LÍQUIDA SIEMBRA
ERAS un niño que a la orilla del labrantío observaba, asombrado, lo que ocurría en aquel cuaderno de tierra aquella mañana luminosa y fría. Iban las puntas de la reja, enterradas proas, abriendo las necesarias heridas de los surcos tras las cangas de mulas castañas, y los gañanes apretaban la mancera para que la cópula fuera segura y profunda. Alrededor de las cangas y de los gañanes, en el aire, revoloteaban pájaros que todavía no tenían nombre en ti, que para ti sólo eran alas y píopíos atentos a cualquier lombriz que descubriera la reja. Prudentemente retirados, tras las heridas de los surcos, tres hombres, saco en bandolera a modo de talega, dándose a l a siembra… Guardaste la estampa, y veinte años más tarde, cuando l a buscaste en tu memoria, aquella estampa quiso hacerse soneto que se te quedó en cuarteto: «Desde la pajarera de las manos / hasta el vientre marrón de la besana, / por el aire nupcial de la mañana, / vuela la calentura de los granos…»
Volaba la calentura de los granos, sí. Era l a siembra a voleo, aquella gracia que la mano le daba al puñado de trigo, de cebada, de avena… Aquel abanico que fugazmente abría su país pajizo para caer a la tierra abierta en barbecho como una perdigonada cansada o como centenares de pajarillos, menudos como insectos, que cayeran abatidos por el viento. Paseas ahora por las tierras que orillan la marisma. Llueve sobre los cuartones arroceros, y dece- nas de minifundios se alegran con la siembra a voleo de la lluvia. Desde el hueco de la Mano, granos de arroz de agua entran en los fangos que por julio reventarán de verde, cuando las espigas del blanco cereal reclamen toda la brisa, hasta que el verdor se sienta mar en escarceo. Desde la Mano, hasta el vientre húmedo de la marisma de perfecta geometría de lindes, vuela la impaciencia de los granos de la lluvia. Pero en el campo, en este campo, no hay nadie, ni cangas, ni gañanes, ni sembradores… Pájaros, sí, más que en aquel labrantío de tu niñez. Y vuela, sí, la fría calentura del agua. Pero no hay nadie dentro de este espectáculo de la tierra bocarriba, empreñándose. Te quedarás satisfecho, no obstante, si cuando llegue la cosecha ves correr por estos fangos a los frutos niños que nazcan de esta líquida siembra…