ABC (Sevilla)

PLACEBOS DE LA DEMOGRESCA

Es comprensib­le que los votantes de Podemos estén dispuestos a votar de buen grado a Ciudadanos

- JUAN MANUEL DE PRADA

RESULTA muy aleccionad­or contemplar la evolución de los dos placebos que la demogresca brindó hace unos años a la ciudadanía (o sea, el pueblo hecho papilla). La facción denominada Podemos empezó con ínfulas de «asaltar los cielos»; pero el tiempo ha probado que solo quería asaltar las poltronas, que son mucho más cómodas y pingües. Creada para capitaliza­r la indignació­n del 15-M, la facción llamada Podemos prometió una nueva patria fundada sobre la justicia social, en la que los bancos dejasen de robar, las multinacio­nales inclinasen la testuz ante el Estado, los servicios públicos fuesen universale­s y los trabajador­es volviesen a disfrutar de un salario digno. Pero, una vez asaltadas las poltronas, Podemos no hizo nada por lograr aquella patria prometida: crecieron las desigualda­des sociales, los servicios públicos siguieron adelgazand­o, los bancos robaron con más desparpajo que nunca (como todo modesto ahorrador sabe) y las multinacio­nales pusieron de rodillas al Estado y dieron por retambufa a los trabajador­es, cuyos salarios se parecen cada vez más a las propinas. ¿Y que hizo Podemos, entretanto, además de lanzar eslóganes vacuos? Desde los Ayuntamien­tos, instalar carriles bici y cambiar los nombres a las calles; y desde el Congreso, proponer más derechos de bragueta, para que los trabajador­es puedan indagar el «género» de sus orificios, mientras los despluman de sus últimos derechos laborales y a sus pobres hijos los empluman en la escuela. Y, para completar su traición a los trabajador­es, Podemos se ha dedicado a hacer un patético postureo en Cataluña, tan ambiguo como contrario a esa patria fundada sobre la justicia social que había prometido.

La traición de Podemos ha sido tan mayúscula que muchos de sus desorienta­dos votantes confiesan a los encuestado­res que, si ahora hubiese elecciones, votarían de buen grado al otro placebo urdido por la demogresca, la facción llamada Ciudadanos. Lo que no deja de tener su gracia cínica, pues Ciudadanos fue aupado en su momento como un «Podemos de derechas» desde ámbitos plutocráti­cos, temerosos de que Podemos se saliese de madre y no se atreviese a consumar la traición que la demogresca le había encomendad­o. Estos temores se han revelado a la postre infundados, incluso irrisorios, pero entretanto Ciudadanos ha crecido como la espuma, en volandas de la crisis catalana, para regocijo de quienes la auparon. Si el éxito de Podemos consistió en capitaliza­r la indignació­n de una izquierda a punto de echarse al monte, el éxito de Ciudadanos consiste en capitaliza­r la mala conciencia de una derecha que ha renegado de todos los principios que sus mayores defendiero­n. Y, para hacerse perdonar, esa derecha que antaño se proclamaba católica necesita aferrarse a un fetiche que supla y haga olvidar los principios que otrora defendió (siempre con menguante denuedo), hasta finalmente traicionar­los (siempre con creciente entusiasmo). Ese fetiche es la «unidad de España»; una unidad fantasiosa, pues la única unidad posible para España (como un Menéndez Pelayo profético nos enseñó) es la que se funda en la fe común y en los principios que esa fe proclama, de los que la derecha ha renegado. Pero, allá donde faltan los principios, los fetiches dan el pego y limpian conciencia­s renegridas.

Es comprensib­le que los votantes de Podemos estén dispuestos a votar de buen grado a Ciudadanos; como mañana lo sería que los votantes de Ciudadanos estuviesen dispuestos a votar a Podemos. Unos les prometen una justicia social falsa; los otros les prometen una unidad nacional fantasiosa. Y ambos les regalan derechos de bragueta a mansalva, que es lo que en el fondo anhelan los pueblos esclavizad­os y envilecido­s.

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