La pobreza que no curará ninguna vacuna
Que la pandemia ha provocado la mayor crisis global que se recuerde es algo que se evidencia cada día a las puertas de los comedores sociales. A los usuarios habituales que buscan su ración de alimento se le han sumado estos meses trabajadores en ERTE, desempleados de la hostelería, repartidores que ingresan poco más de 400 euros y, cada vez más, familias con hijos menores que deben llenar la nevera o pagar simplemente los recibos de la luz y el agua. En Sevilla se cuentan por miles los hogares que se encuentran en situación de pobreza, a pesar de contar incluso con trabajo alguno de sus miembros. Es otra consecuencia de la Covid-19; una secuela de la que no hablan los médicos pero que sí reconocen las Hijas de la Caridad en la cara de los que vienen buscando amparo. Sus cocinas —en el Pumarejo y en Triana— atienden cada jornada a casi 400 comensales, el doble de lo que recibían antes de que el famoso virus procedente del mercado de animales de Wuhan paralizara ciudades, empresas y hasta emociones. El trabajo desinteresado de monjas y voluntarios permite además cada día repartir cartones de leche, arroz o pañales, productos procedentes del Banco de Alimentos y Cruz Roja, así como de donaciones de empresas. Pero resulta insuficiente ante la gravedad de la situación. Los expertos entienden que esto no acabará con la ansiada inmunidad de grupo. La vuelta a la normalidad y el fin de los ERTE —un sostén vital para empresas y trabajadores— provocará un aumento del desempleo y un efecto inmediato en los comedores sociales. Un año muy difícil, ya que ningún laboratorio trabaja aún en la vacuna que proteja a las familias de la pobreza.