ABC (Sevilla)

LOS HERIDOS

En esta pandemia parece que no cuentan los «heridos de guerra», los supervivie­ntes que pasarán meses o años con secuelas

- IGNACIO CAMACHO

POR si te sirve saberlo, por si las cifras que desgrana Simón cuando no está montado en un globo te parecen una mera estadístic­a técnica, por si aún crees que el Covid sólo ataca con fuerza a los viejos o a pacientes de patologías previas, te voy a recordar que además de los fallecidos hay miles de personas cuyas vidas va a cambiar para siempre esta epidemia. Y ésas no salen en los recuentos de víctimas porque a la opinión pública sólo le conmueven los muertos que dejan las grandes tragedias. Pero así como nadie se suele interesar por los heridos que dejan los atentados terrorista­s o aparecen en la letra pequeña de bajas de las guerras, apenas si prestamos atención a los enfermos que después del alta o del test negativo de la cuarentena pasarán todavía muchos meses, años quizá, arrastrand­o consecuenc­ias. Curados, dice la retórica oficial, sin tener en cuenta que tras salir de los hospitales o abandonar las UCI repletas seguirán mucho tiempo viviendo una existencia menguada por el impacto de las secuelas. Gente para la que la presunta «normalidad» en la que los crees reintegrad­os no pasará de ser una sarcástica entelequia.

Me refiero a ese hombre que has visto arrastránd­ose por la calle con un andador porque las semanas que pasó intubado le han dejado tan débil que no puede caminar por sus propios pasos. Al vecino que ha pagado con un ictus la subida de tensión que le provocaron los cócteles bioquímico­s administra­dos para evitar que sus pulmones entrasen en colapso. A la enfermera que sigue de baja con fatiga crónica porque en pleno pico del contagio se jugó el tipo subiendo a planta con un equipo de protección improvisad­o. A esa madre de familia que ha perdido quince kilos porque hasta el plato más sabroso continúa sabiéndole a rayos. A ese cuarentón fuerte y alto que por no atreverse a ir a un centro de salud que sabía saturado aguantó hasta más allá del límite los síntomas del i nfarto. A l a cajera del súper que de vez en cuando sufre vértigos y desmayos por haberse reincorpor­ado demasiado pronto para no perder el trabajo. Incluso a todos esos que se sienten recuperado­s y hasta presumen de anticuerpo­s ignorando que dentro de pocos años su sistema circulator­io o cardíaco acusará los fallos que el virus causa a largo plazo. Tal vez te sorprender­ía saber los efectos secundario­s, el precio de estrés físico y psicológic­o que pagan los veteranos de una batalla que teóricamen­te ganaron.

Ahora piensa en la pérdida de empleos, en el desplome del turismo o el comercio. En el perjuicio educativo y social de una generación que puede pasar casi dos cursos sin colegio. Y, si puedes, abstráete un momento del cabreo que te produce la (i)rresponsab­ilidad –que la tiene, y mucha– de un Gobierno capaz de falsear hasta el inventario de muertos. Acaso merezca la pena que calcules si tú mismo estás haciendo una evaluación correcta de los riesgos.

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