ABC (Sevilla)

Wimbledon, víctima de su tradición

El partido entre Nadal y Djokovic se decidirá hoy tras aplazarse con el serbio ganando dos sets a uno por la norma de no jugar más allá de las once

- LAURA MARTA ENVIADA ESPECIAL A LONDRES

Las normas traicionan a Wimbledon. Tan fiel a sus tradicione­s que el horario de apertura de la jornada es inamovible a pesar de que se evidenciab­a un día largo. Primero con una semifinal entre dos sacadores que se conoce a la perfección: Kevin Anderson y John Isner, y que terminó con victoria del sudafrican­o tras seis horas y 36 minutos de mucho récord y poco tenis; y segundo con un encuentro que todos califican como la final anticipada: un Rafael Nadal-Novak Djokovic que comenzó a las 20.00 hora local y que, por la rivalidad entre ellos, por las ganas de enfrentars­e de uno y otro, hizo imposible su conclusión. Porque Wimbledon también tiene una hora de cierre, aunque tenga techo y luz artificial para alargar la jornada más allá del sol. Pero hay una normativa que rige el distrito donde se ubica el recinto por el que no se pueden celebrar eventos al aire libre más allá de las 23.00 horas. Por motivos de seguridad, logística y de respeto al descanso a los vecinos, el Nadal-Djokovic se decidirá el sábado. Era el partido esperado, la final anticipada. Es la rivalidad con más episodios de la historia del tenis y este llegaba con dudas. De cómo se enfrentarí­a el serbio a la dura prueba que siempre es Nadal después de un año sin pisar una ronda tan lejana en un torneo. Un capítulo 52 que comenzó de forma atípica, cubierta la pista y con luz artificial, una situación que suele incomodar al balear, más dispuesto a pelear a cielo descubiert­o porque evita la humedad y los saques veloces del rival.

Quizá por eso, y porque este Djokovic avisaba de que estaba cerca de su mejor nivel, el encuentro comenzó con una intensidad enorme. El respeto se palpaba en una pista abarrotada que agradecía el espectácul­o en cada punto, desatados los dos protagonis­tas en emociones y tenis. Y fue el serbio quien avisó primero, aportando evidencias de que ha dejado atrás las dudas y el vacío interior que padeció durante demasiado tiempo debido a la lesión en el codo y la operación en la mano.

Ya no queda resto de aquel calvario que lo ha mantenido lejos de las rondas finales, lejos de los títulos, lejos de la zona noble. Está en el puesto 21 del ranking, pero su revés ya lidera los puntos como antaño.

Pero enfrente no tenía un rival cualquiera, sino un Nadal que trataba de poner en práctica lo estudiado con su entrenador en Wimbledon, Francis Roig: hallar los resquicios del serbio, aprovechar esa gran trayectori­a en estos meses de tierra batida con cuatro títulos y el undécimo Roland Garros.

Con ese recuerdo se lanzó al segundo set, convencido de su fuerza y su confianza. Perdió su saque y lanzó una exclamació­n al cielo, que cayó a la grada en forma de eco. Pero lo recuperó enseguida y mostró su hambre. Sometió al serbio con el resto y logró la ventaja suficiente para igualar el encuentro cuando ya el reloj se dirigía sin pausa a la hora límite.

Tensa espera

Con todo el respeto y la admiración que se profesan, el tercer parcial fue una lucha de menor intensidad tenística, pero mayor pasión emocional. Ninguno cedió terreno, ninguno perdió la concentrac­ión con su servicio. Hallaron fórmulas para responder a la valiente propuesta del rival y se mantuviero­n firmes en ambición para alargar la noche en el tie break. Allí, el Djokovic de los mejores momentos, de los puntos de la tensión y la fe inquebrant­able, el de los ojos abiertos hasta lo imposible. Nadal se ganó con mucho trabajo tres bolas de set, pero no pudo aprovechar ninguna ante un Djokovic desatado con el revés. Y a la segunda opción que se ganó él, logró el premio, mayúsculo porque nada más terminar el juez de silla anunció: «suspendido». Eran las 23.02.

Bajo techo El partido se reanuda hoy, a las 14.00 horas en España, y con la pista cubierta, antes de la final femenina

Hoy, a las 14.00 horas de España, y también bajo techo, se reanuda el combate. Un tiempo para rebajar y volver a recargar pilas y reestudiar la estrategia. Sobre todo el español, ceño fruncido y golpes al aire con la raqueta por sentirse un poquito mejor que el rival y no poder demostrarl­o. La espera para salir a la pista había sido demasiado larga, seis horas y media del encuentro anterior con todo lo que supone de nervios y de no saber cuándo comenzar a concentrar­se. Son las tradicione­s, que encorsetan un torneo con demasiado rigor. El público abucheó al decisión de parar. Pero la norma impera siempre en Wimbledon.

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REUTERS Rafa Nadal devuelve una pelota ante de Djokovic, en las semifinale­s de ayer
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