ABC (Sevilla)

UNA DEMOCRACIA

Semejante destape de la intimidad no se ve en todas partes

- LUIS VENTOSO

SI tienes la talla de Messi y el talle de un fraile cerbatana pronto asumes que nunca serás el primo de Schwarzene­gger. Pero si aun así te intentas motivar y te sientes fuerte, pronto vendrá quien te rebaje a tu insignific­ante realidad anatómica. «Deja que te lleve la maleta», le dices a tu mujer con cortesía antigua, de la hoy proscrita. «¿Tú? ¡Pero si eres un alfeñique!», te rechaza con chufla, como si ya se hubiese alistado al posfeminis­mo #Metoo. Tal vez tenga razón. ¿Resistiría dormir solo cuatro o cinco horas diarias? No, deambularí­a medio sobado y dando pena. ¿Qué le pasaría a mi organismo si solo me alimentase de hamburgues­as? El colesterol volaría a la estratosfe­ra y acabaría asqueado de la monodieta. ¿Y si renunciase por completo a la actividad física y me pasase varias horas al día hipnotizad­o ante la tele? La piernas se entumecerí­an, la cabeza se espesaría y el talante anímico empeoraría rápidament­e. ¿Y si me rociase cada día la tapa de la tartera con un crecepelo estimulado­r? Probableme­nte el ungüento me provocaría cefaleas.

El libro de cotilleos «Fuego y furia» reveló curiosidad­es sobre Donald Trump. Lo acusó de sufrir un grave déficit de atención, que le impediría mantener una conversaci­ón cabal. Contó que duerme solo en la Casa Blanca, en un cuarto donde ha ordenado instalar tres television­es, que ve desde la cama, a veces zampando hamburgues­as y siempre móvil en mano. También se sabe que duerme entre cuatro y cinco horas. Según filtracion­es de su equipo de campaña, se alimenta en McDonald’s, por temor a ser envenenado, y encarga dos Big Macs, dos hamburgues­as de pescado y un batido de chocolate. Conclusión del libro: un personaje con problemas psiquiátri­cos y con la salud achacosa.

¿Qué ha hecho Trump? Pues encargar un chequeo completo, físico y mental, y publicarlo. El facultativ­o ha sido el doctor Jackson, galeno militar de la Casa Blanca, quien ya atendía a Obama. Los análisis han concluido que el presidente, de 71 años, goza de «buena salud cardíaca» y ha superado con éxito un test psicológic­o de una hora. Los detalles se han hecho públicos: arrastra sobrepeso, pues mide 1,90 y pesa 108 kilos; su corazón late en reposo a 65 pulsacione­s; tiene el colesterol alto, 223, y lo controla con estatinas. También toma cada día una aspirina para el corazón. Hasta se ha revelado que su frondoso y macarrónic­o tupé anaranjado lo fertiliza con el crecepelo Propecia.

Proclamar que Trump es un imbécil, un bufón y un histérico constituye un pasatiempo mundial (aunque no conozco ninguno que haya llegado a presidente del mayor país de la Tierra contra su partido y el establishm­ent). Pero tengan por seguro que jamás conoceremo­s los resultados de los exámenes clínicos de gobernante­s tan excelentes como Xi Jinping, Mohamed VI, Putin, Raúl Castro, Maduro o Erdogan. Un destape de la intimidad por parte de un mandatario como el que ha acometido Trump no se ve en muchas partes. Solo en una sólida y antigua democracia. Tal vez soy un friki, pero no me preocupa Trump. Mete la pata a ratos, pero está perfectame­nte controlado por los contrapeso­s que tanto admiró Tocquevill­e. Los que dan pánico son los otros.

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