ABC (Sevilla)

Maradona y Evita

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con «un diente del prócer», como denunció la revista de la época «Caras y Caretas». El periódico «La Prensa» publicaría un editorial memorable donde reclamaba: «Devuelvan esos dientes al patriota que menos comió en su gloriosa vida con los dineros de la Nación». Así se hizo. Hoy reposan en la iglesia de Santo Domingo de Buenos Aires.

Con la muerte de Diego Armando Maradona –difícil imaginar otra escena– resucitó esa obsesión generaliza­da –y violenta– por ver al mito, tocarlo, quedarse con algo suyo, despedirlo o saludarlo aunque se deje media vida –o la vida entera– en el intento. Así ocurrió, en 1953, con la muchedumbr­e que seguía el féretro del expresiden­te Hipólito Yrigoyen; en 1935 con el del «zorzal criollo» –como rebautizar­on a Carlos Gardel– o en 1976 con Óscar Natalio Bonavena, más conocido como Ringo Bonavena en el mundo del boxeo, la escena y la canción.

A Maradona lo enterraron «sin corazón, se lo extrajeron en el contexto de la investigac­ión judicial sobre las causas de su muerte. Pesaba medio kilo, el doble de una persona corriente. ¿Quién se lo va a quedar?», se pregunta Negrete, antes de reclamar «una legislació­n, como sucede en España, que defienda los derechos de los muertos» porque en Argentina «no tienen ninguno. Son funcionale­s a los de los vivos». Autor de «La profanació­n, el robo de las manos de Perón», Negrete reclama una reforma del Código Penal para que se condenen, severamen

Arriba, el ataúd de Diego Armando Maradona, fallecido el pasado noviembre. Sobre estas líneas, el sudario con el que fue cubierto el cuerpo de Evita Perón en julio de 1952. te, los asaltos a las tumbas. «Así, se evitarían, entre otras cosas, los ataques a los cementerio­s judíos en Argentina». Un ejemplo de «vacío legal» que ilustra la situación es el hecho de que «la carátula del expediente de la violación de la sepultura y robo de las manos de Perón sea “por robo de sable y gorra”, que también se llevaron», puntualiza.

Asalto a la cripta

La historia del cadáver del general, cuyo padre recibía con el cráneo del gaucho Juan Moreira, sobre la mesa de su despacho, tiene varias etapas. Por un lado, el asalto a la cripta del cementerio de la Chacarita, donde los criminales forzaron un cristal blindado encajado en unas planchas de acero y por otro, el circo en que se convirtió su «mudanza», el 17 de octubre de 2006, al mausoleo de la localidad bonaerense de San Vicente. Al cuerpo, que se trasladó seguido de una caravana de peronistas descontrol­ados (terminaron a balazos), le faltaban entonces pedazos de las extremidad­es además de las manos robadas. «Se aprovechó aquella ocasión para extraer dos muestras del brazo y otras dos del fémur. Una carnicería»,

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