SALIMOS PEORES
Nos costará acabar con el virus, pero todavía será más difícil erradicar la mentira y el egoísmo de los que hemos sido testigos
KANT defendió que la moral podía reducirse a un mandato fundamental que va más allá de las creencias religiosas y que sirve para cualquier ser humano. Es su conocido «imperativo categórico» por el que, dicho de manera simplificada, cada uno debe actuar en función del trato que le gustaría recibir de los demás.
En su «Fundamentación de la metafísica de las costumbres», el filósofo de Königsberg escribe: «Obra según aquella máxima por la que puedas querer que tu acción se convierta en una ley universal». Y luego añade algo esencial: «Actúa de tal modo que las personas sean un fin y nunca un medio».
La cita de Kant puede parecer un tanto solemne y retórica, pero adquiere relevancia como contraste a muchas de las actitudes que hemos presenciado a lo largo de la pandemia, en la que ha aflorado lo mejor de cada uno, pero también lo peor.
Empezando por lo último, los políticos y altos cargos que se han vacunado en función de sus privilegios han obrado de forma contraria a esa moral kantiana que incide en la ejemplaridad de las acciones, que no pueden nunca ser justificadas por circunstancias de oportunidad o interés. Quienes más obligados estaban a dar ejemplo se han aprovechado de su posición para obtener un trato de favor, lo que les deslegitima para seguir ejerciendo una responsabilidad pública.
Igual descalificación moral merece el ministro de Sanidad, que ha abandonado la nave en medio de la tormenta. Difícilmente se puede confiar en una persona que, además de mentir al negar que iba a ser candidato, antepone los intereses del partido al bien colectivo.
Durante estos meses, hemos sufrido además un sectarismo atroz que ha minado la confianza en nuestros dirigentes, incapaces de llegar a acuerdos para combatir el virus. No hace falta recordar ni los errores de gestión del Gobierno ni la ausencia de generosidad con la que ha actuado la oposición.
Pero si los políticos no han estado a la altura, hay también un sector de la sociedad, probablemente no mayoritario, que ha ignorado las normas, que no ha ponderado las consecuencias de sus acciones y que ha carecido de empatía con el prójimo.
Desde luego, el triunfalismo y la propaganda oficiales, en contraposición a la desoladora extensión de la pandemia, han agudizado la sensación de un sálvese quien pueda, acrecentado por el absentismo de un Gobierno que mantiene una temeraria pasividad. Aunque parezca increíble, no ha habido y no hay un plan de vacunación serio y organizado y sí improvisación y desconcierto.
No vamos a salir mejores de esta crisis, como aseguró Sánchez. Nos costará acabar con el virus, pero todavía será más difícil erradicar la mentira, el egoísmo y el sectarismo de los que hemos sido testigos. Ya lo dijo Kant: no es necesario que el hombre sea feliz siempre, pero sí que viva honorablemente.