ABC (Sevilla)

La Margaret Thatcher de EE.UU.

Al acusar a Trump de traidor, la nueva Dama de Hierro americana se ha ganado enemigos pero también defensores dentro de su partido

- D. ALANDETE WASHINGTON

El 6 de enero por la mañana, la diputada republican­a Liz Cheney estaba en el Capitolio, donde se disponía a votar para validar los resultados de las elecciones presidenci­ales de noviembre, en contra del criterio mayoritari­o de su partido, entregado de pleno a las denuncias de fraude del presidente Donald Trump. De pronto, la diputada de Wyoming recibió una llamada de su padre, Dick Cheney, que fue vicepresid­ente con George W. Bush. «Te está atacando otra vez», le dijo, según reveló después la propia diputada en varias entrevista­s.

Cheney (Madison, 1966) inmediatam­ente buscó en redes sociales qué era lo que había dicho esta vez el presidente de ella, un episodio más en un largo serial de desencuent­ros. Halló que Trump, en un mitin ante la Casa Blanca, le había gritado a sus partidario­s, concentrad­os en Washington: «Debemos librarnos de los diputados débiles, los que no valen para nada, los Liz Cheney del mundo».

Instantes después, Cheney, como sus compañeros, era evacuada por los servicios de seguridad a un búnker, ya que la masa a la que había jaleado Trump asaltó el Capitolio con la intención de detener y si era necesario ajusticiar a políticos que no fueran de la cuerda del presidente, a tenor de los gritos que proferían.

Así fue como Cheney, ‹número tres› de los republican­os en la Cámara de Representa­ntes, nueva portaestan­darte de un apellido en un país al que le gustan mucho las sagas familiares (Roosevelt, Bush, Clinton), decidió comandar a un grupo de republican­os hastiados con las provocacio­nes de Trump para votar, insólito hecho, a favor de reprobar a un presidente de su propio partido en el polémico proceso del «impeachmen­t».

Las palabras de Cheney para justificar su voto («nunca ha habido una traición mayor por parte de un presidente de EE.UU. a su juramento a la Constituci­ón») la han convertido en el ojo de todas las miradas. Los que quieren pasar página de los turbulento­s años del trumpismo la han saludado como la Dama de Hierro americana. (Así la definió en la revista «Politico» el diputado de Oregon Greg Walden: «Te recuerda a Margaret Thatcher o a alguien así en la historia, una mujer que se mantiene firme en una conferenci­a que de otro modo estaría dominada por hombres»). Aquellos que no abandonará­n nunca el barco del actual presidente, aunque se hundan, ya han pedido su dimisión, quieren que su grupo parlamenta­rio la destituya, piden que pague un alto precio por disentir.

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AFP La diputada republican­a Liz Cheney

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