El fabulador de los mapas de Etruria
El escritor repasa su trayectoria literaria desde su biblioteca en el barrio de Los Remedios pero también recuerda otros lugares de su vida: San Ildefonso, el Madrid del Café Gijón o el Aljarafe, convertido en el territorio literario de Etruria
Bautizo Iglesia de San Ildefonso. Señor Cautivo, frente al convento de San Leandro. En la madrugada se podía escuchar las voces de las monjas cantando. Barrio recogido y tranquilo». Describe su infancia como el arranque de una novela que llevara dentro el estremecido latido de unos relojes blandos. Frases como pinceladas de un cuadro impresionista.
Julio Manuel de la Rosa es un hombre dentro de una biblioteca. Un hombre forjado con fragmentos literarios. El aire que le corre es puro Faulkner, Proust se le adivina en el pulso, Thomas Mann aguarda en las articulaciones, Joyce se esconde en las esquinas del alma. Y la luz es Cernuda. A Cernuda le ha dedicado memorables pasajes. Quizás es la luz cernudiana que entra por su biblioteca. Una luz blanca e invernal en el barrio de Los Remedios, en la calle Virgen de Luján. Una luz de barrio nuevo y a la vez viejo, frontera de luces híbridas.
Julio Manuel de la Rosa es una referencia en la Literatura española, uno de esos autores que han forjado una sólida trayectoria a base de calidad y voluntad narrativa. Entre sus obras están «Etruria», «El ermitaño del rey», «Los círculos de noviembre» o «Guantes de seda» con las que obtuvo los premios Sésamo de Novela Corta, Ateneo de Valladolid, Diputación de Córdoba y Andalucía de la Crítica. Ahora acaba de publicar la nouvelle «La última batalla» (Anantes) con el telón de fondo de la batalla de Stalingrado y donde hace un inquietante retrato literario de todas las guerras.
Y sigue apuntando pinceladas de su brújula biográfica: «Aljarafe. Sanlúcar la Mayor. Casa Grande, llamada «casa de la Cilla», donde la Iglesia guardaba en los altos graneros los diezmos y primicias. Infancia. En el silencio estival, de 1955, escribe su primer cuento, «Teresa», que será publicado en la revista universitaria «Pasarela» y donde aparece por primera vez el espacio narrativo de Etruria».
Porque Julio Manuel de la Rosa es Etruria y Etruria es Julio Manuel de la Rosa. Un territorio literario semejante al condado de Yoknapatawpha de Faulkner, el Macondo de García Márquez o la Argónida de Caballero Bonald. La Etruria de Julio Manuel de la Rosa se podría identificar con el Aljarafe, aunque en realidad es una geografía de la memoria. «Desde el primer cuento de 1955 pensé en esa literatura que parte de lo regional para llegar a lo universal. Me daba horror caer en el llamado costumbrismo, a pesar de que son dos territorios separados por un latido fundamental: la voluntad de estilo».
La prosa sensorial y profunda del escritor se cuela en su conversación. Ahora recuerda sus años madrileños con frases como acotaciones teatrales: «Café Gijón. En una mesa, entrando a la derecha. Invierno de 1957. Tertulia matinal de narradores. Ignacio Aldecoa le dice: «Deberías leer inmeditamente «Pedro Páramo», de Juan Rulfo».
Aparecen entonces Rulfo, Faulkner, Pessoa, Proust o Joyce. De la Rosa pertenece a la Hermandad de Joyceanos de Sevilla que tantas veces ha celebrado con cerveza y riñones el Bloomsday. «Si algún día Dublín desaparece, bastaría la literatura de Joyce para reconstruir hasta en sus olores». ¿Y Sevilla? ¿Estará a resguardo de la memoria en sus libros? Él apunta, sin embargo, «Ocnos» de su admirado Cernuda mientras desgrana recuerdos curiosos como la anécdota de la agenda telefónica del poeta que tenía Fernando Ortiz. «En la lista, junto al nombre de alguna gente había una cruz, quizás por enemistad. Era un hombre difícil que había sufrido mucho. Es el ejemplo del carácter como destino. Tengo «Ocnos» como un libro ético y de cabecera», confiesa.
Territorio Etruria se podría identificar con el Aljarafe aunque sea geografía de la memoria