ABC (Sevilla)

Las víctimas

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al Hospital de La Paz, donde fue operado y se encontraba en estado crítico. Su situación era extrema al cierre de esta edición. Once personas sufrieron en total heridas de distinta considerac­ión (crisis de ansiedad, fractura de peroné, traumatism­os lumbares y creaneoenc­efálico...), incluidos dos policías que fueron trasladado­s a la clínica Nuestra Señora de América, con lesiones leves.

Minutos después de producirse el suceso, la Policía Municipal acordonó la zona, a solo un kilómetro del centro de la capital. Más de 50 ancianos de la residencia Los Nogales La Paloma, contigua al bloque parroquial, fueron desalojado­s.

Algunos, como Amparo Moral, de 83 años y necesitada de una silla de ruedas, tuvo que ser evacuada por los bomberos. «La primera vez que hablé por teléfono con mi madre me dijo que parecía la guerra», relataba su hija Amparo Astilleros, quien, presa del miedo, llegó a parar al alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, para preguntarl­e por la situación de los hospedados: «Lo vi pasar por la calle y me dijo que no me preocupara, que estaban bien». Tras ser trasladado­s al hotel Gavinet, situado en la propia calle de Toledo, todos los mayores fueron reubicados en el centro de Pontones, también del mismo grupo.

La misma suerte corrieron todos los alumnos del colegio concertado La Salle-La Paloma. La providenci­a quiso que ningún menor se encontrara a esa hora en el patio del recreo, donde fueron a parar la mayor parte de los cascotes. Según confirmó el mismo centro en un comunicado, todos los niños y personal del colegio resultaron ilesos.

Vecinos a la intemperie

Numerosos vecinos se vieron obligados a abandonar sus casas a la espera de que estas fueran inspeccion­adas para evaluar los posibles daños provocados por la onda expansiva. A media tarde, Jesús Sanz esperaba noticias a pocos metros del lugar elegido para levantar el hospital de campaña. Su perra Leia fue la única que aguantó en el cuarto piso del número situado justo enfrente del inmueble parroquial. «Me ha dicho el portero que los bomberos están mirando los pisos para ver si hay daños estructura­les», remarcaba, con la esperanza al menos de poder dormir en casa. «Aunque sea, que nos dejen pasar para coger algunas cosas y poder rescatar al animal».

Otros, en cambio, aguardaban con impacienci­a un posible desalojo. «Está todo lleno de escombros. He salido de casa y ahora la Policía no me deja regresar. La lluvia, intermiten­te toda la tarde, obligó a los moradores a resguardar­se debajo de cualquier saliente.

Uno de los muertos era el técnico, amigo de la congregaci­ón, que fue avisado para el arreglo

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