Pasan de quejas
La Universidad nunca puede ser peligrosa porque es la fuente del conocimiento, pero algunos estudiantes pervierten su idiosincrasia
LAS quejas estudiantiles por la celebración de exámenes presenciales en la Universidad de Sevilla dan bastante grima. Los últimos datos de la Encuesta de Población Activa revelan que en Andalucía padecemos un 52 por ciento de paro juvenil y que cuanto menos formación se tiene, más difícil es encontrar un trabajo. El panorama es desolador y la pandemia lo ha empeorado todo. Por eso resulta sonrojante el ventajismo con el que un sector de los universitarios sevillanos se está enfrentando al rector para exigirle que los exámenes sean virtuales y no presenciales. Algunos han llegado incluso a utilizar una frase que resulta ridícula: «Ningún examen vale una sola vida cobrada». Estos exagerados no entienden que la Universidad jamás puede ser peligrosa. Todo lo contrario. El templo del conocimiento es siempre uno de los lugares más seguros porque el aprendizaje es una herramienta de futuro. Y el espacio en el que se fabrican los científicos del mañana garantiza, por pura idiosincrasia, el cumplimiento de todos los protocolos sanitarios que indican los expertos. El virus puede estar en cualquier parte, por supuesto, pero cuando se ejecutan medidas estrictas las probabilidades son mucho más bajas que cuando no se atiende a ninguna recomendación.
Voy a decirlo sin rodeos.
Si usted pasa por la Enramadilla cualquier día lectivo, comprobará que los bares que hay entre las facultades de Derecho y Económicas están siempre abarrotados de jóvenes. ¿En los veladores no hay peligro y en los exámenes sí? Lo mínimo que hay que exigir a quienes se deciden a protestar por algo es coherencia. Lo que pasa es que vivimos en una sociedad acomodada que sólo ve derechos, nunca obligaciones. Por eso creo que el aguante del rector en este asunto tiene también un espíritu educativo elemental: nada en la vida se gana sin sacrificio.
No me gustan las generalizaciones y en este caso menos. Sé que la mayoría de los estudiantes sevillanos tiene bien asimilados los valores del esfuerzo y está cumpliendo las normas sanitarias con escrúpulo. Los pancarteros son siempre una minoría, pero el ruido se hace notar más que el silencio. A las pruebas me remito. Este fin de semana se han celebrado exámenes en facultades como Medicina e Ingenieros y los alumnos han acudido a la cita sin problemas. Ellos no quieren formar parte de la cruda estadística del paro. Han tenido la mala suerte de comerse una pandemia en pleno proceso de formación universitaria y, en la medida de lo posible, están dispuestos a hacer lo que sea necesario para no perder comba. Sin embargo, los chillones han fomentado la idea de que acudir a las evaluaciones es jugarse la vida porque lo que persiguen no es saber, sino aprobar. Por eso serán siempre pobres. Porque ni siquiera son congruentes. El pasado jueves, después de protestar ante el Rectorado contra los exámenes presenciales por el riesgo que supuestamente suponen en plena tercera ola, algunos se fueron a un parque cercano y compartieron una litrona a morro. Lección número uno: antes de exigir, cumple. Que hay quienes nunca se graduarán en la carrera de la vergüenza.
La mayoría de los estudiantes quiere cumplir y se está dejando el alma