ESPAÑA INVERTEBRADA
«Ortega traza un diagnóstico certero de los errores de España.
Que en nuestros días los estamos repitiendo resulta, para mí, evidente. Y España agoniza, invertebrada. Pero sabemos la solución: acabar con el particularismo, renunciar a la acción directa y seguir el ejemplo de los mejores. Entonces volveremos a tener una España vertebrada y en pie»
« ESPAÑA invertebrada», de Ortega y Gasset, que cumple cien años, es un libro amargo, inteligente, en general acertado y, en algún punto, acaso equivocado. Exhibe lo que su autor calificaría como «patriotismo del dolor»: amamos a España pero no nos gusta, acaso la amamos por eso mismo, de forma incondicional, como se ama a la madre.
Es el patriotismo de quienes no evocan tanto las glorias de Cervantes o Lepanto como el dolor del presente. Debemos volver al libro no por la efeméride sino por la actual postración nacional.
Esta amargura venía precedida por la de las dos generaciones anteriores. Por cierto, como documentó Vicente Cacho Viu, el término «generación del 98» fue acuñado por Ortega para referirse a la suya. Sin embargo, Ortega nunca asumió la tesis de la irremediable postración de España. Si España era el problema, Europa era la solución. Luego había solución.
Estas son las tesis principales del centenario ensayo. El elemento fundamental que diferencia a las naciones europeas es la calidad de su respectivo elemento germánico. Lo demás, especialmente los ingredientes romano y cristiano, es común. La diferencia entre Francia y España es la que media entre los francos y los visigodos. En España no hubo propiamente decadencia porque ni siquiera hubo una hora de plenitud. Nada más terminar de hacerse, con la Reconquista y el Imperio, comienza a deshacerse. Castilla hizo a España y Castilla la deshizo. Una sociedad es una unidad dinámica de minorías ejemplares y de masas dóciles. Cuando esto no sucede la sociedad está invertebrada, deja de ser propiamente una sociedad. Las minorías no gobiernan, no pueden hacerlo. Su misión no es el poder ni la fuerza sino la excelencia y la ejemplaridad. Nunca afirmó Ortega que las minorías debieran ejercer el mando político. Nunca. Su función no es el poder sino la autoridad.
España está invertebrada. Sus causas son dos (o, si se prefiere, tres): el particularismo y la acción directa, y la ausencia de los mejores. El particularismo es la tendencia a que cada grupo social busque su propio interés o beneficio sin considerar el interés del conjunto de la nación, la promoción del bien común. Quizá su más radical expresión sean el separatismo y el nacionalismo. Pero no el único. Hay un particularismo de los empresarios y de los obreros, de la Monarquía y de los partidos, del Ejército y de la Iglesia, de los gremios y de las profesiones. El particularismo destruye a la nación, la rompe. Su consecuencia política natural es la acción directa. Consiste esta patología antidemocrática en la tendencia a negarse a convencer al adversario y pensando erróneamente que a uno le asisten la razón, la justicia y la verdad absolutas aspira a imponerlas por la vía directa, llegando a la violencia, despreciando los mecanismos de la democracia liberal. Por eso los devotos de la acción directa aborrecen al adversario y al Parlamento, lugar de la palabra política. No quieren convencer sino imponer. Sus representantes más conspicuos son los fascistas, los sindicalistas y los comunistas. Su acción política deviene pura violencia.
La segunda (o tercera) causa de la invertebración es la ausencia de los mejores. Si toda sociedad es, como queda dicho, la unidad dinámica entre minorías ejemplares y masas dóciles, la ausencia de los mejores y la rebelión de las masas serán dos factores de invertebración. Si las masas aspiran a la ejemplaridad, a la autoridad, o los mejores no existen, o abdican de su misión, o se ausentan, la sociedad camina hacia su disolución.
El problema no puede estar, pues, en que no gobiernen las minorías. No pueden hacerlo. No es posible un gobierno estable, al menos en las circunstancias normales de la vida de los pueblos, que no se apoye en las grandes mayorías sociales. En cierto sentido, siempre gobiernan las masas o se gobierna apoyándose en ellas. El poder no se sustenta en la fuerza física sino en la de la opinión pública, y ésta es siempre mayoritaria, casi unánime. No acaban de entender esto quienes se acogen al prejuicio y dejan resbalar su mirada sobre la superficie de los textos orteguianos sin penetrar en su fondo, en su sentido. Es cierto que Ortega publicó un breve ensayo titulado «Democracia morbosa», pero no hay nada antidemocrático en ese texto. No es la democracia un morbo. Lo que es un morbo es la extensión de la democracia a ámbitos que no son estrictamente políticos, la democracia en arte o en religión, en ciencia o en formas del sentimiento o del trato social, es decir, la democracia frenética que aspira a abolir toda excelencia y toda verdad. Don Quijote dijo que nadie es más que otro si no hace más que otro. Luego, si hace más que otro es más que él. Una cosa es la democracia política (liberal) y otra el resentimiento y la mediocridad. Pretender que Ortega fuera fascista y antidemócrata sólo es posible desde la indigencia intelectual o el prejuicio. Lo mismo que pretender que fuera un demócrata frenético y antiliberal.
«España invertebrada» no es el mejor libro de Ortega pero es un ensayo excelente. Sin ser historiador, toda la cuestión del germanismo me parece un poco endeble. Acaso lo que menos comparto sea esa visión amarga, aunque no derrotista, de la historia de España. Claro que hubo grandeza y plenitud. Si no, no habría existido la tan española «leyenda negra». Hoy el mito de la excepcionalidad de España, de su barbarie y miseria, frente a la grandeza y civilización de sus vecinos es, eso, un mito, más aún, una falsificación. La defensa de la civilización romana y cristiana, la obra americana, el Siglo de Oro o la Escuela de Salamanca, Cervantes, Velázquez, san Juan de la Cruz, bastarían para corroborarlo. Pero, por encima de todo esto, Ortega traza un diagnóstico certero de los errores de España. Que en nuestros días los estamos repitiendo resulta, para mí, evidente. Y España agoniza, invertebrada. Pero sabemos la solución: acabar con el particularismo, renunciar a la acción directa y seguir el ejemplo de los mejores. Entonces volveremos a tener una España vertebrada y en pie.