COFRADÍAS LAICAS
La tentación anida en esas propuestas para convertir las piedras espirituales en panes
CADA día que pasa me admira más el golpe de autoridad de monseñor Asenjo decretando la suspensión de todas las procesiones de Semana Santa. Visto lo visto, el arzobispo no hizo más que reafirmar la jurisdicción eclesiástica sobre un «fenómeno» que la Iglesia, a lo largo de la historia, no ha sabido muy bien cómo sujetar y cuya relación dialéctica con la jerarquía ha deparado desencuentros más que notables. No habían pasado ni 48 horas cuando un representante del gremio de la hostelería pidió «hacer algo» para que los bares pudieran resarcirse de la segunda suspensión consecutiva. Fue la confirmación inmediata de las veleidades que alguno pudiera acariciar: una Semana Santa laica con la inesquivable excusa del gran motor económico que supone la fiesta mayor de la ciudad. Cada día está más cerca de hacerse realidad esa posibilidad, casi al estilo de la parusía descrita por Dostoyevski en «El gran inquisidor», la novelita intercalada en «Los hermanos Karamazov» en la que la presencia del Cristo en su segunda venida por las calles de Sevilla es percibida como un incordio y se decreta su extrañamiento para que no se vea alterado el status quo. Ese que derrama millones de euros en la ciudad cada Semana Santa.
Algo así puede suceder con el afán por mantener vivas las cofradías con actos culturales y actividades para los que el Ayuntamiento ha concedido un millón de euros al Consejo de Cofradías y la Consejería de Cultura va a ceder los espacios de los museos andaluces para la organización de exposiciones que vengan a llenar el hueco que dejarán la ausencia de procesiones por las calles. Son encomiables estos esfuerzos, claro que sí, y sin duda revertirán en beneficio de proveedores muy necesitados de alguna ayuda que les permita sobrevivir en su negocio, forzosamente sin actividad.
La tentación –tan propia del combate cuaresmal– anida en esas bienintencionadas propuestas para convertir las piedras espirituales en panes materiales con los que dar de comer a los oficios sacros. Todo sea por preservar una apariencia que ponga en marcha la maquinaria sin importar el fin último con el que se fundaron, vivieron y enraizaron. Algo así como conservar una lustrosa cáscara de la nuez sin misterio en su interior.
Una empresa acaba de poner en marcha una ruta en la que, como gran novedad, se va a realizar pequeñas «catas de incienso» con los que se quiere recordar los aromas cofradieros. Suponemos que cuando se acerque la primavera, se incorporarán otros efluvios al recorrido olfativo de la Semana Santa: el azahar trasminado de los pregoneros a la violeta; el pegajoso tufo a sudor de los costaleros relevados; la hediondez a orines por algunas esquinas; y el olor del dinero, el excremento del diablo a decir del Papa, que corrompe cuanto toca. También las hermandades, no se olvide.