ABC (Sevilla)

Crece la cola de familias con hijos en los comedores sociales

Las entidades temen que el número siga aumentando con el final de los ERTE

- ELENA MARTOS

Hace ya más de un mes que la cocina de las Hijas de la Caridad se enciende a diario en el Pumarejo. El contagio de Covid se cebó con esta comunidad el pasado otoño obligando a cerrar su comedor social, el más antiguo de Sevilla, que sirve menús a trescienta­s personas. Los comensales tuvieron que repartirse entre el resto de las entidades mientras duró la cuarentena de las religiosas, desbordand­o por completo el frágil sistema. «Dios nos ha abierto las puertas de nuevo», dice a ABC Sor Esperanza, directora de este centro, que está a pie de calle repartiend­o las fiambreras con la comida.

«Siempre que podemos se sirven dos platos y postre, lo mismo que cuando venían aquí, salvo que ahora hay que dárselos envasados por seguridad», comenta. Los usuarios habituales volvieron tras la reapertura y ahora también encuentran rostros nuevos en la cola. «Yo cuento cada día entre 350 y 360, son muchos más que hace un año, pero donde realmente hemos notado un aumento importante es en la parte de ayuda a familias con hijos, a las que damos alimentos o las ayudamos a pagar recibos. Sor Esperanza señala que son ya más de 400 las que llegan derivadas de los dispositiv­os de Servicios Sociales comunitari­os. «Contribuim­os con todo lo que podemos, unos meses más y otros menos en función de las reserva. Les damos cajas de leche de seis litros, de caldo, paquetes de arroz, de garbanzos, galletas, cajas de fruta, pañales, zapatos que nos subvencion­a La Caixa,...», comenta.

Esta labor social no es nueva, pero es la que más ha crecido, porque «son personas que no han logrado vencer ese pudor de ponerse en una cola para pedir un plato de comida y prefieren esta opción. También hay que comprender­lo», indica la religiosa.

Suministro de productos

Por el momento, los productos llegan regularmen­te gracias a las aportacion­es del Banco de Alimentos y de otras entidades como Cruz Roja. A ellos se unen las donaciones en especies de empresas que colaboran con el comedor. «La gente responde cuando hace falta y eso es un consuelo, pero tememos que esto va a ir a más con el aumento del paro», lamenta.

Las cosas no están mejor en el otro centro que las Hijas de la Caridad tienen en Triana. Sor Purificaci­ón es la que está al frente del comedor Nuestra Señora del Rosario. La reapertura del Pumarejo alivió la presión del otoño, pero «los fines de semana siguen siendo una locura». Ellos son el único dispositiv­o que sirve menús los sábados y domingos y es cuando superan los 300 usuarios.

«Desde el otoño hemos notado que la cola tiende a estabiliza­rse, pero no baja», dice, mientras aumentan los usuarios para la compra bonificada en el economato. «Son muchísimas familias con hijos menores las que vienen. Suelen ser matrimonio­s con dos o tres niños y cuando uno de los dos cónyuges pierde el empleo no llegan a final de mes. Ese perfil es el que más estamos viendo, el del trabajador po

A la izquierda y en el círculo, la cola diaria del comedor de Triana, que atiende cada día a entre 180 y 300 personas. Arriba, uno de los trabajador­es entrega los menús

La demanda se ha duplicado desde hace un año en todos los centros dependient­es de entidades

bre, que tiene un sueldo y no le da para vivir», explica la religiosa.

Otro peso que recae sobre estos centros de asistencia social es el coste de las fiambreras en las que sirven los menús. Son de un solo uso y se comen parte del presupuest­o para alimentaci­ón. Este sistema se impuso durante el primer estado de alarma para reducir el riesgo de contagio, evitando la cercanía entre los comensales durante los turnos y para proteger también a voluntario­s y trabajador­es. Y la cosa va para largo, pues hasta que no se dé por superada la emergencia sanitaria se seguirá usando.

El riesgo de contagio durante esta tercera ola que ha llegado tan agresiva es motivo de preocupaci­ón, pues el cierre de uno de los dispositiv­os desborda al resto. Las precaucion­es en la entrega de las tarrinas y la atención a proveedore­s se han extremado. «Nosotras somos muy estrictas con las normas», señala Sor Purificaci­ón. Hasta ahora, asegura, les ha acompañado la suerte, porque «cualquiera podemos caer en esta pandemia».

También han aumentado las medidas de seguridad en el comedor de San Juan de Dios, en el Casco Histórico, donde ya reciben a más de doscientas personas cada día. «Son el doble que hace un año», señala Ignacio Romero, director de Desarrollo Solidario de la orden. «Los meses que el Pumarejo estuvo cerrado alcanzamos los 300, pero ya el volumen ha bajado, aunque no tanto como esperába

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FOTOS: MANUEL GÓMEZ

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