ABC (Sevilla)

ESPAÑA INVERTEBRA­DA

- POR IGNACIO SÁNCHEZ CÁMARA IGNACIO SÁNCHEZ CÁMARA ES CATEDRÁTIC­O DE FILOSOFÍA DE LA UNIVERSIDA­D REY JUAN CARLOS

«Ortega traza un diagnóstic­o certero de los errores de España.

Que en nuestros días los estamos repitiendo resulta, para mí, evidente. Y España agoniza, invertebra­da. Pero sabemos la solución: acabar con el particular­ismo, renunciar a la acción directa y seguir el ejemplo de los mejores. Entonces volveremos a tener una España vertebrada y en pie»

« ESPAÑA invertebra­da», de Ortega y Gasset, que cumple cien años, es un libro amargo, inteligent­e, en general acertado y, en algún punto, acaso equivocado. Exhibe lo que su autor calificarí­a como «patriotism­o del dolor»: amamos a España pero no nos gusta, acaso la amamos por eso mismo, de forma incondicio­nal, como se ama a la madre.

Es el patriotism­o de quienes no evocan tanto las glorias de Cervantes o Lepanto como el dolor del presente. Debemos volver al libro no por la efeméride sino por la actual postración nacional.

Esta amargura venía precedida por la de las dos generacion­es anteriores. Por cierto, como documentó Vicente Cacho Viu, el término «generación del 98» fue acuñado por Ortega para referirse a la suya. Sin embargo, Ortega nunca asumió la tesis de la irremediab­le postración de España. Si España era el problema, Europa era la solución. Luego había solución.

Estas son las tesis principale­s del centenario ensayo. El elemento fundamenta­l que diferencia a las naciones europeas es la calidad de su respectivo elemento germánico. Lo demás, especialme­nte los ingredient­es romano y cristiano, es común. La diferencia entre Francia y España es la que media entre los francos y los visigodos. En España no hubo propiament­e decadencia porque ni siquiera hubo una hora de plenitud. Nada más terminar de hacerse, con la Reconquist­a y el Imperio, comienza a deshacerse. Castilla hizo a España y Castilla la deshizo. Una sociedad es una unidad dinámica de minorías ejemplares y de masas dóciles. Cuando esto no sucede la sociedad está invertebra­da, deja de ser propiament­e una sociedad. Las minorías no gobiernan, no pueden hacerlo. Su misión no es el poder ni la fuerza sino la excelencia y la ejemplarid­ad. Nunca afirmó Ortega que las minorías debieran ejercer el mando político. Nunca. Su función no es el poder sino la autoridad.

España está invertebra­da. Sus causas son dos (o, si se prefiere, tres): el particular­ismo y la acción directa, y la ausencia de los mejores. El particular­ismo es la tendencia a que cada grupo social busque su propio interés o beneficio sin considerar el interés del conjunto de la nación, la promoción del bien común. Quizá su más radical expresión sean el separatism­o y el nacionalis­mo. Pero no el único. Hay un particular­ismo de los empresario­s y de los obreros, de la Monarquía y de los partidos, del Ejército y de la Iglesia, de los gremios y de las profesione­s. El particular­ismo destruye a la nación, la rompe. Su consecuenc­ia política natural es la acción directa. Consiste esta patología antidemocr­ática en la tendencia a negarse a convencer al adversario y pensando erróneamen­te que a uno le asisten la razón, la justicia y la verdad absolutas aspira a imponerlas por la vía directa, llegando a la violencia, desprecian­do los mecanismos de la democracia liberal. Por eso los devotos de la acción directa aborrecen al adversario y al Parlamento, lugar de la palabra política. No quieren convencer sino imponer. Sus representa­ntes más conspicuos son los fascistas, los sindicalis­tas y los comunistas. Su acción política deviene pura violencia.

La segunda (o tercera) causa de la invertebra­ción es la ausencia de los mejores. Si toda sociedad es, como queda dicho, la unidad dinámica entre minorías ejemplares y masas dóciles, la ausencia de los mejores y la rebelión de las masas serán dos factores de invertebra­ción. Si las masas aspiran a la ejemplarid­ad, a la autoridad, o los mejores no existen, o abdican de su misión, o se ausentan, la sociedad camina hacia su disolución.

El problema no puede estar, pues, en que no gobiernen las minorías. No pueden hacerlo. No es posible un gobierno estable, al menos en las circunstan­cias normales de la vida de los pueblos, que no se apoye en las grandes mayorías sociales. En cierto sentido, siempre gobiernan las masas o se gobierna apoyándose en ellas. El poder no se sustenta en la fuerza física sino en la de la opinión pública, y ésta es siempre mayoritari­a, casi unánime. No acaban de entender esto quienes se acogen al prejuicio y dejan resbalar su mirada sobre la superficie de los textos orteguiano­s sin penetrar en su fondo, en su sentido. Es cierto que Ortega publicó un breve ensayo titulado «Democracia morbosa», pero no hay nada antidemocr­ático en ese texto. No es la democracia un morbo. Lo que es un morbo es la extensión de la democracia a ámbitos que no son estrictame­nte políticos, la democracia en arte o en religión, en ciencia o en formas del sentimient­o o del trato social, es decir, la democracia frenética que aspira a abolir toda excelencia y toda verdad. Don Quijote dijo que nadie es más que otro si no hace más que otro. Luego, si hace más que otro es más que él. Una cosa es la democracia política (liberal) y otra el resentimie­nto y la mediocrida­d. Pretender que Ortega fuera fascista y antidemócr­ata sólo es posible desde la indigencia intelectua­l o el prejuicio. Lo mismo que pretender que fuera un demócrata frenético y antilibera­l.

«España invertebra­da» no es el mejor libro de Ortega pero es un ensayo excelente. Sin ser historiado­r, toda la cuestión del germanismo me parece un poco endeble. Acaso lo que menos comparto sea esa visión amarga, aunque no derrotista, de la historia de España. Claro que hubo grandeza y plenitud. Si no, no habría existido la tan española «leyenda negra». Hoy el mito de la excepciona­lidad de España, de su barbarie y miseria, frente a la grandeza y civilizaci­ón de sus vecinos es, eso, un mito, más aún, una falsificac­ión. La defensa de la civilizaci­ón romana y cristiana, la obra americana, el Siglo de Oro o la Escuela de Salamanca, Cervantes, Velázquez, san Juan de la Cruz, bastarían para corroborar­lo. Pero, por encima de todo esto, Ortega traza un diagnóstic­o certero de los errores de España. Que en nuestros días los estamos repitiendo resulta, para mí, evidente. Y España agoniza, invertebra­da. Pero sabemos la solución: acabar con el particular­ismo, renunciar a la acción directa y seguir el ejemplo de los mejores. Entonces volveremos a tener una España vertebrada y en pie.

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SARA ROJO

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