EL FUTURO DEL PARTIDO REPUBLICANO
a polarización política no es algo nuevo en la historia de Estados Unidos. Basta con repasar las reñidas elecciones de 1800 en las que el presidente John Adams perdió su reelección ante Thomas Jefferson dentro del épico enfrentamiento entre federalistas y antifederalistas. Con todo, esa tradición de profunda fractura ha sido siempre binaria; esclavitud/abolición; derechos de los Estados de la Unión/protagonismo del Gobierno federal; o la América cosmopolita frente a la América que no quiere ser Europa.
En contraste, uno de los impactos más profundos del trumpismo ha sido forzar una inusual fractura tripartita: la América de los demócratas; la América de los republicanos tradicionales; y la América de Trump, al margen de las reglas del juego. Con la peculiaridad de que dentro de esta Galia «omnis divisa in tres partes», no hay paridad de fuerzas ya que la tradición conservadora americana –a la vista del segundo impeachment de Trump– parece haber quedado reducida al tamaño de una modesta comunidad de vecinos. Demasiados Catilinas para tan poco Cicerón.
Thomas Paine, insigne propagandista de la revolución americana, acuñó en 1776 la expresión: «Estos son tiempos que ponen a prueba las almas de los hombres». Algo parecido ocurre ahora con el alma del Partido Republicano, que se debate entre la edad de oro de los tarados propiciada por el nacional-populismo y los principios que le han convertido en una formación política fundamental desde Abraham Lincoln hasta Ronald Reagan.
La primera batalla de esta guerra pasa por dos mujeres con escaño en la Cámara de Representantes: Liz Cheney vs. Marjorie Greene. La hija del vicepresidente Cheney, tercera en la jerarquía de la minoría republicana en la Cámara Baja, se ha atrevido a respaldar un nuevo juicio político contra Donald Trump. Y por esa trasgresión, muchos de sus correligionarios piden que sea relegada a un papel secundario. En contraste, Marjorie Green ha llegado a Washington aupada por la violenta locura conspirativa fomentada por el trumpismo. Tan impresentable que sus compañeros también van a tener que decidir si ella forma parte, o no, del futuro del Partido Republicano.
L