ABC (Sevilla)

MI PEPE MOYA

Ay, si en la economía sevillana tuviéramos una docena de Pepes Moya, otro gallo nos cantaría

- ANTONIO BURGOS

ESTE gorigori es el adiós a un amigo. Uno de aquellos textos que nunca hubiera querido escribir, aunque lo hago por un supremo deber de agradecimi­ento y justicia. No sé si puedo disimular que esta vez el dolor es de verdad, no recurso literario. Este tono del dolor cabal de la tristeza cuando le digo adiós no sólo a un amigo, sino al primer y más leal y desprendid­o de mis partidario­s, que mandaba encuaderna­r en piel los recortes de mis artículos: Pepe Moya.

Era generoso, olvidado de sí mismo para pensar en los demás. Ya se han glosado sus generosas ayudas e impulsos a las más diversas institucio­nes e iniciativa­s. Sociedad civil. Sí, Moya era uno de esos raros sevillanos que constituye­n una sociedad civil unipersona­l, dispuestos a ayudar allá donde haga falta, como la sangre acude a la herida, sin alardear, sin ponerse moños ni echarse flores, en silencio. Como cuando los Martes Santos cargaba con su cruz, como hizo toda su cristiana vida, tras su Cristo de la Buena Muerte. Ay, qué buena muerte ha tenido, siguiendo la voluntad de Dios, este que fue nazareno de Los Estudiante­s que se labró casa nue

Fe de ratas va en la Plaza de la Contrataci­ón, cerca del domicilio familiar, sólo para tener su hogar por donde tenía la certeza de que cada año pasaba su Señor. Y tan señor que era. Y tan emprendedo­r. Y con esa capacidad de organizaci­ón, de superación, de animar a los demás para las mayores y mejores empresas. Yo ahora recuerdo una Sevilla de estufas catalítica­s, televisore­s Askar y amas de casa recién liberadas del refregador por las primeras lavadoras automática­s Edesa para evocar su Persán de su alma como una pequeña empresa familiar que se hizo famosa con el Jabón Espuma Saquito, con las pastillas de Flota, con el Punto Matic. Como gerente de la empresa y siempre junto a su amada colaborado­ra y eficaz y también callada Concha Yoldi, Pepe Moya convirtió aquella pequeña empresa en una gran multinacio­nal que fabricaba todos los productos de línea blanca para Mercadona y se expandió a Polonia y a muchos países. Ay, si en la economía sevillana tuviéramos una docena de Pepes Moya, otro gallo nos cantaría en cuanto él hizo, en la creación de riqueza y de puestos fijos de trabajo.

Tan partidario mío era, que cuando se entregaba a la voluntad de su Dios del Martes Santo en la clínica de Navarra no hacía más que preguntar a nuestro desprendid­o y generoso Álvaro Rodríguez Guitart si Burgos había vuelto a publicar tras su arrechucho. Ya ves, querido Pepe Moya: he vuelto, para escribirte este artículo que sé que leerás en tu placita de tientas del cielo, mientras mete la cara y repite una vaca a la que te he bautizado como «Carretera», con esa ilusión que como aficionado tienes y que se llama El Parralejo, que lidia novilladas en las principale­s ferias y que te impone tanto, en tu modestia, de que se acartele en Sevilla, porque entonces, me dijiste, como triunfaras como ganadero en tu tierra, ibas a tener que portar tres cruces pegadas con cinta adhesiva tras ese Cristo de la Buena Muerte que te tenga en su gloria.

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