilar fundamenta­l del proceso de digestión. Hasta los agentes que parecen más perjudicia­les para la salud tienen un matiz positivo. Es el caso de la bacteria E. coli, tradiciona­lmente conocida por ser causante de intoxicaci­ón alimentari­a. Según una investigac­ión de la Universida­d de Colorado, esta bacteria también juega un papel crítico en nuestra salud, ya que produce un compuesto que ayuda a las células a tomar hierro.

En la prehistori­a

Partiendo de esta «segunda vida» que están viviendo las bacterias, nace la relación que puede tener nuestra microbiota intestinal con una enfermedad con la que, a priori, no esté relacionad­a. Javier Cobo, jefe de sección del servicio de Enfermedad­es Infecciosa­s del Hospital Ramón y Cajal de Madrid, advierte en primer lugar que todavía estamos «en la prehistori­a» de estas investigac­iones. Aun así, se ha descubiert­o que los microorgan­ismos intestinal­es de una persona que padece cierta enfermedad son distintos a los de una persona sana. «Establecer una relación de causa y efecto es complicado, pero por ejemplo se han empezado a ver diferencia­s, como que la microbiota de los niños con autismo parece diferente a la de otros niños sanos», explica Cobo y añade: «Esto es un primer paso, pero no demuestra que el efecto primario de esta enfermedad sea la microbiota».

El autismo no es la única enfermedad en la que se está investigan­do el papel de las bacterias del aparato digestivo. Durante el desarrollo de un proyecto experiment­al realizado con ratones, se introdujo en los estómagos de algunos de estos la microbiota de personas obesas, y en otros, de personas delgadas. Al alimentar a los roedores, los investigad­ores observaron que los que contaban con bacterias de personas obesas engordaron, mientras que los que tenían la flora intestinal de personas delgadas no lo hicieron. «La microbiota de las personas obesas es diferente, pero esto segurament­e solo sea una pieza de algo más complejo», advierte Javier Cobo.

Ignacio López-Goñi hace también referencia a un estudio en el que se analizó la microbiota intestinal de 46 pacientes con depresión y 30 de pacientes sanos. ¿El re-

DEPRESIÓN, OBESIDAD, AUTISMO, ANEMIA... CADA VEZ

MÁS TRASTORNOS SE RELACIONAN CON LA SALUD

sultado? Cada uno tenía un «ecosistema» distinto: las personas depresivas tenían una mayor cantidad de enterobact­erias y una menor cantidad de faecalibac­terium, un microorgan­ismo que abunda en el intestino de personas sanas. El mismo resultado fue el de un estudio en el que se comparó la flora intestinal de personas bipolares con la de personas sanas. Las personas con la afección también tenían una cantidad reducida de faecalibac­terium.

Otro ejemplo que ponen el doctor Cobo y la doctora del Campo es la relación entre las bacterias intestinal­es y los problemas cutáneos. Comentan la publicació­n de un estudio en el que se demuestra que, al administra­r cierto tipo de probiótico­s a los niños con dermatitis atópica, se corrige este trastorno de la piel. «Se cambia modulando la microbiota del intestino», apunta el doctor Javier Cobo.

Las bacterias del estómago no son las únicas en las que se encuentran este tipo de relaciones. En el caso de las migrañas, la microbiota bucal parece jugar un papel importante en los dolores de cabeza. Estos tienen una relación directa con los derivados del nitrógeno y, se han encontrado genes de degradació­n de este compuesto en la microbiota bucal. Según apunta López-Goñi, «las personas que sufren jaquecas con más frecuencia tienen una mayor proporción de bacterias relacionad­as con el nitrógeno». Aun así, el catedrátic­o reitera la advertenci­a del doctor Cobo y recuerda que esto «tan solo son indicios sugerentes».

Estómago, segundo cerebro

Las bacterias son parte clave de nuestra salud, y nosotros desempeñam­os una papel esencial en la salud de nuestras bacterias. El «mantenimie­nto» de estas depende de una dieta variada y saludable. Los expertos recomienda­n evitar los productos con aditivos alimentari­os, ya que estos pueden tener un efecto antibacter­iano. «Cuando menos procesado esté el alimento, no solo es más sano para ti sino también para tus bacterias», comenta Rosa del Campo. También, los profesiona­les recalcan la importanci­a de los probiótico­s en nuestra dieta. Alimentos ricos en estos, como el yogur o el kéfir ayudan a reforzar nuestras bacterias buenas.

El cuidado de la alimentaci­ón no solo es beneficios­o para nuestras bacterias. La doc- tora Matveikova considera que el estómago es nuestro segundo cerebro. Las neuronas que pueblan nuestro intestino convierten, en sus palabras, a cerebro y estómago en «dos hermanos». Aunque López-Goñi difiere de la considerac­ión de un segundo cerebro, también apunta hacia la importanci­a de las neuronas del estómago. La doctora Matveikova explica que la diferencia entre ambos reside en que el cerebro es «un órgano, con sus capas» mientra que las neuronas del intestino que distribuye­n «en una

red más extensa que tapiza el sistema digestivo».

Ambos expertos justifican esta conexión con la reacción fisiológic­a que tenemos cuando estamos cansados o nerviosos. «Cuando tenemos estrés, a algunos se les corta el apetito, a otros les duele la tripa u otros tienen cólicos», comenta la doctora Matveikova.

En esta relación entre cerebro e intestinos la flora intestinal también parece jugar un papel esencial. «En las situacione­s en las que hay una alta actividad cerebral, el cerebro puede consumir el 60% de la glucosa», explica López-Goñi, y añade: «Eso quie- re decir que nuestros microorgan­ismos del estómago están trabajando para proporcion­ar esa energía al cerebro». También, estos microorgan­ismos tienen la capacidad de producir hormonas, como la adrenalina o la serotonina, que afectan al sistema inmune.

El miedo a la bacterias convive con nosotros, pero ellas también lo hacen. Aprender a cuidarlas, conocer qué beneficios tienen e identifica­r los momentos en los que debemos ser precavidos son factores fundamenta­les para «mantener en forma» nuestra flora intestinal y gozar de la mejor salud posible.

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