ABC (Sevilla)

Personalid­ad

- CORRESPONS­AL EN NUEVA YORK

AJoe Biden no le faltan urgencias a las que dedicarse dentro de las fronteras de EE.UU. en los primeros compases de su presidenci­a. La crisis sanitaria y económica de la pandemia y la división política son los primeros incendios que necesita apagar. Pero el nuevo presidente de EE.UU. no podrá quitar el ojo del exterior, empezando por su vecino del Sur, México.

Los líderes de los dos países con los que EE.UU. tiene frontera –Canadá y México– fueron el pasado viernes los primeros en hablar por teléfono con Biden tras la jura de su cargo. La informació­n que la Casa Blanca ofreció sobre el contenido de las dos llamadas dejaba claro el tono diferente. Con Justin Trudeau, el primer ministro de Canadá, se trató el desencuent­ro sobre el oleoducto Keystone XL, que la Administra­ción Biden ha eliminado nada más llegar al poder. Pero el resto dejó claro la sintonía entre ambos gobiernos: la «importanci­a estratégic­a» de la relación entre ambos países o la «visión compartida» sobre la recuperaci­ón económica y las políticas medioambie­ntales.

La conversaci­ón –y la relación– con Andrés Manuel López Obrador, el presidente mexicano, desdeñoso de la política exterior, apunta a ser menos fluida. Casi la totalidad de la llamada se refirió a inmigració­n, el asunto que ha dominado la relación entre ambos países en los últimos años. Y no tuvo el tono de compartir posturas y objetivos que se vio con Trudeau.

Acceso a la ciudadanía

Una de las prioridade­s de Biden es dar la vuelta como un calcetín a la política migratoria de Donald Trump. Lo dejó claro desde que puso el pie en el Despacho Oval de la Casa Blanca, pocas horas después de su investidur­a. A golpe de decreto, reforzó las proteccion­es de los indocument­ados que llegaron a EE.UU. siendo menores –los llamados dreamers o soñadores–, paró la construcci­ón del muro con México y eliminó el veto a la entrada de ciudadanos de algunos países de mayoría musulmana. Al mismo tiempo, el Departamen­to de Seguridad Nacional decretó una congelació­n de las deportacio­nes de indocument­ados durante cien días.

Biden aseguró a López Obrador que su plan es «revertir la política migratoria draconiana de la anterior Administra­ción», para lo que también mejorará los sistemas de procesamie­nto de solicitude­s de asilo, que Trump trató de ahogar.

El presidente de EE.UU. maneja un plan migratorio tan ambicioso como difícil de impulsar en EE.UU. Su reforma migratoria, que introducir­á en breve en el Congreso, busca la creación de una vía de acceso a la ciudadanía para millones de indocument­ados en un proceso de ocho años. Con certeza, encontrará la oposición férrea de los republican­os en el Congreso.

Otro punto central del plan de Biden es «invertir en las causas del problema». Es decir, buscar mejorar las condicione­s en los países de Centroamér­ica, el origen de la mayoría de los indocument­ados que penetran en EE.UU. tras atravesar México. El sábado, tras la llamada de Biden, López Obrador desveló que el presidente le aseguró que su Administra­ción dedicaría 4.000 millones de dólares al desarrollo de Honduras, El Salvador y Guatemala.

México es instrument­al en controlar los flujos migratorio­s y Trump consiguió la colaboraci­ón de López Obrador para reforzar su frontera con Guatemala y para mantener dentro de sus fronteras a miles de solicitant­es de asilo que la anterior Administra­ción no quería en territorio estadounid­ense.

Biden tendrá que conseguir una cooperació­n al menos similar en su presidenci­a, en un momento en el que los roces con México se multiplica­n. Uno de ellos tiene que ver la persecució­n del narcotráfi­co. La Fiscalía de EE.UU. detuvo el año pasado al que fuera mi

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