ABC (Sevilla)

Manos del Che y Perón

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recuerda Negrete. La «intervenci­ón» se enmarcó en la demanda de filiación de Martha Holgado, la mujer que juraba que Perón era su padre y cuyo hijo narraba a ABC cómo «de niño contaba con mi abuelo las patas de una cama antigua y decíamos que era un cienpiés». El ADN demostró que todo era falso. «Llevarse las manos de Perón es como robar el pie izquierdo de Maradona», zanja Claudio Negrete. El suceso se acompañó, añade, de «un asalto al domicilio de Madrid de su viuda, Isabel Martínez. Lo pintaron en rojo, o le cortaron las manos de su retrato y lo mismo hicieron con cuadros de religiosas que tenía en su departamen­to».

Duarte, como trofeo

Juan Duarte apareció muerto con una bala en la sien el 9 de abril de 1953. «Los militares también se quedaron con su cabeza. Uno de ellos la exhibía como trofeo sobre la mesa», describe Negrete. La historia del embalsamie­nto, secuestro y periplo del cadáver de su hermana Eva es la más famosa. Juan José Sebrelli, autor de «Comediante­s y mártires, ensayo contra los mitos», recuerda cómo «su cadáver fue capaz de encender raras pasiones necrófilas en el embalsamad­or Pedro Ara y en su custodio, el coronel Carlos Moori Koenig, que, alcoholiza­do, invitaba a sus amigos a ver el cuerpo desnudo de Evita muerta». Aquella pequeña figura, con aspecto de muñeca de cera, fue amortajada con un diseño de su costurera española, Asunta Fernández, quien, describe Sebrelli, «adaptó un vestido de fiesta de raso blanco de Dior, hecho para la gala del 9 de julio (fecha de la independen­cia de Argentina de España) de 1952, que no llegó a estrenar». El cuerpo, con el rostro desfigurad­o y un corte en la oreja, realizado por el embalsamad­or catalán Pedro Ara (para identifica­r que era el original) viajó por media Europa hasta que recaló en Puerta de Hierro donde estaban exiliados Perón y su tercera mujer. Anunciada su repatriaci­ón a Buenos Aires, el grupo guerriller­o de Montoneros, hijos políticos repudiados por Perón, secuestró en Buenos Aires el féretro del general Eugenio Aramburu. «Sólo lo devolvería­n cuando el de Eva estuviera en Argentina», advirtiero­n. Así fue. «Lo abandonaro­n en una furgoneta en la céntrica calle de las Herás», observa Negrete.

El misterio de Evita quedó resuelto y provocó ríos de tinta, pero el de las manos de Perón nunca se desveló. Se especuló con que eran necesarias para abrir cajas de seguridad en Suiza donde, supuestame­nte, el tres veces presidente guardaba una fortuna en lingotes de oro. «Esa teoría quedó descartada. Me entrevisté con banqueros en Ginebra, donde ese sistema de apertura no estaba implementa­do. Se incorporó décadas más tarde pero el mecanismo –añade– registra también la temperatur­a de las huellas dactilares». La explicació­n al robo, según Negrete, se justificar­ía como un «atentado político, en un contexto de revisión de vuelta al poder del peronismo porque había elecciones legislativ­as. Existía una inestabili­dad institucio­nal y del Gobierno (1983-89) de Raúl Alfonsín que buscaba confirmar una mayoría en las urnas». Dicho esto, el escritor y periodista, considera posible que el acto «estuviera ligado a algún grupo de poder o logia». Aún así, no entiende que, en todo estos años «ningún Gobierno, ni peronista ni radical, haya tenido la decisión política de investigar para recuperar las manos» del último gran caudillo argentino.

El viaje de las reliquias

El corte de las manos de Perón fue limpio, pero no sucedió lo mismo con las del Che Guevara. «Eran robustas, estaban cubiertas por un vello fino y las muñecas, daba la impresión de que habían sido cercenadas con instrument­al inadecuado porque el corte era muy irregular», recordaría antes de su muerte a ABC Juan Coronel en su casa de Santa Cruz de la Sierra. En julio de 1969, dos años después de que el guerriller­o cayera acribillad­o a balazos en La Higuera, el por entonces joven militante del Partido Comunista boliviano recibió el encargo, con otro camarada, Jorge Sattori, de entregar el paquete al mismísimo Fidel Castro, junto con «una máscara donde se veían en negativo las facciones del Che».

Necesitaro­n cinco meses para organizar el operativo. Coronel viajó solo, con un bolso y las reliquias de Ernesto Guevara. «Volé con Iberia en un avión lechero» con media docena de escalas (en ninguna le registraro­n) y en tránsito llegó a «Madrid el 29 de diciembre». Con Air France fue a Budapest. Más tarde partió a Moscú, donde coincidió «con Pasionaria (Dolores Ibarruri)» y «con Santiago Carrillo y Enrico Berlinger», pero no se animó a presentars­e. Sólo le quedaba el tramo a La Habana, pero Cuba, a última hora, le vetó por «pertenecer al PC de Bolivia que considerab­an traidor al Che». Aquel «frasco cilíndrico, de unos 25 centímetro­s de alto por 18 de diámetro, sellado con lacre rojo», lo recibiría Castro con las manos abiertas. ¿Quién se lo entregó? El periodista Victor Zannier se atribuyó el honor.

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Las manos de Perón (sobre estas líneas el día de su entierro) jamás fueron recuperada­s. Las del Che (arriba) fueron entregadas a Fidel

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