PROGRESO
Me siento ridículo contando a mis hijos las cosas que yo no tenía con su edad
LA periodista Ana Iris Simón, nieta de feriantes, ha escrito un libro titulado «Feria» en el que narra su infancia en las verbenas de los pueblos y cómo se ha transformado el mundo desde aquellos años transhumantes en los que recorría la geografía española en una modesta barraca. Simón sostiene que la sociedad se ha homogeneizado, y lo que antes era excepcional ha dejado de serlo. Desbroza sus recuerdos infantiles y explica cómo los días de feria suponían entonces la oportunidad de acceder a cosas extraordinarias: comer hamburguesas, obtener juguetes en las tómbolas y subirse a las atracciones. El desarrollo ha hecho, sin embargo, que lo excepcional se convierta en cotidiano, y hoy en día los chavales toman hamburguesas casi como dieta base, tienen juguetes de sobra y pueden acudir al parque de atracciones de su ciudad cualquier fin de semana. Haciendo el mismo ejercicio de nostalgia, es fácil evocar acontecimientos de mi infancia —mucho más pretérita que la de Ana Iris Simón— que hoy quedarían relegados a una mera rutina. Recuerdo la excitación que suponía ir a cenar a un chino, una experiencia exótica que mis padres nos brindaban muy ocasionalmente y que mis hermanos y yo comentábamos durante días. O la fascinación de subir al tren en un viaje a Madrid con mi hermano y mis abuelos. O simplemente ir al cine, algo que se hacía en familia y que suponía un evento especial.
Cuando se comparan generaciones es frecuente concluir que las más jóvenes han tenido más comodidades y por tanto han forjado caracteres más débiles. Que han tenido gratis lo que tanto costó conseguir a sus padres, una herencia que se traduce en egoísmo y falta de capacidad de sacrificio. No creo que sea así; si el progreso debilitase no hubiéramos salido de las cavernas. Tampoco reprocho a los jóvenes de hoy que disfruten de las ventajas que no teníamos los jóvenes de ayer, ni siquiera que no sepan valorarlas. Yo nunca di importancia a que se encendiera la luz al apretar un interruptor de la pared. Me siento ridículo explicando a mis hijos las cosas que yo no tenía con su edad y que ellos disfrutan, ni creo que mis tiempos fueran mejores que los de ellos. Pero en esta carrera desbocada del desarrollismo percibo algo que sí me produce inquietud: la progresiva pérdida de la capacidad de ilusionarse. Tengo la impresión de que la felicidad de los chicos hoy es más fría, menos emocional. Quizás porque a medida que crece la certeza de que la vida te va a dar cosas buenas decrece la facultad de ilusionarse con ellas. Probablemente yo también fui víctima de este mismo proceso; mi padre me contaba que el día que le regalaron su primera bicicleta durmió agarrado a ella, mientras que la mía se quedó en el garaje. Acaso esta sobriedad sea lo peor del progreso, porque perder la capacidad de ilusionarse implica perder también el talento para soñar.
Hoy, con más de sesenta títulos a su espalda, Aquilino Duque sigue siendo el poeta más internacional de Sevilla
E Nun trabajo dedicado a Moreno Villa, de 1931, distinguía Luis Cernuda dos Andalucías: una, la «lejana Andalucía», en la que el andaluz se muestra «noble y generoso», y otra, la «baja Andalucía», caracterizada por «sus modas chillonas y (su) vanidad». En la primera incluía Cernuda a Moreno Villa, junto a Aleixandre y Emilio Prados, como representantes de «esta Andalucía (…) en la cual vivimos, aquí o allá, los cinco o seis andaluces que pasamos actualmente por el mundo» Y concluía, sentencioso: «Andalucía, ya se sabe, es el Norte de España; pero no la busquéis en parte alguna, porque no estará allí, Andalucía es un sueño que varios andaluces llevamos dentro».
El mismo año de esa publicación cernudiana nacía en Sevilla Aquilino Duque, que poco después se convertiría en uno de esos —escasos— andaluces por el mundo. El cosmopolitismo de Duque ha impregnado toda su vida y su obra. Hijo primogénito de familia pudiente, vio la luz primera —premonición admonitoria— en una casa de la calle Betis, toda una ventana abierta al mundo (el Ayuntamiento se comprometió a instalar un azulejo en la fachada, aún por llegar). Su juventud es ya un ejemplo de esa itinerancia que le caracterizaría en lo sucesivo: Zufre, Sevilla, Bilbao, Higuera de la Sierra, de nuevo Sevilla. Un profesor particular le instruye en latín y francés, y en la Universidad Hispalense cursa la carrera de Derecho, al tiempo que vela sus primeras armas literarias, en la revista Aljibe, junto a Ángel Medina de Lemus, Antonio Gala y Bernardo Víctor Carande (hijo de don Ramón, que le dio suspenso en Hacienda Pública, y de quien, al cabo de los años, sería tan cercano).
Alcanzada la licenciatura en Derecho se decanta su vocación universalista. Dos becas le permiten trasladarse a Inglaterra, los Estados Unidos y Alemania, donde enseña español en una escuela de comercio. A la vuelta, pasa una temporada entre Barcelona y Madrid, y rehúsa regresar a Nueva York, la ciudad poética del mejor Lorca, comenzando en las Naciones Unidas su larga labor como traductor internacional. En esa época contrae matrimonio con la norteamericana Sally Crane, con quien pronto celebrará sesenta años de feliz matrimonio, trasladándose luego a Roma, como funcionario traductor de la FAO.
Y, entretanto, prosigue su dedicación a la literatura, en muy diferentes registros, de la poesía al cuento, del ensayo a la novela. En la primera nos ha ofrecido una docena de textos memorables: de Lacalle delaluna (1958) a Entreluces (2009), pasando por El campodelaverdad (1958), De palabraenpalabra (de 1968, que le valió el premio Leopoldo Panero del Instituto de Cultura Hispánica y el premio Fastenrath de la Real Academia Española), AiredeRomaandaluza (1978), Elengañodelzorzal (con prólogo de García Baena, en 1978), o Lasnievesdeltiempo (1993), sin olvidar su compilación Poesíaincompleta (1999) vora (2015) sabrosos episodios de sus maestros, en Unacruzycincolanzas (2016) pasajes de la historia de España, de Menéndez y Pelayo a Don Juan de Borbón, en Memoria,ficciónypoesía (2018) sus vinculaciones literarias, sin olvidar sus obras ecologistas, verdaderas precursoras en el género, como Elmito deDoñana (1977), que escribió por sugerencia de su amigo Delibes, o la GuíanaturaldeAndalucía (1986).
Cosmopolita, políglota, académico de Buenas Letras, doctor honoris causa por la Universidad Inca Garcilaso de la Vega, de Lima (donde tuve el honor de pronunciar su laudatio), amigo de Cortázar, Aleixandre, Alberti (su amigo en los años romanos, que le prestaba para él, Sally y los niños su casa de Anticoli Corrado), María Zambrano, Ridruejo, Rosales, Cela, Valente y Octavio Paz, Aquilino Duque ha recorrido el mundo, de Sevilla a Ginebra, de Nueva York a Moscú, llevando su Andalucía por bandera. La Facultad de Derecho edita ahora, en su homenaje, su texto primero Elpoderenelteatroclásicoespañol, impulsado por el Decano Alfonso Castro. Duque es «un poeta sevillano pasado por el mundo, lo que acendra y enriquece las creencias originales», le escribió, ya en 1958, Vicente Aleixandre. Hoy, con más de sesenta títulos a su espalda, sigue siendo el poeta más internacional de Sevilla. Su vuelta al mundo cumple noventa años. Felicidades y que no cesen, querido maestro.
DERECHO PENAL EN LA UNIVERSIDAD DE SEVILLA