ABC (Sevilla)

TELEGRAMAS

El telegrama ahora ha mutado en el terrible burofax de los grandes sustos

- ANTONIO BURGOS

LOS telegramas que revelaba Javier Rubio y que llegaron a la Alameda desde Talavera por el fúnebre teletipo de los crisantemo­s y los cuatro blandones encendidos anunciando la muerte de Joselito el Gallo por la cornada de «Bailaor» me hacen pensar en lo que en un siglo, o en menos, hemos avanzado en comunicaci­ones inmediatas. De haberse producido ahora, la cogida mortal de Joselito, como pasó con la de Paquirri en Pozoblanco, se hubiera conocido de inmediato. No sólo por la radio, que seguro que «Carrusel Taurino» la habría dado en directo, sino por los informador­es espontáneo­s de las redes sociales. E incluso algún espectador de Talavera habría subido a Instagram, Twitter o Facebook el vídeo de su teléfono móvil de la mortal cogida, luego cantada en romances y coplas, hecho José, Rey de los Toreros, el mito del joven héroe muerto ante el enemigo.

Podría hacerse una pirámide de edad con los telegramas. Los más jóvenes no conocen los telegramas. No han recibido un solo telegrama en su vida. No han visto llegar al repartidor con los celestes

Fe de ratas papeles doblados que eran como palomas mensajeras de las malas o las buenas noticias, abiertos sus pliegues entre nervios para ver qué nos comunicaba­n. A veces con eufemismos estereotip­ados, como el muy conocido heraldo edulcorado de la muerte familiar: «Padre muy enfermo, ponte en camino». Los telegramas se pagaban según el número de palabras. Sí, eran como un precedente del ahorro de letras y de sílabas en los mensajes por SMS de los chaveles. Se suprimían los artículos, las preposicio­nes, se recurría a los pronombres enclíticos para ahorrar palabras y pagar menos. Así se decía que Azorín tenía un «estilo telegráfic­o». Ay, aquellos telegramas rellenados a plumilla con tinta mojada en los tinteros que había en el patio de operacione­s de Correos de la Avenida, el edificio que inauguró Martínez Barrios como ministro de Comunicaci­ones de la II República. Correos no era Correos a secas. Era Correos y Telégrafos. Cuerpo por cierto el de Telégrafos de vieja tradición republican­a, por lo que podemos decir que Martínez Barrios, cuando vino a inaugurar Correos y Telégrafos, llegó a favor de querencia.

Que levante el dedo quien siga recibiendo o poniendo telegramas. Nadie. Telegramas, que yo sepa, ya sólo los ponen Javier Benjumea o el Duque de Alba, y lo digo por sus puntuales felicitaci­ones el día de San Antonio. Para poner telegramas yo creo que ya no existe ni el utilísimo Telebén, servicio de telegramas por teléfono. Cuando se inauguró el Festival de Benidorm en 1959, la primera canción ganadora, cantada por la chilena Monna Bell, fue «Un telegrama», de los hermanos García Segura. Ya hasta esa canción es pura arqueologí­a de las nuevas tecnología­s inmediatas. El telegrama ahora ha mutado en el terrible burofax de los grandes sustos. Ese sí que nos trae malas noticias, y no como el de Monna Bell, donde, con la mirada, nuestra novia nos ponía un telegrama diciendo que nos quería.

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