ANÁLISIS
ECÍA el escritor Elie Wiesel, superviviente de uno de los campos de exterminio del régimen nazi, que «Lo que más duele a la víctima no es la crueldad del opresor sino el silencio del espectador».
No podemos permitirnos ser espectadores, por eso este 30 de Enero, recordamos ese trágico día en el que tres terroristas de ETA dispararon contra el teniente de alcalde del Ayuntamiento de Sevilla Alberto JiménezBecerril y, sin piedad, mataron a su mujer Ascensión García, asegurándose de que tres niños se quedaran huérfanos. Me gustaría decirle a la portavoz de Bildu que ha dicho «el daño de ETA está reconocido; que fuese injusto o no depende de cada relato» que le pregunte a mis sobrinos si fue justo o no perder a su padre y a su madre con cuatro, siete y ocho años de edad. Las muestras de desmemoria, indignidad e injusticia, no solo hacia las víctimas del terrorismo sino hacia todos los españoles que reconocen el sacrificio extremo de tantos inocentes, son continuas, impulsadas por un Gobierno que le debe demasiado a un partido que no condena los crímenes de ETA. Ante esta avalancha de acercamientos y beneficios a los terroristas, como los que acabaron con la vida de Alberto y Ascen. Ante la permisividad frente a los cientos de homenajes que reciben los asesinos de ETA, por parte de una sociedad enferma, que prefiere glorificar a los verdugos y humillar a sus víctimas. Hoy más que nunca, aunque hayan pasado veintitrés años del vil asesinato de mi hermano y su mujer, debemos honrar su memoria, defendiendo los valores por los que ellos y tantas víctimas de ETA fueron asesinadas: la libertad y la unidad de España, cada día más amenazadas.
No permitamos que se cumpla lo que escribió De Juana Chaos, viendo el dolor de mi familia cuando asesinaron a mi hermano y a su mujer: «En la cárcel sus llantos son nuestras sonrisas y acabaremos a carcajada limpia». Transmitamos de padres a hijos el recuerdo del terror y el dolor al que ETA sometió a España, para que no se confunda el bien y el mal, para que no triunfe el olvido y para que nuestros jóvenes sepan quienes eran Alberto y Ascen. Recordemos para que no sean los terroristas, sus cómplices y aquellos que prefieren olvidar para vender su alma al diablo, quienes sonrían y nosotros, que no hemos perdido la dignidad, los que lloremos. Recordemos para ganar la más importante de las batallas, la de la memoria.
DE cumplen veintitrés años del asesinato por parte de la banda terrorista ETA del concejal del PP en el Ayuntamiento de Sevilla, Alberto Jiménez Becerril, y su mujer, Ascensión García Ortiz. La historia, ya lo saben, es una herida abierta: dos disparos por la espalda, a sangre fría, a la salida de un encuentro con amigos en un céntrico bar de la capital hispalense. El doble atentado rompió una familia y dejó huérfanos a tres niños que, entonces, contaban con cuatro, siete y ocho años de edad.
A todos se nos paró la respiración aquella noche. Recuerdo el transcurrir de las horas en carne viva. La incredulidad inicial dejó paso a un dolor que aún permanece. El crimen de dos amigos en plenitud de su vida, honrados, trabajadores, con una enorme vocación de ser
Svicio público y entregados a la defensa férrea de sus creencias: la libertad, la democracia, la pluralidad y la integridad de España. Dos personas que, en definitiva, dieron su vida por todos y cada uno de nosotros. El asesinato de Alberto y Ascensión supuso un antes y un después para el conjunto de la sociedad española y, sin duda alguna, para toda Andalucía, de manera muy especial para Sevilla. Un antes y un después que no podemos olvidar, que no debemos olvidar y que no queremos olvidar, como hacemos patente cada año, cada 30 de enero, en la esquina de la calle Don Remondo. Este año no podré asistir personalmente a los actos, aunque siempre los llevo en mi corazón.
Este recuerdo anual a Alberto y Ascensión es un acto de memoria, pero también de dignidad y de justicia. Esa justicia que todavía falta por llegar a tantas familias rotas por los cincuenta años que sufrimos el terrorismo asesino de ETA en España. De ahí que hoy, más que nunca, sea necesario acudir a ellos para atajar el olvido, la mentira y la equidistancia de quienes quieren blanquear a la terrible banda criminal, incluso desde las instituciones. También nos sirve para recordarnos dónde hemos llegado juntos: la consolidación de un estado democrático de derechos y libertades ha costado mucho sacrificio, y esa conquista jamás debemos dejarla de caer en el olvido.
Creo importante que esa memoria, esa dignidad y esa justicia estén presentes en todos y cada uno de los momentos de nuestro quehacer cotidiano y actividades públicas. El recuerdo de Alberto y Ascen —como el del fiscal Luis Portero, el del doctor Antonio Muñoz Cariñanos y el del concejal de Málaga José María Martín Carpena, así como tantos otros asesinados por ETA— son una guía para construir un presente y poder conquistar el futuro. Sería la mejor de las ofrendas posibles. El recuerdo más vivo. Fueron asesinados, sí, pero no murieron en vano.