ABC (Sevilla)

PROGRESO

Me siento ridículo contando a mis hijos las cosas que yo no tenía con su edad

- MANUEL CONTRERAS MIGUEL POLAINO-ORTS ES PROFESOR DE

LA periodista Ana Iris Simón, nieta de feriantes, ha escrito un libro titulado «Feria» en el que narra su infancia en las verbenas de los pueblos y cómo se ha transforma­do el mundo desde aquellos años transhuman­tes en los que recorría la geografía española en una modesta barraca. Simón sostiene que la sociedad se ha homogeneiz­ado, y lo que antes era excepciona­l ha dejado de serlo. Desbroza sus recuerdos infantiles y explica cómo los días de feria suponían entonces la oportunida­d de acceder a cosas extraordin­arias: comer hamburgues­as, obtener juguetes en las tómbolas y subirse a las atraccione­s. El desarrollo ha hecho, sin embargo, que lo excepciona­l se convierta en cotidiano, y hoy en día los chavales toman hamburgues­as casi como dieta base, tienen juguetes de sobra y pueden acudir al parque de atraccione­s de su ciudad cualquier fin de semana. Haciendo el mismo ejercicio de nostalgia, es fácil evocar acontecimi­entos de mi infancia —mucho más pretérita que la de Ana Iris Simón— que hoy quedarían relegados a una mera rutina. Recuerdo la excitación que suponía ir a cenar a un chino, una experienci­a exótica que mis padres nos brindaban muy ocasionalm­ente y que mis hermanos y yo comentábam­os durante días. O la fascinació­n de subir al tren en un viaje a Madrid con mi hermano y mis abuelos. O simplement­e ir al cine, algo que se hacía en familia y que suponía un evento especial.

Cuando se comparan generacion­es es frecuente concluir que las más jóvenes han tenido más comodidade­s y por tanto han forjado caracteres más débiles. Que han tenido gratis lo que tanto costó conseguir a sus padres, una herencia que se traduce en egoísmo y falta de capacidad de sacrificio. No creo que sea así; si el progreso debilitase no hubiéramos salido de las cavernas. Tampoco reprocho a los jóvenes de hoy que disfruten de las ventajas que no teníamos los jóvenes de ayer, ni siquiera que no sepan valorarlas. Yo nunca di importanci­a a que se encendiera la luz al apretar un interrupto­r de la pared. Me siento ridículo explicando a mis hijos las cosas que yo no tenía con su edad y que ellos disfrutan, ni creo que mis tiempos fueran mejores que los de ellos. Pero en esta carrera desbocada del desarrolli­smo percibo algo que sí me produce inquietud: la progresiva pérdida de la capacidad de ilusionars­e. Tengo la impresión de que la felicidad de los chicos hoy es más fría, menos emocional. Quizás porque a medida que crece la certeza de que la vida te va a dar cosas buenas decrece la facultad de ilusionars­e con ellas. Probableme­nte yo también fui víctima de este mismo proceso; mi padre me contaba que el día que le regalaron su primera bicicleta durmió agarrado a ella, mientras que la mía se quedó en el garaje. Acaso esta sobriedad sea lo peor del progreso, porque perder la capacidad de ilusionars­e implica perder también el talento para soñar.

Hoy, con más de sesenta títulos a su espalda, Aquilino Duque sigue siendo el poeta más internacio­nal de Sevilla

E Nun trabajo dedicado a Moreno Villa, de 1931, distinguía Luis Cernuda dos Andalucías: una, la «lejana Andalucía», en la que el andaluz se muestra «noble y generoso», y otra, la «baja Andalucía», caracteriz­ada por «sus modas chillonas y (su) vanidad». En la primera incluía Cernuda a Moreno Villa, junto a Aleixandre y Emilio Prados, como representa­ntes de «esta Andalucía (…) en la cual vivimos, aquí o allá, los cinco o seis andaluces que pasamos actualment­e por el mundo» Y concluía, sentencios­o: «Andalucía, ya se sabe, es el Norte de España; pero no la busquéis en parte alguna, porque no estará allí, Andalucía es un sueño que varios andaluces llevamos dentro».

El mismo año de esa publicació­n cernudiana nacía en Sevilla Aquilino Duque, que poco después se convertirí­a en uno de esos —escasos— andaluces por el mundo. El cosmopolit­ismo de Duque ha impregnado toda su vida y su obra. Hijo primogénit­o de familia pudiente, vio la luz primera —premonició­n admonitori­a— en una casa de la calle Betis, toda una ventana abierta al mundo (el Ayuntamien­to se comprometi­ó a instalar un azulejo en la fachada, aún por llegar). Su juventud es ya un ejemplo de esa itineranci­a que le caracteriz­aría en lo sucesivo: Zufre, Sevilla, Bilbao, Higuera de la Sierra, de nuevo Sevilla. Un profesor particular le instruye en latín y francés, y en la Universida­d Hispalense cursa la carrera de Derecho, al tiempo que vela sus primeras armas literarias, en la revista Aljibe, junto a Ángel Medina de Lemus, Antonio Gala y Bernardo Víctor Carande (hijo de don Ramón, que le dio suspenso en Hacienda Pública, y de quien, al cabo de los años, sería tan cercano).

Alcanzada la licenciatu­ra en Derecho se decanta su vocación universali­sta. Dos becas le permiten trasladars­e a Inglaterra, los Estados Unidos y Alemania, donde enseña español en una escuela de comercio. A la vuelta, pasa una temporada entre Barcelona y Madrid, y rehúsa regresar a Nueva York, la ciudad poética del mejor Lorca, comenzando en las Naciones Unidas su larga labor como traductor internacio­nal. En esa época contrae matrimonio con la norteameri­cana Sally Crane, con quien pronto celebrará sesenta años de feliz matrimonio, trasladánd­ose luego a Roma, como funcionari­o traductor de la FAO.

Y, entretanto, prosigue su dedicación a la literatura, en muy diferentes registros, de la poesía al cuento, del ensayo a la novela. En la primera nos ha ofrecido una docena de textos memorables: de Lacalle delaluna (1958) a Entreluces (2009), pasando por El campodelav­erdad (1958), De palabraenp­alabra (de 1968, que le valió el premio Leopoldo Panero del Instituto de Cultura Hispánica y el premio Fastenrath de la Real Academia Española), AiredeRoma­andaluza (1978), Elengañode­lzorzal (con prólogo de García Baena, en 1978), o Lasnievesd­eltiempo (1993), sin olvidar su compilació­n Poesíainco­mpleta (1999) vora (2015) sabrosos episodios de sus maestros, en Unacruzyci­ncolanzas (2016) pasajes de la historia de España, de Menéndez y Pelayo a Don Juan de Borbón, en Memoria,ficciónypo­esía (2018) sus vinculacio­nes literarias, sin olvidar sus obras ecologista­s, verdaderas precursora­s en el género, como Elmito deDoñana (1977), que escribió por sugerencia de su amigo Delibes, o la Guíanatura­ldeAndaluc­ía (1986).

Cosmopolit­a, políglota, académico de Buenas Letras, doctor honoris causa por la Universida­d Inca Garcilaso de la Vega, de Lima (donde tuve el honor de pronunciar su laudatio), amigo de Cortázar, Aleixandre, Alberti (su amigo en los años romanos, que le prestaba para él, Sally y los niños su casa de Anticoli Corrado), María Zambrano, Ridruejo, Rosales, Cela, Valente y Octavio Paz, Aquilino Duque ha recorrido el mundo, de Sevilla a Ginebra, de Nueva York a Moscú, llevando su Andalucía por bandera. La Facultad de Derecho edita ahora, en su homenaje, su texto primero Elpoderene­lteatroclá­sicoespaño­l, impulsado por el Decano Alfonso Castro. Duque es «un poeta sevillano pasado por el mundo, lo que acendra y enriquece las creencias originales», le escribió, ya en 1958, Vicente Aleixandre. Hoy, con más de sesenta títulos a su espalda, sigue siendo el poeta más internacio­nal de Sevilla. Su vuelta al mundo cumple noventa años. Felicidade­s y que no cesen, querido maestro.

DERECHO PENAL EN LA UNIVERSIDA­D DE SEVILLA

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