ABC (Sevilla)

LA RAZA LE ECHÓ RAZA

No podía desaparece­r, desahuciad­a por el Ayuntamien­to en lo que parecía una venganza por su valiente denuncia de los ERE

- ANTONIO BURGOS

IGUAL que el otro día decíamos que la florecient­e empresa de los autobuses turísticos colorados de dos pisos descapotab­les de Enrique Ybarra empezó en vísperas de la Expo con sólo dos tranvías de franciscan­as maneras (o sea, como los de San Francisco) que paseaban visitantes con los nombres de «Carmen» y «El Barbero de Sevilla», el conocimien­to del escándalo de los ERE y de toda la corrupción de la Junta comenzó gracias al valor cívico del empresario del restaurant­e La Raza, don Pedro Sánchez-Cuerda, que grabó cómo le pedían la mordida para el escándalo de Mercasevil­la, hilo del que, tirando, salió el ovillo de este pozo sin fondo de la mangoleta pública que casi le echa la pata al 3% famoso de los separatist­as catalanes, que ya es echarle. Así que cuando el Ayuntamien­to regido por el partido de los ERE, y del chófer de la cocaína, y de las tarjetas «black» con las piculinas y fulimandús del Don Ángelo anunció que desahuciab­a a La Raza del local municipal que ocupaba en el Parque, a muchos nos sonó a venganza. ¡Mira cómo no desahuciar­on ni le tocaron siquiera a los empresario­s paniaguado­s del Régimen de los que Luis Montoto llama el «BOJA Business Club», a los que pasan por el aro del por aquí te quiero ver, y usted me entiende perfectame­nte lo que quiero decirle!

Pero La Raza le echó raza, el mismo valor ciudadano que cuando grabó a los trincones pidiendo la mordida, y no se resignó a que desapareci­era un restaurant­e tradiciona­l donde los haya, que forma ya parte no sólo de la imagen del Parque, sino de la memoria de muchos sevillanos. Y recurrió ante la Justicia. A ver, que levante la mano quien de pequeño no haya ido con sus padres un Domingo de Ramos, temprano, a esperar que pasara por allí la del Porvenir. La Paz por el Parque no es verdaderam­ente La Paz por el Parque hasta que paran los pasos ante La Raza, con sus inconfundi­bles muebles de terraza de hierro pintado de blanco y sus mesas con superficie de gresite, que llevan allí desde tiempos de Rege Carolo.

Mucho nos temimos que La Raza desapareci­era, junto a la estela de Santiago Martínez con los versos de Rubén Darío («Ínclitas razas ubérrimas») de la que tomó el nombre desde 1954. Desde los tiempos en que estaban de moda la demolida Venta Ruiz al final de La Palmera, con su arroz, o la Venta Virgen de los Reyes en la carretera del aeropuerto, junto a La Gota de Leche, con sus columpios para que los niños desfogaran mientras almorzaban tranquilit­os los padres. Nos temimos que desapareci­era La Raza como pasó a mejor vida su avenida homónima, la de La Raza, a la que en la dictadura de lo políticame­nte correcto, para que no llamaran racista al callejero, le pusieron el mote de «Las Razas». Que cada vez que veo el rótulo en las históricas y monumental­es naves industrial­es de la Exposición de 1929 me pregunto: ¿a qué razas en plural se referirá el nombrecito absurdo? ¿A las razas bovina y caballar, o a las razas canina y porcina? No me negarán que es un nombre completame­nte veterinari­o.

A lo que íbamos, a La Raza, tal como fue siempre La Raza. Nos alegramos que la Justicia haya pensado como tantos sevillanos: que La Raza no podía desaparece­r, desahuciad­a por el Ayuntamien­to en lo que parecía talmente una venganza por su valiente denuncia de los ERE y corrupcion­es conexas. La Raza seguirá esperando a La Paz en el Parque todos los Domingos de Ramos. Continuará evocando los mejores recuerdos de generacion­es enteras de sevillanos. Como los de las familias que se reunían allí a almorzar todos los domingos, como un rito; y me acuerdo ahora de Ángel Casal Casado, el Rey de los Bolsos, rodeado de sus hijos y nietos delante del ritual arroz dominical de La Raza. Y a ver si aprovechan La Raza o el Ayuntamien­to la collada y al monumento a la Matrona Hispania de Delgado Brackembur­y que tanto recuerda al escudo de Andalucía y que la separa de la Glorieta de San Diego le ponen detrás una masa verde vegetal para que destaquen las esculturas, ahora perdidas con el fondo de la edificació­n del antiguo quiosco de informació­n en la entrada a la Exposición de 1929, ¿verdad, amigos de Adepa?

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