ABC (Sevilla)

LA IGLESIA

- FERNANDO SECO

EN España cuando hablamos de la Iglesia, nos referimos a la Iglesia Católica. Una institució­n de dos mil años de antigüedad que fue fundada por Jesucristo y que puso a su cabeza a los 12 apóstoles, aquellos primeros que siguieron a esta persona hebrea, la más escrita y más amada en la historia de la humanidad. La religión cristiana precisamen­te, tiene en Jesucristo, al centro de su doctrina. Quien le ame y siga sus palabras, vivirá eternament­e con Él en la vida que empieza después de la muerte del cuerpo. Esta es una de sus principale­s promesas y la razón por la que dejó en esta tierra a la Iglesia, para ayudar a los hombres a alcanzar lo que comúnmente llamamos el Cielo o la felicidad eterna.

Es la Iglesia, por tanto, una institució­n no creada por hombres sino por el mismo Jesucristo, Dios y hombre verdaderos, a los ojos de la fe católica. A la Iglesia pertenecen todos aquellos bautizados, no solo sacerdotes y religiosos. Los sacerdotes o curas —llamados así porque parte de su misión es la cura de almas— son el hilo conductor de los primeros apóstoles que no se ha interrumpi­do en estos XX siglos de existencia. Como entonces, en la Iglesia se preserva la tradición de los primeros cristianos y la doctrina de Jesucristo. Algo que correspond­e a todos los bautizados, aunque sean los descendien­tes de los apóstoles sus administra­dores. Doctrina y tradición que no pueden cambiar, aunque sí evoluciona­r conforme evoluciona el hombre.

Los sacerdotes —algunos llegan a obispos, el mismo ministerio de los apóstoles— viven para los demás católicos y personas sin distinción de raza, sexo o religión. Son personas señaladas por el mismo Jesucristo —eso es la vocación— para servir a los demás y ayudarlos a alcanzar la felicidad en esta vida y en la eterna siguiendo las enseñanzas del primer Maestro. Sin rebajarlas, ni modificarl­as a su antojo, ni menos manipularl­as. Son personas entregadas de por vida a esta misión y durante todos estos siglos han hecho mucho bien a millones de personas, incluso a costa de su propia vida.

Es una falsedad acusar a la Iglesia del mal proceder de algunos ministros, porque en la Iglesia todo lo que hay es bueno. No tiene más que leer el Evangelio o el Catecismo. Generalmen­te se la acusa por ignorancia o malicia. Evidenteme­nte, entre los católicos y entre los sacerdotes siempre habrá quien no se comporte con rectitud, porque los hombres y las mujeres no somos perfectos. De hecho, existe en la Iglesia un sacramento —signo sensible instituido por Jesucristo— que es la confesión, por el cual se nos perdonan nuestras faltas e imperfecci­ones, y se nos da la ayuda para evitarlas en el futuro. Pero si la Iglesia ha permanecid­o en el tiempo, lo ha hecho a pesar de los hombres y solo porque está sustentada por el mismo que la fundó. Si lo analizan, si lo estudian un poco, verán que la Iglesia ha hecho y sigue haciendo mucho bien, porque no mira a este mundo, sino al venidero, ambos basados en el Amor, con mayúsculas. No hay nada igual.

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