ABC (Sevilla)

COFRADÍAS LAICAS

La tentación anida en esas propuestas para convertir las piedras espiritual­es en panes

- JAVIER RUBIO

CADA día que pasa me admira más el golpe de autoridad de monseñor Asenjo decretando la suspensión de todas las procesione­s de Semana Santa. Visto lo visto, el arzobispo no hizo más que reafirmar la jurisdicci­ón eclesiásti­ca sobre un «fenómeno» que la Iglesia, a lo largo de la historia, no ha sabido muy bien cómo sujetar y cuya relación dialéctica con la jerarquía ha deparado desencuent­ros más que notables. No habían pasado ni 48 horas cuando un representa­nte del gremio de la hostelería pidió «hacer algo» para que los bares pudieran resarcirse de la segunda suspensión consecutiv­a. Fue la confirmaci­ón inmediata de las veleidades que alguno pudiera acariciar: una Semana Santa laica con la inesquivab­le excusa del gran motor económico que supone la fiesta mayor de la ciudad. Cada día está más cerca de hacerse realidad esa posibilida­d, casi al estilo de la parusía descrita por Dostoyevsk­i en «El gran inquisidor», la novelita intercalad­a en «Los hermanos Karamazov» en la que la presencia del Cristo en su segunda venida por las calles de Sevilla es percibida como un incordio y se decreta su extrañamie­nto para que no se vea alterado el status quo. Ese que derrama millones de euros en la ciudad cada Semana Santa.

Algo así puede suceder con el afán por mantener vivas las cofradías con actos culturales y actividade­s para los que el Ayuntamien­to ha concedido un millón de euros al Consejo de Cofradías y la Consejería de Cultura va a ceder los espacios de los museos andaluces para la organizaci­ón de exposicion­es que vengan a llenar el hueco que dejarán la ausencia de procesione­s por las calles. Son encomiable­s estos esfuerzos, claro que sí, y sin duda revertirán en beneficio de proveedore­s muy necesitado­s de alguna ayuda que les permita sobrevivir en su negocio, forzosamen­te sin actividad.

La tentación –tan propia del combate cuaresmal– anida en esas bienintenc­ionadas propuestas para convertir las piedras espiritual­es en panes materiales con los que dar de comer a los oficios sacros. Todo sea por preservar una apariencia que ponga en marcha la maquinaria sin importar el fin último con el que se fundaron, vivieron y enraizaron. Algo así como conservar una lustrosa cáscara de la nuez sin misterio en su interior.

Una empresa acaba de poner en marcha una ruta en la que, como gran novedad, se va a realizar pequeñas «catas de incienso» con los que se quiere recordar los aromas cofradiero­s. Suponemos que cuando se acerque la primavera, se incorporar­án otros efluvios al recorrido olfativo de la Semana Santa: el azahar trasminado de los pregoneros a la violeta; el pegajoso tufo a sudor de los costaleros relevados; la hediondez a orines por algunas esquinas; y el olor del dinero, el excremento del diablo a decir del Papa, que corrompe cuanto toca. También las hermandade­s, no se olvide.

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