Nueva era en EE.UU.
Llega a la Casa Blanca en las peores condiciones posibles: tras un golpe de Estado, en medio de la más grave pandemia que la humanidad ha conocido en los últimos cien años, tras una nefasta presidencia, con una ciudadanía polarizada hasta el paroxismo y una reducida capacidad de credibilidad en la esfera internacional. Las urgencias son múltiples, graves y simultáneas y por ello doblemente complicadas: reconciliar a la ciudadanía, aportar seguridad y ayuda en lo sanitario y en lo económico, recuperar la previsibilidad que había hecho de los Estados Unidos el campeón del multilateralismo liberal y democrático, dar seguridades de proximidad a amigos y aliados, y disipar cualquier tentación que los adversarios abrigaran para aprovechar la fragilidad del momento. Y además procurar que los golpistas no se vayan indemnes mientras examina con detalle la situación del propio partido. No vaya a ser que acabe en manos de los guerreros culturales que con tanto ahínco encabeza Alexandria Ocasio-Cortez.
No le falta capacidad, experiencia y tesón. Dirán algunos que le sobran años, pero vistos los acontecimientos, y casi de manera providencial, habrá que concluir lo evidente: nadie mejor que él estaba en condiciones de conseguir lo que muchos dudaban: arrebatar al trumpismo militante la presencia en el Despacho Oval. Y lo que de sus proyectos vamos sabiendo es suficiente para garantizar el comienzo de la esperanza. Ha identificado con exactitud los problemas, seleccionado con acierto los nombres de aquellos que por su profesionalidad y variedad de orígenes pueden garantizar un ordenado y eficiente funcionamiento de la administración, extendido la mano hacia los olvidados interiores y exteriores y subrayar lo esencial de su proyecto: ser el presidente de todos los americanos con independencia de sus colores y preferencias ideológicas. A los demás, que desearíamos poder contribuir a la recuperación del amigo americano, nos cabe desearle lo mejor y mostrarnos dispuestos a colaborar en la medida de lo posible con el acierto del mandato.
Porque lo fundamental de Biden, y con él de su vicepresidenta Harris, no es tanto que hayan ganado las elecciones sino conseguido suscitar los votos suficientes para acabar con la grosera y dañina indignidad de Trump en la Presidencia de los Estados Unidos. Que no es poco.
Las urgencias son múltiples: reconciliar a la ciudadanía, seguridad y ayuda en lo sanitario y económico, y recuperar la previsibilidad de EE.UU.
suerte de Trump puede estar echada.
El líder republicano en el Senado, McConnell, ha acusado abiertamente a Trump de haber «incitado» a los violentos que saquearon el Capitolio, y ha pedido a los integrantes de su bancada que voten en el juicio político «de acuerdo con su conciencia».
Por esas desavenencias, Trump está tan molesto con su partido como con los demócratas. En su última noche en la Casa Blanca, sus asesores filtraron a los medios afines que una de las opciones que baraja el ex presidente es fundar su propio partido, para el que quiere un nombre similar a «Partido Patriota», para poder enarbolar de nuevo la bandera del populismo. Sea como sea, él ha prometido devolvérsela a los republicanos que le han dado la espalda haciéndoles perder las primeras a las que se vayan presentando.
Pence quiso demostrar que el partido republicano honra el traspaso de poderes
Honores para el policía «héroe del Capitolio»
El agente de Policía Eugene Goodman, considerado por los medios como el héroe del asalto del Capitolio, acompañó ayer en la ceremonia a la nueva vicepresidenta, Kamala Harris. Goodman hizo frente a la turba de partidarios del presidente Donald Trump que asaltó la sede del Congreso el pasado 6 de enero para tratar de impedir la certificación de Biden.