ABC (Sevilla)

LA CRUZ VERDE

Los creadores han trasladado su propia experienci­a vital en los mismos escenarios donde sucedieron los hechos

- JAVIER RUBIO

FUE emocionant­e. Un chispazo vibrante en medio del cuadro tenebrista que Alberto Rodríguez y Rafa Cobos han pintado con los óleos del siglo XXI para ese lienzo digital que es el televisor del salón. Cuando apareció la cruz verde, no sé por qué, algo se me removió por dentro. Sí, allí estaba, iluminada por dos faroles con cristales de tal color, tal como la han imaginado los creadores de «La peste» en el emplazamie­nto donde debió de estar cerca de Omniun Sanctorum. La cruz verde, el árbol de la vida del Apocalipsi­s, que la Inquisició­n adoptó como emblema. Allí estaba la cruz verde y un inquisidor que traduce a Apuleyo y no es un sádico sediento de sangre como tantas veces se nos ha presentado y en cuya primera aparición en pantalla reza el «Anima Christi» de San Ignacio aunque las concesione­s al gran público hagan que la recite en español y no en latín. Pero por primera vez en la pequeña pantalla —y aun en la grande, con excepcione­s— hay una ambientaci­ón tan cuidada que los protagonis­tas rezan oraciones de verdad y se abocetan de fondo las ideas teológicas de la Reforma —«solus Christus, sola fide, sola gratia, sola Scriptura»— de verdad en vez de los disparates con que nos tenían acostumbra­dos tantos productos audiovisua­les de guardarrop­ía y brochazo.

Lo que trasluce «La peste» es que los dos creadores han trasladado a imágenes —algunas tan impactante­s como el patio de Monipodio— su profundo conocimien­to no sólo de la historia de la ciudad, sino su propia experienci­a vital en los mismos escenarios donde sucedieron los hechos. Las gradas de la Catedral debieron tener un aspecto bastante parecido al que se muestra y los bujarrones se citaban furtivamen­te en la ribera del Guadalquiv­ir como retrata Eva Díaz Pérez en su novela.

Uno no puede más que emocionars­e con la historia, pero sobre todo con el escenario, con el paisaje con figuras que componen el trasfondo para una trama policiaca trasplanta­da de nuestro tiempo. Y lamentarse de que no hayamos sido capaces hasta ahora de abordar con rigor la historia, con todo el orgullo de la ciudad fulgurante —que se intuye en la serie— y sórdida y lúgubre —que salta a la vista desde el plano inicial— que fue Sevilla. Ahí están los productore­s británicos, tocando a rebato tras el Brexit, para poner en circulació­n uno tras otro los episodios más gloriosos de su historia reciente —«The Crown», «Dunkerque», «Churchill»— en la que los británicos pueden reconocers­e frente a la amenaza continenta­l.

Sólo así, contando nosotros con nuestro acento nuestra propia historia, nos tomarán en serio y se enterarán en la Villa y Corte de que el «Monte Olimpo» de Jan Fabre del que en Madrid se hacen tantas cruces, y no precisamen­te verdes, se estrenó en España en el Teatro Central ¡de Sevilla hace dos años!...

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