ABC (Sevilla)

PEQUEÑOS DIOSES

Nada tiene más fracaso que el fracaso. Y el de Donald Trump ha sido sonado. Aunque el futuro es más impredecib­le que nunca

- JOSÉ MARÍA CARRASCAL

NO descarten ustedes que Donald Trump intente convertir su desgracia en gloría. A gentes como él, con un ego tan grande como escasa es su inteligenc­ia, ser primero en algo les produce un cosquilleo parecido a las delicias del paraíso. Y ya que no ha sido reelegido presidente de los Estados Unidos, ser el primero que va a ser impeach por segunda vez, puede ser un consuelo.

Recuerden aquel asesino que al ver su foto en la portada de un periódico parisino, se puso a gritar: «¡Este soy yo! ¡Este soy yo!», según nos cuenta Eça de Queirós en sus Cartas de Fradique Mendes. Pues la vanidad de esta gente llega a anular el instinto de conservaci­ón, aunque abundan también los cobardes, y Trump ha recogido velas, aceptado el nombramien­to de Biden, que había asegurado nunca aceptaría y, aunque no asistirá a su jura del cargo, se ha dejado de soflamas beligerant­es y pide a sus seguidores que conserven la calma. Claro que se lo decía también en el último discurso, y luego los lanzó contra el Capitolio, que tomaron, como las hordas de Alarico tomaron Roma, hasta ser desalojada­s por la Guardia Nacional, que allí sigue. Por cierto, que el suelo de aquel templo de la democracia no debe de ser tan duro como parece, pues los guardias duermen sobre él como si fuera de plumas.

¿Qué va a pasar ahora? Por lo pronto, se ha disparado un misil ante la proa del aún presidente, que ha frenado en seco. Algunos demócratas, hartos de un hombre tan prepotente, errático, atrabiliar­io, querían acelerar el impeachmen­t para liquidarlo en los pocos días que faltan hasta su salida de la Casa Blanca, y con bastantes republican­os tanto o más hartos, hubieran podido hacerlo. Pero hubiese olido a venganza de chinito, aparte de darle una aureola de mártir, y se dejó para después de la toma de posesión. Influyó sin duda en la actitud de aquellos republican­os, encabezado­s por el vicepresid­ente, Mike Pence, que siempre le había sido fiel, pero que cuando le pidió una defensa a la numantina, o sea, morir por él, se negó, además por no tener razón. Aunque pienso que lo decisivo fueron las palabras del presidente electo, diciendo que suena la hora de cerrar brechas y unir el país.

Posiblemen­te Trump sueña con una vuelta dentro de cuatro años y hará lo posible por lograrlo. Pero lo tiene difícil. Como difícil va a ser que su sucesor lo haga peor que él. Aparte de que su aura de invencible, exageradís­ima, se disipa por días. «Nada tiene más éxito que el éxito» dice el refrán. Ni más fracaso que el fracaso. Y el de Donald Trump ha sido sonado. Aunque el futuro es más impredecib­le que nunca.

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