ABC (Sevilla)

Un amante de la Palabra de Dios

Javier Ybarra González (1940-2021)

- ULISES BIDÓN VIGIL DE QUIÑONES

Nos conocimos hace más de 40 años, con el camino neocatecum­enal, en celebracio­nes y convivenci­as con nuestras comunidade­s. Este itinerario de iniciación cristiana comenzó en Sevilla, a final de los años 60, gracias a la apertura de tu querido Párroco y Pastor, D. Manuel Camacho, que tanto te ayudó en discernir tu vocación sacerdotal y que confió la evangeliza­ción a catequista­s itinerante­s con el sacerdote Jesús Blázquez a la cabeza y que después se extendió a otras parroquias de Sevilla y su provincia.

Conocido tu amor por la Escritura, por la Palabra de Dios, que es viva y eficaz, que tiene poder para cambiar la vida de las personas, fue tu eje vital, tu afán misionero para anunciar a Jesucristo, muerto y resucitado, a todos los hombres.

Esto lo hiciste como laico, llevándote, con la ayuda de la Virgen María y de tu comunidad, a la llamada a la vocación sacerdotal.

Fuiste ordenado sacerdote el 2 de marzo de 1980 por el cardenal Bueno Monreal en Pilas. Se puede decir de tu sacerdocio que ha sido itinerante, pues pasaste por nuestros pueblos del Aljarafe (Pilas, Carrión de los Céspedes, Almensilla).

Luego, durante 10 años, en distintas poblacione­s de Colombia, siempre en las periferias, como le gusta al Papa Francisco.

Tras volver a tu tierra te enviaron a la Sierra

Sur (Pruna, Algámitas y Morón de la Frontera). Tus últimos años estuviste como vicario pastoral en las parroquias de San Roque y de la Sagrada Familia en Sevilla.

Tu carácter era peculiar; tu personalid­ad, afable, sencilla, acogedora y comprensiv­a, sin gustarte figurar y queriendo siempre ocupar el último lugar… ¡Cómo te quería y cómo te ha cuidado tu comunidad! ¡Cómo te querían los jóvenes y qué bien te sentías con ellos! Sabías de sobra que te querían como a un padre.

Nosotros, nuestra comunidad de la parroquia de la Concepción Inmaculada, tuvimos el gran regalo de vivir juntos, con tu comunidad, el final de la renovación de nuestro bautismo, del catecumena­do, en Tierra Santa en 1995, así como en Jerusalén en 2012. Tú, junto a otros sacerdotes y catequista­s, fuiste una gran ayuda para todos nosotros.

Javier, gracias por tu entrega. Tu muerte nos entristece, pero tenemos la Esperanza, como tú, de la vida eterna, de que Jesucristo está resucitado, que está vivo hoy en la Iglesia y nos abre las puertas del cielo. Un abrazo para tu familia y tu comunidad. Descansa en la Paz del Señor.

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