CUANDO TERMINE LA MUERTE
Los buenos mejoran el género al que pertenecen. Los genios, como García Baena, lo transforman
La vida es como un bosque. Lo predijo el poeta cuando sólo tenía 29 años para inaugurar la gran generación de los cincuenta. La vida es como un bosque. Los árboles caen. La arboleda no. Por eso Pablo García Baena, que ha sido uno de los árboles más altos de la literatura española contemporánea, puede recitar bajo la lápida la soleá de su amigo Manolo Alcántara: «Cuando termine la muerte, si dicen: ¡a levantarse!, a mí que no me despierten». En aquel poemario que partía el siglo XX por la mitad, «Antiguo muchacho», el cordobés rompió los moldes de la poesía de su tiempo reinterpretando a Góngora a partir de una idea que ni él mismo sabía explicar. Ningún gran poeta sabe realmente explicarse, lo que conforma una paradoja abismal que revela el poder supremo de la palabra. García Baena se eternizó gracias a una libertad creativa que no era impostada. No hurgó en métricas nuevas ni blanqueó su versos con la intención de trascender a través de las formas. Como defiende Mantero, la poesía no tiene cadenas. Lo que hizo el cordobés fue huir de cualquier estilo que no fuera el suyo y, sin darse cuenta, creó un estilo que tampoco era suyo, sino del Hombre. Porque su poesía es constantemente un espejo. A veces barroco, a veces surrealista. A veces también desabrido. Pero siempre hermoso. Y siempre desgarrador. Yo no he podido nunca terminar un poema de García Baena y seguir leyendo el siguiente. Jamás. Por eso la muerte no va a despertarlo durante el rito españolísimo de la loa fúnebre. La muerte es en un genio de esta categoría un simple capítulo más. Una ocasión para la exaltación prosaica, para el relleno biográfico, que siempre lo asocia al grupo Cántico como quien anuda los cordones de sus zapatos: mecánicamente. Pero Pablo García Baena es mucho más que un poeta local. Juan Bernier y Ricardo Molina ganaban mucho más en ese equipo que él, siendo ambos unos poetas de innegable importancia.
Lo que quiero decir es que García Baena es uno de esos artistas que cambia el género al que pertenece. Los buenos, lo mejoran. Los excelsos, lo transforman. Por eso entre las velas de su entierro me pregunto con sus propios versos de «Antes de que el tiempo acabe»: «¿no será esta la noche del balance, / noche de la balanza donde arrojes tus días, / los mortales obsequios oferentes, / solitario, pobre, casi cincuenta años, / tímido, huraño, callado y sonriente / Pablo García Baena?». Lo único que puedo decir es que «en estos días hay que gritar hasta que los espejos caigan hechos puñales». Y nos atraviesen de nostalgia. Porque, cuando termine esta muerte, ¿cómo va a despertarse la poesía? ¿En qué bosque viviremos?