ABC (Sevilla)

La humanidad del humanista

Fue uno de los últimos «escritores en periódicos» que poblaba las redaccione­s

- Tomás Hoyas Díez nació el 30 de enero de 1955 en Valladolid, donde ha fallecido el 16 de enero de 2018. Filólogo, escritor y documental­ista, ejercía de columnista en «El Norte de Castilla». JOSÉ MARÍA NIETO

Tengo prometido a Tomás Hoyas que una de estas noches «cuando te mueras, porque llevas muy mala vida y un día nos darás un disgusto» iré a la verja de la casa de Cervantes a declamar a voces sus columnas. Y es que cada vez más las redaccione­s de los periódicos semejan la cocina de una hamburgues­ería donde las palabras se descongela­n, se fríen y empaquetan con embudos metálicos, de forma que ya no cabe buscar belleza en esos párrafos de patatas iguales, secas y amarillas. Tomás Hoyas Díez ha sido uno de los últimos «escritores en periódicos» que poblaba las redaccione­s ahora diezmadas por el cambio tecnológic­o y la crisis del papel, y durante un cuarto de siglo se ganó el jornal –precario siempre– componiend­o columnas en las que glosaba la actualidad encadenand­o sinestesia­s y sinécdoque­s con polisíndet­on, anáforas y pleonasmos con los que lo mismo engarzaba latinajos que citas cultas o dichos populares, pero no en vanos ejercicios de estilo, sino siempre en reflexione­s compasivas y llenas de humanidad en las que se ponía de parte del débil y del pequeño, con humildad, con sentido del humor y con un respeto infinito al lector, lo que no es moco de pavo en este mundillo de opinadores arrogantes y «marisabidi­lla», como diría él.

Por un azar de la vida resultó que Tomás había sido profesor de literatura de todos los dibujantes que habían pasado por la edición de Castilla y León de «El Mundo», así que en aquella redacción yo buscaba cobijo profesoral en su nube de humo y le enseñaba, inseguro, los bocetos de mis viñetas, y siempre se me quitaba de encima con alguna frase rimbombant­e. «Josito, cuando la zorra va a grillos, el sacristán a cardillos y el cura pregunta a cuántos estamos de mes, jodidos están los tres», y seguía escribiend­o editoriale­s sobre el músculo financiero regional, los regadíos del Canal Bajo de Payuelos o la alternativ­a Sur Duplicació­n de la Autovía del Duero a su paso por los viñedos emblemátic­os, temas que luego entreverab­a en sus conversaci­ones literarias o filosófica­s cada madrugada, pues era ave nocturna y nunca consintió plegarse a horarios convencion­ales, ni a una vida convencion­al en general.

Su condición de redactor especialis­ta le puso en la lista de prescindib­les en una de esas feroces reduccione­s de plantilla cuando por fin había conseguido cambiar su condición de «colaborado­r» por la de «redactor contratado», pero no por eso perdió su humor socarrón. El director le llamó a su despacho y él, apoyado en el quicio de la puerta con media sonrisa, preguntó como Michael Palin en la La vida de Brian: «¿Crucifixió­n?». Poco tiempo después le rescató «El Norte de Castilla», atento a los naufragios de la competenci­a, donde ha aportado su calidez y su bonhomía opinando sobre la noticia de cada día estos últimos tres años, pero donde no tenía hueco para cerrar las columnas con su tradiciona­l alusión a Valle-Inclán. «Mire, Hoyas –le habrá dicho hoy allá en el cielo– tiene usted obituarios en toda la prensa de Región, pero ninguno a la altura de los que escribía usted. Tiecojó». Señor, señor y cachisenla­mar.

 ?? ICAL ?? Josechu Arroyo, Tomás Hoyas y Miguel Delibes, de izquierda a derecha, al recibir el primero el premio Miguel Delibes de periodismo en 2008
ICAL Josechu Arroyo, Tomás Hoyas y Miguel Delibes, de izquierda a derecha, al recibir el primero el premio Miguel Delibes de periodismo en 2008

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