Personalidad
AJoe Biden no le faltan urgencias a las que dedicarse dentro de las fronteras de EE.UU. en los primeros compases de su presidencia. La crisis sanitaria y económica de la pandemia y la división política son los primeros incendios que necesita apagar. Pero el nuevo presidente de EE.UU. no podrá quitar el ojo del exterior, empezando por su vecino del Sur, México.
Los líderes de los dos países con los que EE.UU. tiene frontera –Canadá y México– fueron el pasado viernes los primeros en hablar por teléfono con Biden tras la jura de su cargo. La información que la Casa Blanca ofreció sobre el contenido de las dos llamadas dejaba claro el tono diferente. Con Justin Trudeau, el primer ministro de Canadá, se trató el desencuentro sobre el oleoducto Keystone XL, que la Administración Biden ha eliminado nada más llegar al poder. Pero el resto dejó claro la sintonía entre ambos gobiernos: la «importancia estratégica» de la relación entre ambos países o la «visión compartida» sobre la recuperación económica y las políticas medioambientales.
La conversación –y la relación– con Andrés Manuel López Obrador, el presidente mexicano, desdeñoso de la política exterior, apunta a ser menos fluida. Casi la totalidad de la llamada se refirió a inmigración, el asunto que ha dominado la relación entre ambos países en los últimos años. Y no tuvo el tono de compartir posturas y objetivos que se vio con Trudeau.
Acceso a la ciudadanía
Una de las prioridades de Biden es dar la vuelta como un calcetín a la política migratoria de Donald Trump. Lo dejó claro desde que puso el pie en el Despacho Oval de la Casa Blanca, pocas horas después de su investidura. A golpe de decreto, reforzó las protecciones de los indocumentados que llegaron a EE.UU. siendo menores –los llamados dreamers o soñadores–, paró la construcción del muro con México y eliminó el veto a la entrada de ciudadanos de algunos países de mayoría musulmana. Al mismo tiempo, el Departamento de Seguridad Nacional decretó una congelación de las deportaciones de indocumentados durante cien días.
Biden aseguró a López Obrador que su plan es «revertir la política migratoria draconiana de la anterior Administración», para lo que también mejorará los sistemas de procesamiento de solicitudes de asilo, que Trump trató de ahogar.
El presidente de EE.UU. maneja un plan migratorio tan ambicioso como difícil de impulsar en EE.UU. Su reforma migratoria, que introducirá en breve en el Congreso, busca la creación de una vía de acceso a la ciudadanía para millones de indocumentados en un proceso de ocho años. Con certeza, encontrará la oposición férrea de los republicanos en el Congreso.
Otro punto central del plan de Biden es «invertir en las causas del problema». Es decir, buscar mejorar las condiciones en los países de Centroamérica, el origen de la mayoría de los indocumentados que penetran en EE.UU. tras atravesar México. El sábado, tras la llamada de Biden, López Obrador desveló que el presidente le aseguró que su Administración dedicaría 4.000 millones de dólares al desarrollo de Honduras, El Salvador y Guatemala.
México es instrumental en controlar los flujos migratorios y Trump consiguió la colaboración de López Obrador para reforzar su frontera con Guatemala y para mantener dentro de sus fronteras a miles de solicitantes de asilo que la anterior Administración no quería en territorio estadounidense.
Biden tendrá que conseguir una cooperación al menos similar en su presidencia, en un momento en el que los roces con México se multiplican. Uno de ellos tiene que ver la persecución del narcotráfico. La Fiscalía de EE.UU. detuvo el año pasado al que fuera mi