Abierto hasta el atardecer
Las costumbres han cambiado. El miedo que generan los espacios cerrados y la llegada de la noche han hecho que la ciudad se autoconfine a partir de las seis de la tarde. La muerte de la calle es un hecho. Esta ciudad que vive al aire libre lleva demasiado tiempo encerrada, hasta el punto de que se han creado nuevos hábitos. Hay un toque de queda autoimpuesto cuando suena la persiana del comercio y del bar de la esquina. A eso ayudó Filomena, pero se fue la ola de frío y las lluvias intermitentes de los últimos días. Ayer se apreció un paisaje nuevo, muy parecido al de la fase 0 de la desescalada allá por el mes de mayo, cuando se permitieron los paseos. El buen tiempo, con temperaturas casi primaverales, hizo que la orilla del río y los parques públicos se llenaran de sevillanos caminando, en bicicleta o corriendo. Las plazas, al mediodía, fueron un hervidero de niños jugando. Es la única música que suena estos días. Como un oasis en medio del desierto, la ciudad aprovechó el sol del domingo para salir de casa soltando las prendas de abrigo y para abrir las ventanas para que corriese el aire tras casi un mes por debajo de los diez grados. Ahora, esta Sevilla de la era Covid prefiere la mañana a la noche, y las terrazas de los bares continúan con el aforo completo. Ayer, la capital colgó el cartel de «Abierto hasta el atardecer».