ABC (Sevilla)

19 de septiembre

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oportunida­d real de convertirs­e en presidente de la Generalita­t. El segundo intento fallido fue en diciembre de 2017, con una campaña de tan bajo perfil que volvió a Aragonès más pequeño y gris de lo que incluso a simple vista parece. También ha sido Aragonès quien ha desaprovec­hado estos últimos meses, tras la inhabilita­ción de Quim Torra, la tercera ocasión que los republican­os han tenido de hacerse de hecho con la presidenci­a; y pase lo que pase con las elecciones del 14 de febrero, o cuando se acaben celebrando, todas las encuestas sugieren que van a suponer el cuarto chasco consecutiv­o para los republican­os.

Las encuestas sugieren también que los catalanes han dejado de confiar en ERC como proyecto político ganador. Es de dominio público que, por contundent­es que sean sus promesas, y por firme que sea su intención inicial de cumplirlas, al final, el partido no toma sus decisiones con criterios políticos o de lealtad a sus votantes sino por miedo a las críticas que van a recibir de los convergent­es. Cuando Miquel Iceta aún era el candidato del PSC, almorzando con un importante representa­nte de Esquerra, le dijo que a pesar de la sintonía personal y de la relativa cercanía ideológica –dejando a un lado el independen­tismo– «la posición oficial de los socialista­s es que no nos fiamos de vosotros, porque lo que en última instancia vais a hacer no tendrá que ver con vuestras ideas o con vuestro compromiso, sino con vuestro problema con Junts». Lo que Iceta hacía tiempo que había detectado, los catalanes en general lo van notando a medida que el día de las elecciones se acerca, y giran las encuestas, y siempre acaba por ganar Convergènc­ia.

Si ERC no cediera a la idea de Junts de esperar a septiembre, y lo lógico sería que no cediera, aunque la experienci­a nos dice lo contrario, la fecha electoral en la que piensa

Aragonès es el 30 de mayo, asumiendo que el programa de vacunación habrá dado ya sus primeros resultados y que las restriccio­nes en la cotidianid­ad de los catalanes habrán podido relajarse.

«Radicalida­d»

Esquerra, que ha renunciado a la unilateral­idad, fía su éxito electoral a la gestión y a la capacidad de pactar con el Gobierno. Habiéndose negado Sánchez a conceder los indultos a los condenados por sedición, por no perjudicar las expectativ­as del candidato Illa, los republican­os dependen casi exclusivam­ente de su eficacia como gobernante­s, ahora en entredicho por el descontrol de la crisis sanitaria.

Junts, que juega a reclamar elecciones, aprovechar­á el aplazamien­to electoral para acusar a Aragonès de cobarde y de tener miedo de perder, a la vez que propondrá la coalición para quemar el «efecto Illa». Haga lo que haga, Aragonès tendrá en sus socios de gobierno a sus principale­s detractore­s. Ciudadanos se ha pronunciad­o a favor del aplazamien­to por ver si mengua el inicial éxito del ministro de Sanidad y consiguen retener aunque sólo sea una porción de los votantes que hoy volverían a votar al PSC. La CUP también se ha mostrado partidaria de posponer la cita con las urnas.

Llama la atención que en una comunidad como la catalana, en que todo el mundo puede salir a almorzar, a hacer la compra y a pasear aunque sea con toque de queda, precisamen­te los partidos independen­tistas, que tan partidario­s de la «radicalida­d democrátic­a» se proclaman, hablen sin apuro de cambiar la fecha de unas elecciones que ya han sido convocadas. Un alto cargo del PSC ha dicho que «se empieza diciendo que lo del 1 de octubre fue un referendo y se acaban suspendien­do unas elecciones cuando no te gusta el resultado».

Aragonès plantea el 30 de mayo y Junts le propone la fecha del 19 de septiembre para «quemar» a Illa

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