Cautivos del mal
Cada dos años, David y Louise Turpin solían renovar sus votos matrimoniales en una de esas capillas de Las Vegas que cuentan con un imitador de Elvis Presley para amenizar las bodas. Vestidos de fiesta, uniformados de pies a cabeza, los Turpin aparentaban ser una pareja normal, con una prole bastante numerosa y de aspecto clónico, pero sin levantar sospechas, ni siquiera en Perris, la localidad californiana en la que se escondían. Todo se vino abajo cuando una de las hijas, de diecisiete años, pidió ayuda tras escapar de un hogar convertido en prisión. En el interior de la vivienda, la Policía halló a otros doce cautivos, encadenados, rodeados de suciedad e inmersos en un ambiente que los agentes tacharon de nauseabundo. Pese a su aspecto infantil, el mayor roza la treintena. La menor solo tiene dos años, y todos comparten la apariencia de niños que cultivaron sus padres, detenidos el pasado domingo. Además de física, la inmadurez de los hijos de David y Louise Turpin fue advertida por sus vecinos en las contadas ocasiones que tuvieron oportunidad de verlos en la calle. Su comportamiento asocial y ausente era una señal, imperceptible, de la tragedia que protagonizaban. «No nos dimos cuenta, indiferentes ante el hecho –reconoció ayer una vecina– de que nueve niños nunca hicieran ruido».