La vida es eso que pasa mientras juegan Isner y Anderson
LA elección de tema para un artículo suele ser para el comentarista deportivo un asunto de mero trámite, porque si no existe ningún asunto especialmente destacable, habla por ejemplo de lo que le pasó al bajar a comprar el pan para el almuerzo cuando John Isner y Kevin Anderson empezaban a pelotear en los preámbulos de su semifinal de Wimbledon. No era el caso ayer, porque una noticia despuntaba sobre todas las demás. Tan firme tenía la decisión, que ni siquiera me desconcertó el empecinamiento del vecino del 6B en preguntarme quién sería el máximo perjudicado por la marcha de Cristiano Ronaldo a Turín: «Pues el cámara de Cuatro, que se apostaba todos los días en la puerta de Valdebebas para sacar al portugués entrando y saliendo en su coche y que se quedó sin trabajo». Ni se me ocurrió que fuera tema de comentario, como sí hubiera ocurrido de inquirirme por las idas de Rubén Castro y de Clément Lenglet, asaz interrogante del conserje. El canario, le dije, es una de las trece barras del escudo bético en el siglo XXI, mientras que el francés no ha pasado de ser el código de barras de un gran pelotazo económico. Me gustó eso de las barras y decidí que me llevaría dos de la panadería, algo que recité como un mantra no se me fuera a olvidar sin percatarme de que justo antes de llegar a ella, en la puerta del VAR donde nos van a emborrachar los mosqueteros arbitrales de Luis Rubiales en la Liga, estaba el responsable de la ORA para echar unos minutos hablando del nuevo seleccionador, un Luis Enrique al que Tassotti con su codazo convirtió en figura de malajismo y amigo del catalanismo más supremacista. Menos mal que me rescataron los colegas del barrio para tomarnos unas cervezas. Brindamos por el sí de William Carvalho, que nos tenía acongojados y de lo otro con su paciencia al escucharse, y echamos unos euros apostando por el nuevo fichaje del Sevilla, si Caleta-Car o Bakayoko o Álex o Campanal II. Y así, hablando de cosas intrascendentes y no de lo importante, se me olvidó comprar el pan y al volver a casa con el sol ya cuesta abajo, Isner y Anderson (6,35 horas, 24-22 en el quinto set) seguían peloteando. Rafa Nadal y los carbohidratos podían esperar.
Rubén es una de las trece barras del escudo bético en el siglo XXI, mientras que Lenglet no ha pasado de ser el código de barras de un gran pelotazo