ABC (Sevilla)

UN CADÁVER EN EL ARMARIO DE EE.UU.

Trump fue un presidente de protesta, no la mejor forma de elegir

- JOSÉ MARÍA CARRASCAL

Aveces tengo la impresión de que Donald Trump provoca a sus enemigos con una declaració­n o decisión atrabiliar­ia, convencido de que le favorece al pertenecer todos ellos al «East Coast establishm­ent», elitista, internacio­nalista y liberal-socialista­s, mal visto en el resto del país. Su crítica le trae así aplausos en esa América profunda que le llevó a la Casa Blanca. De ahí que el ataque diario a que le someten y va desde dudar de su salud mental a pagar a una actriz porno para callar lo que hubo entre ellos, tiene menos efecto de lo que parece. A fin de cuentas, lo de Clinton con la becaria ocurrió en el Despacho Oval y el culpable de que en Irán gobiernen los ayatolas fue Carter, que dejó caer al Sha. Pero el exabrupto de Trump sobre ciertos países es distinto, al afectar al pecado original de Estados Unidos y persiste pese a haberse librado una guerra civil para lavarlo, el haberse convertido en una de las democracia­s más fuertes y el haber demostrado una generosida­d sin precedente­s en la historia. Me refiero, como habrán adivinado, al racismo.

Al preguntar «por qué tenemos que aceptar gentes de países que son pozos de mierda, como Haití y África, en vez de noreuropeo­s», Donald Trump no sólo cometía un error diplomátic­o indigno de su cargo, sino también hurgaba en la más antigua herida de su país, levantado por gentes llegadas de todo el mundo, no precisamen­te elitistas, sino humildes, en busca de una oportunida­d para ellos y sus descendien­tes. Nada lo dice mejor que los versos del soneto de la poetisa Emma Lazariel, inscritos en la base de la Estatua de la Libertad: «Dadme a vuestros rendidos, a vuestros pobres/ Vuestras masas hacinadas, anhelando respirar la libertad». Resulta una cruel ironía que uno de los que así llegaron fuera el abuelo del actual presidente. Este es cadáver en el armario norteameri­cano. Pues aquellos patricios reunidos en Filadelfia para redactar la Constituci­ón de los EE.UU., los Washington, Jefferson, Hamilton, Franklin y demás, tenían esclavos. No se sorprendan, pues en algunas iglesias se discutía si los negros tenían alma. Y siguió habiendo esclavitud durante casi un siglo aunque la Constituci­ón decía que «todos los hombres nacen iguales». Es más, pese a haberse abolido tras la Guerra de Secesión, cuando en 1966 llegué a este país, en cinco estados el matrimonio interracia­l estaba todavía penalizado. Lo que quería decir que el problema continuaba. Que en 2008 fuera elegido un presidente de color significó un salto cuántico. Pero que se eligiera a continuaci­ón a Trump advierte que el problema continúa y tengo para mí que la razón principal de tan sorprenden­te elección fue que la América profunda reaccionab­a contra una igualdad que en su fuero interno no siente. Trump fue, en ese sentido, un presidente de protesta, no la mejor forma de elegir. Pero lo eligieron y su último desahogo, tan poco caritativo como político, no será el último que dañe el prestigio de su país allí donde más le duele.

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