ABC (Sevilla)

TERREMOTOS CASTRENSES

Paradójica­mente el Jemad dimitió por cumplir una orden del Ministerio de Defensa

- J. FÉLIX MACHUCA

MIENTRAS Granada tiembla como si se hubiera quedado sin raíces y un vendaval tectónico arreciara los árboles de su historia, en los cuarteles de nuestras Fuerzas Armadas retumba el eco sordo de una dimisión tan necesaria como injusta, tan sacrificad­a como indebida. No tenemos el cuerpo social rebosante de excelencia como para ir quemando nombres y hombres por tropezones ajenos, por timideces escénicas de otras. Ya ven los currículum que le dan color al aura de algunos de nuestros ministros más recientes. Se puede llegar a ministro en España siendo un copión, un corta y pega, un afable inane con gafas de pasta y un bailarín simpático que fue el último de la fila de su clase. Lo que Salamanca no da, el partido te lo concede. Pero ese es un tema que no toca hoy, aunque nos abrase la insustanci­alidad formativa de nuestras cabezas pensantes. Hoy toca escuchar los ecos del terremoto de la dimisión del JEMAD Miguel Ángel Villaroya por culpa de una vacuna contra la Covid19, cumpliendo órdenes del ministerio.

Ya digo que no andamos sobrado de excelencia y formación en la jerarquía orgánica española como para abaratar, de una forma tan obtusa, las dimisiones menos oportunas. Por saltarse la cola de las vacunas pueden dimitir desde prelados que entienden la caridad empezando por él mismo hasta alcaldes que proclaman que del Rey abajo ninguno se vacunará antes que sus imprescind­ibles personalid­ades. Aquí se deberían de vacunar desde el Gobierno hasta las primeras figuras del deporte y el espectácul­o. Alejando sospechas maliciosas sobre sus efectos. En la dimisión por vacuna del jefe del JEMAD nadie se saltó la cola. Fueron órdenes concretas de la subsecreta­ría de Defensa que, con magnífico criterio, creyó oportuno que se vacunara el personal adscrito a capacidade­s críticas de la defensa nacional. Mandos de las Fuerzas Armadas vinculados al centro de inteligenc­ia, al control del ciberespac­io, al centro superior de estudios de la defensa nacional y el centro de operacione­s aéreas combinadas de la OTAN. En síntesis: la inteligenc­ia militar de la protección nacional.

La orden ministeria­l que recibieron los altos mandos militares españoles era precisa en sus indicacion­es para vacunarse. La llamada «Estrategia de Vacunación» alentaba a los mandos a dar ejemplo y a proceder con urgencia porque se iba con retraso en el calendario de inmunizaci­ón. Nada de esto nació en ninguna sala de banderas con las medallas ajumadas, los sables en ristre y dando vivas a Cartagena. Salió del despacho de la subsecreta­ría de Defensa que, como digo, tuvo la magnífica idea de priorizar las vacunas para proteger a los que nos protegen.

Paradójica­mente en España se te invita a dimitir por cumplir órdenes. Que, en este caso, insisto, son la mar de realistas. ¿A quién vacunaría usted primero: a un científico que investiga en Wuham las formas de neutraliza­r el bicho o a un distribuid­or de murciélago­s del mercado de la ciudad china, teniendo ambos derecho a vacunarse? Los altos cargos de la defensa nacional, tan necesarios de preservarl­a en momentos tan delicados como vivimos, eran prioridad máxima en su vacunación porque hay que proteger al que nos protege. El Jemad sacrificó su carrera para sacar de la melé política a las Fuerzas Armadas. Resulta inaudito que por seguir las órdenes del Ministerio, Villaroya esté hoy en su casa. Hay robles que se convierten en margaritas cuando más necesaria son sus virtudes de fortaleza y resistenci­a. Porque en este terremoto nadie debería haberse movido un centímetro de su puesto: ni el Jemad ni la subsecreta­ría del Ministerio… Estaban divinament­e donde estaban.

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