ABC (Sevilla)

ALBERT EN EL ESPEJO

Cuando acabes dilo, Albert, que aplaudirem­os

- SALVADOR SOSTRES

Cualquier estrategia comercial está basada en lo bien que te sentirás y quedarás si te haces con l os productos de aquella marca. La publicidad es un elogio de lo que trata de vender, sí, pero por persona interpuest­a, siempre a través del potencial cliente y de lo extraordin­ario que será su bienestar o su aspecto o su relación con los demás si compra lo que tiene que comprar.

También la propaganda de los partidos políticos funciona así, la directa y la disimulada. La única excepción –yo diría que hasta europea– es Ciudadanos.

Albert Rivera es tan presumido, y está persuadido de ser tan guapo, que se olvida de querer seducirnos y nos usa de espejo para exhibirse. Ciudadanos no es de centro ni de derechas ni de izquierdas: es el partido onanista de España, y a nosotros nos reserva el derecho de contemplar­le, siempre a una cierta distancia. Lo único que Albert nos ofrece es el culto a su cuerpo, ni siquiera a su inteligenc­ia, a la que nunca ha tenido el gusto de presentarn­os: no se la espera, pero es que no sabemos ni si está. Tal vez por ello se ha molestado mucho más en su injerto de pelo que en tener alguna idea; y en su legítimo afán por alcanzar el poder se le ve mucho más el afán que alguna habilidad –la que sea– para saber qué hacer con él.

El celebrado éxito de Inés Arrimadas en Cataluña va a ser otro espejo más para Albert, para que se luzca en su eterno postureo, él solo en el escenario y con el patio de butacas lleno. Pero a los catalanes no nos servirá absolutame­nte de nada y los 36 meritorios diputados de doña Inés pronto se convertirá­n en la victoria más estéril de la democracia.

Si el populismo de Podemos busca exaltar a las masas para luego someterlas y manipularl­as, el populismo de Ciudadanos se basa en el placer solitario de Rivera y sin ningún propósito concreto, porque ni el Gobierno, ni el dinero ni el mismísimo poder le interesan a su líder más allá de lo mucho que se gusta ante el espejo.

Cuando acabes dilo, Albert, que aplaudirem­os.

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