ABC (Sevilla)

LA ETERNIDAD O LA NADA

Bécquer murió sin ver las «Rimas» publicadas. Su fiel amigo Augusto Ferrán se encargó de ello

- FRANCISCO ROBLES

Decíamos ayer, que en este caso fue el viernes pasado, que hace un siglo y medio estaba Bécquer escribiend­o el libro que le daría la vuelta a la poesía española. Aquellos versos desapareci­eron en el asalto a la casa del ministro al que se encomendó su autor. Otro poeta del barrio de San Lorenzo podría calificar aquel manuscrito con un título más que evocador: «Las Rimas que perdimos». Desde entonces, los poetas de verdad no han hecho otra cosa que reescribir las «Rimas», como los imagineros hacen al retallar mi Jesús de la Pasión, o los pintores al buscar la pintura en el aire velazqueño de Las Meninas.

Bécquer murió sin ver las «Rimas» publicadas. Su fiel amigo Augusto Ferrán se encargó de ello. Aquella historia siempre se repite. Después de escribir aquel Nodo, cuando la ciudad olía a naranjas antiguas en los becquerian­os rincones de sus plazas, un fiel amigo nos manda ese libro de versos que se están haciendo, que brotan del caudal incesante de la poesía. Un libro sobre Sevilla, pero no otro libro sobre Sevilla. Un poemario que demuestra la capacidad de seducción de esta ciudad que nos lía en el lío gordo del que no sabemos, ni queremos, salir. La ciudad que va más allá del escenario y que se adentra en la médula del alma, en el misterio del tiempo que regresa y se desdobla para anticipars­e a sí mismo, en la sangre que necesita convertirs­e en tinta, en el dolor que provoca esa belleza definitiva que nos quema cuando jugamos con ella.

Sevilla es la ciudad de los poetas, de los que la escriben y de los que la leen con los pies cuando la pasean y la cortejan, del que divaga por su gracia incorpórea, del que va buscando el tiempo que nos queda y que duerme en sus plazas, del que se encierra en sus adarves, del que no tiene más sa- lida que meterse en un callejón sin salida, del que se vuelve en medio de una calle para darle la vuelta a su vida. Sevilla es esa ciudad a medio hacer que va tejiendo los versos del libro que el poeta está enjaretand­o, hilvanando, cosiendo con la aguja que le pincha los dedos y le hace sangre. A servidor le ha tocado el papel de Ferrán en esta historia. Los poetas que escriben por dentro tienen ese pudor que los ahoga y los lleva a esconderse en el rincón donde calla el arpa becquerian­a. Levántate y anda. Siéntate y escribe. Y remata la f aena para que Bécquer pueda releerse en las rimas y en los versos blancos que tejen los herederos de su estirpe.

El secreto de la verdadera poesía no está en el fogonazo del ingenio, ni en la originalid­ad forzada por la alquimia novedosa de las vanguardia­s. El secreto está en los autorretra­tos de Rembrandt y en los tercios que liga Tomás Pavón, en los gañafones de Beethoven y en el acorde de Cernuda. El secreto está en la masa. En la masa de la sangre. En escribir de uno mismo para contarle al lector lo que a él le pasa por dentro. Poesía eres tú. Esa es la clave. Decir en qué consiste el amor con un trébol que tiene la hondura de una soleá de Ferrán: «El minutero señala / como una espada en el pecho / la eternidad o la nada».

SEVILLA ES LA CIUDAD DE LOS POETAS, DE LOS QUE LA ESCRIBEN Y DE LOS QUE LA LEEN CUANDO LA PASEAN

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