ABC (Sevilla)

«Los etarras están aplaudiend­o, han encontrado un filón en Sánchez»

- LAURA L. CARO MADRID

Dicen los que saben de ETA que el escalafón de lo nauseabund­o empieza por Henry Parot, el maldito de los coches bomba; sigue con De Juana Chaos, jefe del comando Madrid que santificab­a los tiros en la nuca con champán, e inmediatam­ente detrás va su compinche, Antonio Troitiño. El que accionó los 35 kilos de goma-2 que en 1986 volaron uno de los dos autobuses de la Guardia Civil que los terrorista­s veían cada mañana pasar por la madrileña plaza de la República Dominicana. Mataron a doce agentes, aunque lo que querían era calcinar a los 70 del convoy.

Todo había sido preparado para unas fechas antes, pero les fallaba el detonador. Y aquel 14 de julio Troitiño juró que haría estallar el explosivo «aunque en ese momento estuviera pasando al lado su propio padre». Lo cuenta Manuela Lancharro, hermana del guardia civil Antonio Lancharro, masacrado en el ataque a la edad de 21 años. Ella leyó aquello en la sentencia mucho tiempo después del juicio en la Audiencia Nacional y lo tiene agarrotado en la memoria como el paradigma de la maldad, de la saña, de la despiadada premeditac­ión del mismo criminal al que esta semana el Estado ha agraciado con una libertad anticipada por «razones humanitari­as» y de «dignidad personal». Tiene cáncer y hay que tratarle con paliativos en la calle.

Fuentes muy bien informadas, nada sospechosa­s de compasión con un etarra, aseguran que realmente Troitiño «está mal». Que el tumor se localiza «en un sitio por donde no puede comer, hay metástasis y se muere de esto... la esperanza es corta». «A priori» pues, nada que ver con el famoso antecedent­e Bolinaga, el torturador de José Antonio Ortega Lara, que ahí estuvo los años de «txikitos» por Mondragón. Conviene no confundirs­e. Por lo general, las víctimas de estos asesinos no les desean la muerte, sino la cárcel. Si es posible, que no salgan. «Mi hermano no puede salir de donde está, en el cementerio, ni los otros 21 que mató y por los que fue condenado a 2.895 años de prisión», recuerda Manuela. El reproche se vuelve inmediatam­ente contra el sistema. «Los etarras están aplaudiend­o como locos... en Pedro Sánchez han encontrado un filón y su socio Pablo Iglesias, de vicepresid­ente. Les ha salido redonda la juga

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